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martes, 15 de abril de 2014

"De la Gloria de los Bienaventurados". Prédica de Fray Luis de Granada.

 Prédica:

 "De la Gloria de los Bienaventurados"

Fray Luis de Granada


 

Después de la condenación y sentencia de los malos, síguese luego el galardón y gloria de los buenos, que es aquel bienaventurado reino y aquella dichosa vida que Dios les tiene aparejada desde el principio del mundo.




Qué tal sea esta vida, no hay lenguas de ángeles ni de hombres que basten para lo explicar. Mas para tener algún olor y conocimiento de ella, oye ahora brevemente lo que san Agustín dice de ella en una meditación suya por estas palabras: «¡Oh vida aparejada de Dios para sus amigos, vida bienaventurada, vida segura, vida sosegada, vida hermosa, vida limpia, vida casta, vida santa, vida no sabedora de muerte, vida sin tristeza, sin trabajo, sin dolor, sin congoja, sin corrupción, sin sobresalto, sin variedad ni mudanza, vida llena de toda hermosura y dignidad, donde ni hay enemigo que ofenda, ni deleite que inficione, donde el amor es perfecto y el temor ninguno, donde el día es eterno, y el espíritu de todos uno, donde Dios se ve cara a cara, y sólo este manjar se come en ella sin hastío! Deléitame considerar tu claridad y agradan tus bienes a mi deseoso corazón. Cuanto más te considero, más me hiere tu amor. Grandemente me deleita el deseo grande de ti, y no menos me es dulce tu memoria.»

 

«¡Oh vida felicísima, oh reino verdaderamente bienaventurado, que careces de muerte, que no tienes fin, a quien ningunos tiempos suceden, donde el día sin noche continuado no sabe qué cosa es mudanza, donde el caballero vencedor, ayuntado a aquellos perpetuos coros de ángeles y coronada la cabeza con guirnalda de gloria, canta a Dios un cantar de los cantares de Sión! Dichosa y muy dichosa sería mi ánima, si acabado el curso desta peregrinación, mereciese yo ver tu gloria, tu bienaventuranza, tu hermosura, los muros y puertas de tu ciudad, tus plazas, tus aposentos, tus generosos ciudadanos y tu rey omnipotente en su hermosa majestad. Las piedras de tus muros son preciosas, las puertas están sembradas de perlas resplandecientes, tus plazas son de oro muy subido, en las cuales nunca faltan perpetuas alabanzas. Las casas son de sillería, los sillares son zafiros, los maderamientos racimos de oro, donde ninguno entra sino limpio y ninguno mora que sea sucio. Hermosa y suave eres en tus deleites, madre nuestra Jerusalén. Ninguna cosa en ti se padece de las que aquí se padecen. Muy diferentes son tus cosas, de las que en esta vida miserable siempre vemos. En ti nunca se ven tinieblas, ni noche, ni mudanza de tiempos. La luz que te alumbra ni es de lámparas, ni de luna, ni de lúcidas estrellas, sino Dios que procede de Dios, y luz que mana de luz, es el que te da claridad. El mismo rey de los reyes reside siempre en medio de ti cercado de sus ministros.»







«Allí los ángeles a coros le dan música muy suave. Allí se goza la hermandad de aquellos nobles ciudadanos. Allí se celebra una perpetua solemnidad y fiesta con cada uno de los que entran desta peregrinación. Allí está la orden de los profetas, allí el señalado coro de los apóstoles, allí el ejército nunca vencido de los mártires, allí el reverendísimo convento de los confesores, allí los verdaderos y perfectos religiosos, allí las santas mujeres que juntamente vencieron los mundanos deleites con la flaqueza femenil, allí los mancebos y doncellas más ancianos en virtudes que en edad, allí las ovejas y corderos que escaparon de los lobos, y de los lazos engañosos desta vida tienen perpetua fiesta, cada cual en su ventana, todos semejantes en el gozo, aunque en el grado diferentes. Allí reina la caridad en toda su perfección, porque Dios es en todos todas las cosas, a quien contemplan sin fin, en cuyo amor siempre arden, a quien siempre aman, amando alaban, y alabando aman, y todo su ejercicio es alabanzas sin cansancio y sin trabajo. ¡Oh, dichoso yo y verdaderamente dichoso cuando, suelto de las prisiones deste corpezuelo, mereciere oír aquellos cantares de la música celestial, entonados en alabanza del rey eterno por todos los ciudadanos de aquella noble ciudad! ¡Dichoso yo y muy dichoso cuando me hallare entre los capellanes de aquella capilla, y me cupiere la vez de entonar yo también mi aleluya, y asistir a mi rey, a mi Dios, a mi señor, y verle en su gloria así como él me lo prometió cuando dijo: Padre, ésta es mi última y determinada voluntad, que todos los que tú me diste, se hallen conmigo, y vean la claridad que tuve contigo antes que el mundo fuese criado.» Hasta aquí son palabras de san Agustín.




