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domingo, 12 de marzo de 2017

"De los inmensos bienes de las almas glorificadas"; por el Padre Jesuita Martín de Roa.


 
Del libro del Padre Martín de Roa, de la Compañía de Jesús

ESTADO DEL LOS BIENAVENTURADOS EN EL

 CIELO




CAPÍTULOS XVI y XVII:
 
De los inmensos bienes de las almas glorificadas. Del amor y gozo de los bienaventurados. Maravillosos ejemplos de la grandeza de los gustos en el cielo.









El alma del hombre ha sido creada por Dios y solo encuentra la felicidad, la dicha y el descanso eternos en Él. Poseer a Dios es el Cielo, es la posesión del sumo bien, la máxima dicha, porque al contemplar cara a cara el rostro de Dios el alma goza y su corazón se harta de deleites divinos, ve claramente al mismo Dios y en él todo lo que desea... esa es la bienaventuranza esencial de los justos.

El cielo es un lugar inmenso, el universo físico es como una antesala comparado con este. Todo fue creado por Dios para Cristo como Rey eterno, que hará la felicidad de sus ángeles y de los hombres redimidos por Él, de aquellos que hicieron buen uso de la gracia divina, obedecieron a Dios y quisieron salvarse. En el Cielo se goza con todos los sentidos de las perfecciones divinas y delicias que ahí existen. Dichosos por siempre los que ahí adoran y gozan de la Santísima Trinidad en ese reino celestial.



Louis Janmot - Poème de l'âme 1 - Génération divine.jpg
Dios, creador de todo lo existente.



Aunque el cielo o paraíso celeste tiene cosas inimaginables para la mente del hombre, sin contemplar a Dios los Bienaventurados en el cielo estarían en un paraíso donde hay cosas bellísimas, pero no tendrían la máxima dicha que hace la felicidad principal y completa del Bienaventurado. Vivir sin Dios es la más espantosa de las miserias, porque Dios hace la felicidad del hombre y al carecer de Él se tiene el más horrible de los sufrimientos. Vivir sin Dios es entregarse a la peor de las esclavitudes, porque el alma jamás encontrará el descanso y el amor que Dios da a sus criaturas, el odio más atroz llenará su alma, odio hacia Dios y hacia todo lo creado. El infierno es vivir sin Dios, es carecer de sus dulces consuelos en el alma, este es el principal castigo del condenado: aunque el sumo bien no puede habitar en el alma que se ha entregado al mal. Los demás castigos en el infierno son para satisfacer la justicia divina por despreciar a todo un Dios, son tormentos secundarios, pero necesarios y justos, ahí padecen todos los sentidos, principalmente con los que más se pecó.

Los Bienaventurados sabrán, en Dios, todo lo que hubiere pasado en el mundo, en el universo eterno, en el cielo. Conocerán todos los misterios, sabrán todo lo que quieran saber, en Dios, que siendo infinito tiene respuestas para todos por cada instante de la eternidad. Sabrán todo en Dios después del juicio final.


En el Cielo los Bienaventurados aman a Dios mas que así mismos, al contemplar el océano de virtudes y perfecciones que posee. De la vista clara de la divina esencia nace en los bienaventurados el deseo del amor, que los lleva poderosamente a Dios, sin que puedan alejarse un poco sin dejar de amarlo. El gozo ahí es inmenso con la vista del tesoro infinito que es Dios, de habitar aquél reino celestial colmado de todos los bienes, cuya posesión será eterna y sin mudanza de fortuna.

Los Bienaventurados en el Cielo tendrán gusto por el conocimiento y vista de las virtudes que hermosean sus almas. Adoran a Dios como el principio y origen de todas las cosas, ofreciéndole perpetuo sacrificio de alabanza. Humildemente se reconocen desposeídos de todo bien y a Dios como autor de todo lo bueno que poseen, todo lo refieren a su honra y gloria dando gracias eternamente al señor. Se gozarán de tener cuerpos glorificados, a semejanza del Señor; se gozarán en la compañía de los ángeles y hombres, todos se amarán como hijos de Dios y hermanos, se amarán todos como a sí mismos, alegrándose de la gloria de ellos. 



Ven el rostro de Dios

 

El el Cielo contemplarán, en Dios, todo lo que hicieron en la tierra, sus penas, sus pecados cometidos y perdonados por Dios, sin perturbar en nada su gozo presente el dolor pasado; viéndolo así mas se reconocerán como deudoras del que los libró de la muerte eterna.

El glorioso Padre san Agustín no dudó en afirmar: que es mejor gozar de los gustos del Cielo por un solo día, que de los gustos del mundo por millares de siglos.

Incluso los espíritus malignos que viven en el aire, aquí en la tierra, que pudieron contemplar en el cielo, antes de la caída de los ángeles, por un solo instante la cara de Dios, preferirían padecer todas las penas de todos sus compañeros hasta el día del Juicio para verla otro tanto, pues es tan grande la hermosura de Dios que ni juntando la hermosura de todas las criaturas, todo eso junto, con respecto a la hermosura de Dios, sería como una noche tenebrosa con respecto a un día claro y sereno.





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