Prédica:
"De la Gloria de los Bienaventurados"
Fray Luis de Granada
Después
de la condenación y sentencia de los malos, síguese luego el
galardón y gloria de los buenos, que es aquel bienaventurado reino y
aquella dichosa vida que Dios les tiene aparejada desde el principio
del mundo.
Qué
tal sea esta vida, no hay lenguas de ángeles ni de hombres que
basten para lo explicar. Mas para tener algún olor y conocimiento de
ella, oye ahora brevemente lo que san Agustín dice de ella en una
meditación suya por estas palabras: «¡Oh vida aparejada de Dios
para sus amigos, vida bienaventurada, vida segura, vida sosegada,
vida hermosa, vida limpia, vida casta, vida santa, vida no sabedora
de muerte, vida sin tristeza, sin trabajo, sin dolor, sin congoja,
sin corrupción, sin sobresalto, sin variedad ni mudanza, vida llena
de toda hermosura y dignidad, donde ni hay enemigo que ofenda, ni
deleite que inficione, donde el amor es perfecto y el temor ninguno,
donde el día es eterno, y el espíritu de todos uno, donde Dios se
ve cara a cara, y sólo este manjar se come en ella sin hastío!
Deléitame considerar tu claridad y agradan tus bienes a mi deseoso
corazón. Cuanto más te considero, más me hiere tu amor.
Grandemente me deleita el deseo grande de ti, y no menos me es dulce
tu memoria.»
«¡Oh
vida felicísima, oh reino verdaderamente bienaventurado, que careces
de muerte, que no tienes fin, a quien ningunos tiempos suceden, donde
el día sin noche continuado no sabe qué cosa es mudanza, donde el
caballero vencedor, ayuntado a aquellos perpetuos coros de ángeles y
coronada la cabeza con guirnalda de gloria, canta a Dios un cantar de
los cantares de Sión! Dichosa y muy dichosa sería mi ánima, si
acabado el curso desta peregrinación, mereciese yo ver tu gloria, tu
bienaventuranza, tu hermosura, los muros y puertas de tu ciudad, tus
plazas, tus aposentos, tus generosos ciudadanos y tu rey omnipotente
en su hermosa majestad. Las piedras de tus muros son preciosas, las
puertas están sembradas de perlas resplandecientes, tus plazas son
de oro muy subido, en las cuales nunca faltan perpetuas alabanzas.
Las casas son de sillería, los sillares son zafiros, los
maderamientos racimos de oro, donde ninguno entra sino limpio y
ninguno mora que sea sucio. Hermosa y suave eres en tus deleites,
madre nuestra Jerusalén. Ninguna cosa en ti se padece de las que
aquí se padecen. Muy diferentes son tus cosas, de las que en esta
vida miserable siempre vemos. En ti nunca se ven tinieblas, ni noche,
ni mudanza de tiempos. La luz que te alumbra ni es de lámparas, ni
de luna, ni de lúcidas estrellas, sino Dios que procede de Dios, y
luz que mana de luz, es el que te da claridad. El mismo rey de los
reyes reside siempre en medio de ti cercado de sus ministros.»
«Allí
los ángeles a coros le dan música muy suave. Allí se goza la
hermandad de aquellos nobles ciudadanos. Allí se celebra una
perpetua solemnidad y fiesta con cada uno de los que entran desta
peregrinación. Allí está la orden de los profetas, allí el
señalado coro de los apóstoles, allí el ejército nunca vencido de
los mártires, allí el reverendísimo convento de los confesores,
allí los verdaderos y perfectos religiosos, allí las santas mujeres
que juntamente vencieron los mundanos deleites con la flaqueza
femenil, allí los mancebos y doncellas más ancianos en virtudes que
en edad, allí las ovejas y corderos que escaparon de los lobos, y de
los lazos engañosos desta vida tienen perpetua fiesta, cada cual en
su ventana, todos semejantes en el gozo, aunque en el grado
diferentes. Allí reina la caridad en toda su perfección, porque
Dios es en todos todas las cosas, a quien contemplan sin fin, en cuyo
amor siempre arden, a quien siempre aman, amando alaban, y alabando
aman, y todo su ejercicio es alabanzas sin cansancio y sin trabajo.