Pues dime ahora, ¿qué día será aquel que amanecerá por tu casa si hubieres vivido en temor de Dios cuando, acabado el curso desta peregrinación, pases de la muerte a la inmortalidad, y en el paso que los otros comienzan a temer, comiences tú a levantar cabeza, porque se allega el día de tu redención? Sal un poco, dice san Jerónimo a la virgen Eustoquio, de la cárcel dese cuerpo, y puesta a la puerta dese tabernáculo, pon delante tus ojos el galardón de los trabajos presentes. Dime, ¿qué día será aquél cuando la sagrada virgen María, acompañada de coros de vírgenes, te venga a recibir, y cuando el mismo señor y esposo tuyo, con todos los santos, te salga al camino diciendo: «Levántate y date prisa, querida mía, hermosa mía, paloma mía, que el invierno es ya pasado, y el torbellino de las aguas ha cesado, y las flores han aparecido en nuestra tierra»?






Pues, ¿qué tan grande será el gozo que tu ánima recibirá cuando en esta hora sea presentada ante el trono de aquella beatísima Trinidad por mano de los santos ángeles, y especialmente de aquél a quien fuiste como a fiel depositario encomendada, cuando éste, con los demás, prediquen tus buenas obras y las cruces y trabajos que padeciste por Dios? Escribe san Lucas que, cuando murió aquella santa limosnera Tabita, todas las viudas y pobres cercaron al apóstol san Pedro mostrándole las vestiduras que les hacía, por las cuales cosas movido el apóstol, rogó a Dios por aquella tan piadosa mujer, y por sus oraciones le alcanzó la vida. Pues, ¿qué gozo sentirá tu ánima cuando aquellos bienaventurados espíritus te tomen en medio y, puestos ante el divino consistorio, prediquen tus buenas obras y cuenten por su orden tus limosnas, tus oraciones, tus ayunos, la inocencia de tu vida, el sufrimiento de las injurias, la paciencia en los trabajos, la templanza en los regalos, con todas las otras virtudes y buenas obras que hiciste? ¡Oh cuánta alegría recibirás en aquella hora por todo el bien que hubieres hecho, y cómo conocerás allí el valor y excelencia de la virtud! Allí el varón obediente hablará victorias, allí la virtud recibirá su premio, y el bueno será honrado según su merecimiento.



Demás desto, ¿qué gozo será aquel que recibirás cuando, viéndote en aquel puerto de tanta seguridad, vuelvas los ojos al curso de la navegación pasada, y veas las tormentas en que te viste y los estrechos por do pasaste y los peligros de ladrones y cosarios de que escapaste? Allí es donde se canta aquel cantar del profeta, que dice: «Si no fuera porque el Señor me ayudó, poco faltó para que mi ánima fuera a parar en los infiernos.» Especialmente cuando de allí veas tantos pecados como cada hora se hacen en el mundo, tantas ánimas como cada día descienden al infierno, y cómo entre tanta muchedumbre de perdidos quiso Dios que tú fueses del número de los ganados y de aquéllos a quien hubiese de caber tan dichosa suerte. 
 





  
¿Qué será, sobre todo esto, ver las fiestas y triunfos que cada día se celebran con los nuevos hermanos que, vencido ya el mundo y acabado el curso de su peregrinación, entran a ser coronados con ellos? ¡Oh, qué gozo se recibe de ver restaurarse aquellas sillas, y edificarse aquella ciudad, y repararse los muros de aquella noble Jerusalén! ¡Con cuán alegres brazos los recibe toda aquella corte del cielo, viéndolos venir cargados de los despojos del enemigo vencido! Allí entrarán con los varones triunfantes también las mujeres vencedoras, que juntamente con el siglo vencieron la flaqueza de su condición. Allí entrarán las vírgenes inocentes martirizadas por Cristo, con doblado triunfo de la carne y del mundo, con guirnaldas de azucenas y rosas en sus cabezas. Allí también muchos mozos y niños, que sobrepujaron la ternura de sus años con discreción y virtudes, entran cada día a recibir el premio de su pureza virginal. Allí hallan a sus amigos, conocen a sus maestros, reconocen a sus padres, abrázanse y danse dulce paz, y reciben la norabuena de tal entrada y tal gloria. ¡Oh, cuán dulcemente sabe entonces el fruto de la virtud, aunque un tiempo parecían amargas sus raíces! Dulce es la sombra después del retesero del medio día, dulce la fuente al caminante cansado, dulce el sueño y reposo al siervo trabajador, pero muy más dulce es a los santos la paz después de la guerra, la seguridad después del peligro, y el descanso perdurable después de la fatiga de los trabajos pasados.



