Del
libro del Padre Martín de Roa, de la Compañía de Jesús
ESTADO DEL LOS BIENAVENTURADOS EN EL
CIELO
CAPÍTULOS
XVI y XVII:
De
los inmensos bienes de las almas glorificadas. Del amor y gozo de los
bienaventurados. Maravillosos ejemplos de la grandeza de los gustos
en el cielo.
El
alma del hombre ha sido creada por Dios y solo encuentra la
felicidad, la dicha y el descanso eternos en Él. Poseer a Dios es el
Cielo, es la posesión del sumo bien, la máxima dicha, porque al
contemplar cara a cara el rostro de Dios el alma goza y su corazón
se harta de deleites divinos, ve claramente al mismo Dios y en él
todo lo que desea... esa es la bienaventuranza esencial de los
justos.
El
cielo es un lugar inmenso, el universo físico es como una antesala
comparado con este. Todo fue creado por Dios para Cristo como Rey
eterno, que hará la felicidad de sus ángeles y de los hombres
redimidos por Él, de aquellos que hicieron buen uso de la gracia
divina, obedecieron a Dios y quisieron salvarse. En el Cielo se goza
con todos los sentidos de las perfecciones divinas y delicias que ahí
existen. Dichosos por siempre los que ahí adoran y gozan de la
Santísima Trinidad en ese reino celestial.
Aunque
el cielo o paraíso celeste tiene cosas inimaginables para la mente
del hombre, sin contemplar a Dios los Bienaventurados en el cielo
estarían en un paraíso donde hay cosas bellísimas, pero no
tendrían la máxima dicha que hace la felicidad principal y completa
del Bienaventurado. Vivir sin Dios es la más espantosa de las
miserias, porque Dios hace la felicidad del hombre y al carecer de Él
se tiene el más horrible de los sufrimientos. Vivir sin Dios es
entregarse a la peor de las esclavitudes, porque el alma jamás
encontrará el descanso y el amor que Dios da a sus criaturas, el
odio más atroz llenará su alma, odio hacia Dios y hacia todo lo
creado. El infierno es vivir sin Dios, es carecer de sus dulces
consuelos en el alma, este es el principal castigo del condenado:
aunque el sumo bien no puede habitar en el alma que se ha entregado
al mal. Los demás castigos en el infierno son para satisfacer la
justicia divina por despreciar a todo un Dios, son tormentos
secundarios, pero necesarios y justos, ahí padecen todos los
sentidos, principalmente con los que más se pecó.
Los
Bienaventurados sabrán, en Dios, todo lo que hubiere pasado en el
mundo, en el universo eterno, en el cielo. Conocerán todos los
misterios, sabrán todo lo que quieran saber, en Dios, que siendo
infinito tiene respuestas para todos por cada instante de la
eternidad. Sabrán todo en Dios después del juicio final.
En
el Cielo los Bienaventurados aman a Dios mas que así mismos, al
contemplar el océano de virtudes y perfecciones que posee. De la
vista clara de la divina esencia nace en los bienaventurados el deseo
del amor, que los lleva poderosamente a Dios, sin que puedan alejarse
un poco sin dejar de amarlo. El gozo ahí es inmenso con la vista del
tesoro infinito que es Dios, de habitar aquél reino celestial
colmado de todos los bienes, cuya posesión será eterna y sin
mudanza de fortuna.
Los
Bienaventurados en el Cielo tendrán gusto por el conocimiento y
vista de las virtudes que hermosean sus almas. Adoran a Dios como el
principio y origen de todas las cosas, ofreciéndole perpetuo
sacrificio de alabanza. Humildemente se reconocen desposeídos de
todo bien y a Dios como autor de todo lo bueno que poseen, todo lo
refieren a su honra y gloria dando gracias eternamente al señor. Se
gozarán de tener cuerpos glorificados, a semejanza del Señor; se
gozarán en la compañía de los ángeles y hombres, todos se amarán
como hijos de Dios y hermanos, se amarán todos como a sí mismos,
alegrándose de la gloria de ellos.
Ven el rostro de Dios |
El
el Cielo contemplarán, en Dios, todo lo que hicieron en la tierra,
sus penas, sus pecados cometidos y perdonados por Dios, sin perturbar
en nada su gozo presente el dolor pasado; viéndolo así mas se
reconocerán como deudoras del que los libró de la muerte eterna.
El
glorioso Padre san Agustín no dudó en afirmar: que es mejor gozar
de los gustos del Cielo por un solo día, que de los gustos del mundo
por millares de siglos.
Incluso
los espíritus malignos que viven en el aire, aquí en la tierra, que
pudieron contemplar en el cielo, antes de la caída de los ángeles,
por un solo instante la cara de Dios, preferirían padecer todas las
penas de todos sus compañeros hasta el día del Juicio para verla
otro tanto, pues es tan grande la hermosura de Dios que ni juntando
la hermosura de todas las criaturas, todo eso junto, con respecto a
la hermosura de Dios, sería como una noche tenebrosa con respecto a
un día claro y sereno.
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las Almas Glorificadas”, por el
Padre Jesuita Martín de Roa en su libro: "Estado de los
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