¡Oh, dichoso yo y verdaderamente dichoso cuando, suelto de las
prisiones deste corpezuelo, mereciere oír aquellos cantares de la
música celestial, entonados en alabanza del rey eterno por todos los
ciudadanos de aquella noble ciudad! ¡Dichoso yo y muy dichoso cuando
me hallare entre los capellanes de aquella capilla, y me cupiere la
vez de entonar yo también mi aleluya, y asistir a mi rey, a mi Dios,
a mi señor, y verle en su gloria así como él me lo prometió
cuando dijo: Padre, ésta es mi última y determinada voluntad, que
todos los que tú me diste, se hallen conmigo, y vean la claridad que
tuve contigo antes que el mundo fuese criado.» Hasta aquí son
palabras de san Agustín.
Pues
dime ahora, ¿qué día será aquel que amanecerá por tu casa si
hubieres vivido en temor de Dios cuando, acabado el curso desta
peregrinación, pases de la muerte a la inmortalidad, y en el paso
que los otros comienzan a temer, comiences tú a levantar cabeza,
porque se allega el día de tu redención? Sal un poco, dice san
Jerónimo a la virgen Eustoquio, de la cárcel dese cuerpo, y puesta
a la puerta dese tabernáculo, pon delante tus ojos el galardón de
los trabajos presentes. Dime, ¿qué día será aquél cuando la
sagrada virgen María, acompañada de coros de vírgenes, te venga a
recibir, y cuando el mismo señor y esposo tuyo, con todos los
santos, te salga al camino diciendo: «Levántate y date prisa,
querida mía, hermosa mía, paloma mía, que el invierno es ya
pasado, y el torbellino de las aguas ha cesado, y las flores han
aparecido en nuestra tierra»?
Pues,
¿qué tan grande será el gozo que tu ánima recibirá cuando en
esta hora sea presentada ante el trono de aquella beatísima Trinidad
por mano de los santos ángeles, y especialmente de aquél a quien
fuiste como a fiel depositario encomendada, cuando éste, con los
demás, prediquen tus buenas obras y las cruces y trabajos que
padeciste por Dios? Escribe san Lucas que, cuando murió aquella
santa limosnera Tabita, todas las viudas y pobres cercaron al apóstol
san Pedro mostrándole las vestiduras que les hacía, por las cuales
cosas movido el apóstol, rogó a Dios por aquella tan piadosa mujer,
y por sus oraciones le alcanzó la vida. Pues, ¿qué gozo sentirá
tu ánima cuando aquellos bienaventurados espíritus te tomen en
medio y, puestos ante el divino consistorio, prediquen tus buenas
obras y cuenten por su orden tus limosnas, tus oraciones, tus ayunos,
la inocencia de tu vida, el sufrimiento de las injurias, la paciencia
en los trabajos, la templanza en los regalos, con todas las otras
virtudes y buenas obras que hiciste? ¡Oh cuánta alegría recibirás
en aquella hora por todo el bien que hubieres hecho, y cómo
conocerás allí el valor y excelencia de la virtud! Allí el varón
obediente hablará victorias, allí la virtud recibirá su premio, y
el bueno será honrado según su merecimiento.
Demás
desto, ¿qué gozo será aquel que recibirás cuando, viéndote en
aquel puerto de tanta seguridad, vuelvas los ojos al curso de la
navegación pasada, y veas las tormentas en que te viste y los
estrechos por do pasaste y los peligros de ladrones y cosarios de que
escapaste? Allí es donde se canta aquel cantar del profeta, que
dice: «Si no fuera porque el Señor me ayudó, poco faltó para que
mi ánima fuera a parar en los infiernos.» Especialmente cuando de
allí veas tantos pecados como cada hora se hacen en el mundo, tantas
ánimas como cada día descienden al infierno, y cómo entre tanta
muchedumbre de perdidos quiso Dios que tú fueses del número de los
ganados y de aquéllos a quien hubiese de caber tan dichosa suerte.