¿Qué será, sobre todo esto, ver las fiestas y triunfos que cada día se celebran con los nuevos hermanos que, vencido ya el mundo y acabado el curso de su peregrinación, entran a ser coronados con ellos? ¡Oh, qué gozo se recibe de ver restaurarse aquellas sillas, y edificarse aquella ciudad, y repararse los muros de aquella noble Jerusalén! ¡Con cuán alegres brazos los recibe toda aquella corte del cielo, viéndolos venir cargados de los despojos del enemigo vencido! Allí entrarán con los varones triunfantes también las mujeres vencedoras, que juntamente con el siglo vencieron la flaqueza de su condición. Allí entrarán las vírgenes inocentes martirizadas por Cristo, con doblado triunfo de la carne y del mundo, con guirnaldas de azucenas y rosas en sus cabezas. Allí también muchos mozos y niños, que sobrepujaron la ternura de sus años con discreción y virtudes, entran cada día a recibir el premio de su pureza virginal. Allí hallan a sus amigos, conocen a sus maestros, reconocen a sus padres, abrázanse y danse dulce paz, y reciben la norabuena de tal entrada y tal gloria. ¡Oh, cuán dulcemente sabe entonces el fruto de la virtud, aunque un tiempo parecían amargas sus raíces! Dulce es la sombra después del retesero del medio día, dulce la fuente al caminante cansado, dulce el sueño y reposo al siervo trabajador, pero muy más dulce es a los santos la paz después de la guerra, la seguridad después del peligro, y el descanso perdurable después de la fatiga de los trabajos pasados.



Ya son acabadas las guerras, ya no hay más por qué andar armados a la diestra y a la siniestra. Armados subieron los hijos de Israel a la tierra de promisión; mas, después de conquistada la tierra, arrimaron sus lanzas y dejaron las armas, y olvidados ya todos los temores y alborotos de guerra, cada uno a la sombra de su parra y de su higuera, gozaban del ocio y de los frutos de la dulce paz. Ya pueden allí dormir los ojos, cansados de las continuas vigilias. Ya puede descenderse de su estancia el profeta velador, que fijaba sus pies sobre el lugar de la guarnición. Ya puede reposar el bienaventurado padre Jerónimo, que juntaba las noches con los días hiriendo sus pechos en la oración, peleando animosamente contra las fuerzas importunas de la antigua serpiente. No suenan allí jamás las armas temerosas del enemigo sangriento; no tienen allí lugar las astucias de la culebra enroscada; no llega aquí la vista del ponzoñoso basilisco, ni se oirá allí el silbo de la antigua serpiente, sino el silbo del aire del Espíritu Santo donde se vea la gloria de Dios. Ésta es la región de paz y seguridad puesta sobre todos los elementos, donde no llegan los nublados y torbellinos del aire tenebroso.

 




Hijos de Adán, linaje de hombres miserablemente ciego y engañado, ovejas descarriadas y perdidas: si ésta es vuestra majada, ¿tras qué andáis, qué hacéis, cómo dejáis perder un tan grande bien por tan pequeño trabajo? Si para esto son menester trabajos, desde aquí os llamo a todos los trabajos del mundo, que vengáis a dar sobre mí. Lluevan sobre mí dolores, fatíguenme enfermedades, aflíjanme tribulaciones, persígame uno, inquiéteme otro, conjuren contra mí todas las criaturas, sea yo hecho oprobio de los hombres y desecho del mundo, desfallezca en dolor mi vida, y mis años con gemidos, con tanto que después desto venga yo a descansar en el día de la tribulación, y merezca subir a aquel pueblo guarnecido y hermoseado desta gloria. 
 

Anda, pues, ahora, loco amador del mundo, busca títulos y honras, edifica recámaras y palacios, ensancha términos y heredades, manda si quieres a reinos y mundos, que nunca serás por eso tan grande como el menor de los siervos de Dios, que recibe lo que el mundo no puede dar y goza de lo que para siempre ha de durar. Tú, con tus pompas y riquezas, serás con el rico glotón sepultado en el infierno; y éste, con el pobre Lázaro, será por los ángeles llevado al seno de Abrahán.

El siguiente video contiene toda la prédica anterior: De la Gloria de los Bienaventurados. 



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