DE LAS PENAS DEL INFIERNO
San
Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia
San
Alfonso María de Ligorio nos habla en su Meditación 26 acerca del
castigo que recibe el pecador en el infierno: la pena de daño y la
pena de sentido. La pena de daño es aquella de mayor sufrimiento
para el pecador: por haber abandonado a Dios, olvidándose de darle
gloria a Él por atender a las criaturas, el alma del condenado no
posee más a Dios y carece para siempre de su vista. La pena de
sentido son los horribles tormentos que recibe el pecador por no amar
a Dios sobre todas las cosas, por atender a las criaturas primero que
a Dios el pecador será atormentado por ellas.
El tormento físico de ellos no es el mayor sufrimiento, el más grande es la ausencia de Dios en ellos. |
Es
de fe que hay infierno, lugar de tormentos sin fin en la que los
sentidos de los condenados se han agudizado para mayor sufrimiento.
El pecador que haya pecado más con algunos sentidos será más
gravemente atormentado con ellos. La vista padecerá el tormento de
las tinieblas, el fuego que hay en el infierno abrasa pero no
alumbra; el humo que despedirá dicha hoguera formará espesa nube
tenebrosa que cegará a los réprobos; no hay ahí mayor claridad que
la necesaria para ver a los otros condenados y a los horribles
demonios, haciendo más terrible su desdicha.
Serán atormentados mayormente en los sentidos con los que más pecaron. Lo más triste es que no pueden hacer nada para cambiar tan terrible castigo por toda la eternidad. |
El
olfato del réprobo sufrirá el tormento de oler los millones y
millones de cuerpos hediondos de los demás condenados. Mucho más
penarán por la fetidez asquerosa, sin duda, por los espantosos
gritos y lamentos de aquella muchedumbre de atormentados y por la
estrechez en que se encuentran amontonados como uvas prensadas en el
lagar de la ira de Dios.
El
oído será atormentado al oír los pavorosos gritos de los
desesperados réprobos que buscan desahogar su intenso sufrimiento en
esa forma y por el gran estruendo que harán millones y millones de
demonios atormentando a los infelices condenados. Los réprobos del
infierno oirán durante toda la eternidad los horribles aullidos y
gritos de demonios y demás condenados, sin poder encontrar alivio a
ese suplicio.
La
gula será castigada por una hambre devoradora, los condenados
buscarán saciarse con algo para comer pero no encontrarán ahí ni
un solo pedazo de pan. Sufrirán una sed abrasadora, que no se
apagaría ni tomando toda el agua de toda la tierra o de la que Dios
tiene reservada. El rico Epulón seguirá pidiendo aunque sea esa
sola gota de agua para refrescar su garganta y no la obtendrá jamás.
Saciaron sus cuerpos con los vicios y realizaron muchas iniquidades, olvidándose de Dios y su justicia. |
Epulón jamás conseguirá esa gota de agua para refrescar su garganta, porque no compartió nada con el pobre Lázaro. |
El
tacto será atormentado por las terribles llamas del infierno, fuego
que atormenta sin consumir. El condenado estará rodeado de llamas
por todos lados, será sumergido en el fuego como pez en el agua, el
fuego penetrará hasta lo mas profundo del condenado para
atormentarlo. Todos los órganos de réprobo arderán por las llamas
del infierno, el voluptuoso sentirá que todo su cuerpo ardiendo hace
más abrasadoras las llamas infernales que ha de padecer. Fuego
abrasador en un instante y terrible hielo en el siguiente,
alternándose para que más padezca el condenado.
Sumergidos en el fuego. Fuego que atormenta pero no consume. |
También padecen el tormento del terrible hielo, frío comparado con las más bajas temperaturas que hay en el universo. |
El
alma del condenado también sufrirá en sus potencias: memoria,
entendimiento y voluntad. El recuerdo de lo poco que debía hacer
para salvarse, el entendimiento por haber perdido el gran bien de
Dios y su cielo, su voluntad al serle negado todo lo que pide.
El gusano de la conciencia. |
Perdió a Dios y su cielo. Pudo haber hecho tan poco para salvarse y ya es demasiado tarde para remediar sus males. |
La
pena de daño es la de carecer el alma y el cuerpo de Dios. En vida
hasta los más pecadores tienen consuelos de Dios en su alma, ese
bienestar en el alma solo lo da Dios. Si Dios abandonase por completo
el cuerpo y alma de algún desgraciado en vida, ese infeliz sentiría
un espantoso vacío en su alma que lo orillaría a buscar la muerte
para no sentirse así. En el infierno, el condenado carece por
completo de Dios, no tiene el amor de Dios en él, en su lugar un
odio grandísimo a Dios y a todas sus criaturas, a si mismo, a los
demás condenados, al lugar en donde se encuentra, al horrible
tormento que padece y al demonio por malvado; odio horrible a Dios y
a todo lo creado por Él, tremenda desdicha del réprobo. Si los
condenados en el infierno tuvieran la dicha de ver a Dios su infierno
no sería más infierno, lo padecerían sin quejarse por gozar de la
vista de Dios. Pero, no verán a Dios nunca, por toda la eternidad.
Dios ya no lo ama más. El vacío en su alma por la ausencia de Dios y el pecado con el que murió hace que odie a Dios y a todas sus criaturas. |
Para
leer el e-book, imprimir o descargar el archivo pdf de la Meditación
escrita 26 de San Alfonso María de ligorio: "De las penas del
infierno", dar clic en el siguiente enlace:
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