¿Qué
será, sobre todo esto, ver las fiestas y triunfos que cada día se
celebran con los nuevos hermanos que, vencido ya el mundo y acabado
el curso de su peregrinación, entran a ser coronados con ellos? ¡Oh,
qué gozo se recibe de ver restaurarse aquellas sillas, y edificarse
aquella ciudad, y repararse los muros de aquella noble Jerusalén!
¡Con cuán alegres brazos los recibe toda aquella corte del cielo,
viéndolos venir cargados de los despojos del enemigo vencido! Allí
entrarán con los varones triunfantes también las mujeres
vencedoras, que juntamente con el siglo vencieron la flaqueza de su
condición. Allí entrarán las vírgenes inocentes martirizadas por
Cristo, con doblado triunfo de la carne y del mundo, con guirnaldas
de azucenas y rosas en sus cabezas. Allí también muchos mozos y
niños, que sobrepujaron la ternura de sus años con discreción y
virtudes, entran cada día a recibir el premio de su pureza virginal.
Allí hallan a sus amigos, conocen a sus maestros, reconocen a sus
padres, abrázanse y danse dulce paz, y reciben la norabuena de tal
entrada y tal gloria. ¡Oh, cuán dulcemente sabe entonces el fruto
de la virtud, aunque un tiempo parecían amargas sus raíces! Dulce
es la sombra después del retesero del medio día, dulce la fuente al
caminante cansado, dulce el sueño y reposo al siervo trabajador,
pero muy más dulce es a los santos la paz después de la guerra, la
seguridad después del peligro, y el descanso perdurable después de
la fatiga de los trabajos pasados.
¿Qué
será, sobre todo esto, ver las fiestas y triunfos que cada día se
celebran con los nuevos hermanos que, vencido ya el mundo y acabado
el curso de su peregrinación, entran a ser coronados con ellos? ¡Oh,
qué gozo se recibe de ver restaurarse aquellas sillas, y edificarse
aquella ciudad, y repararse los muros de aquella noble Jerusalén!
¡Con cuán alegres brazos los recibe toda aquella corte del cielo,
viéndolos venir cargados de los despojos del enemigo vencido! Allí
entrarán con los varones triunfantes también las mujeres
vencedoras, que juntamente con el siglo vencieron la flaqueza de su
condición. Allí entrarán las vírgenes inocentes martirizadas por
Cristo, con doblado triunfo de la carne y del mundo, con guirnaldas
de azucenas y rosas en sus cabezas. Allí también muchos mozos y
niños, que sobrepujaron la ternura de sus años con discreción y
virtudes, entran cada día a recibir el premio de su pureza virginal.
Allí hallan a sus amigos, conocen a sus maestros, reconocen a sus
padres, abrázanse y danse dulce paz, y reciben la norabuena de tal
entrada y tal gloria. ¡Oh, cuán dulcemente sabe entonces el fruto
de la virtud, aunque un tiempo parecían amargas sus raíces! Dulce
es la sombra después del retesero del medio día, dulce la fuente al
caminante cansado, dulce el sueño y reposo al siervo trabajador,
pero muy más dulce es a los santos la paz después de la guerra, la
seguridad después del peligro, y el descanso perdurable después de
la fatiga de los trabajos pasados.
Ya
son acabadas las guerras, ya no hay más por qué andar armados a la
diestra y a la siniestra. Armados subieron los hijos de Israel a la
tierra de promisión; mas, después de conquistada la tierra,
arrimaron sus lanzas y dejaron las armas, y olvidados ya todos los
temores y alborotos de guerra, cada uno a la sombra de su parra y de
su higuera, gozaban del ocio y de los frutos de la dulce paz. Ya
pueden allí dormir los ojos, cansados de las continuas vigilias. Ya
puede descenderse de su estancia el profeta velador, que fijaba sus
pies sobre el lugar de la guarnición. Ya puede reposar el
bienaventurado padre Jerónimo, que juntaba las noches con los días
hiriendo sus pechos en la oración, peleando animosamente contra las
fuerzas importunas de la antigua serpiente. No suenan allí jamás
las armas temerosas del enemigo sangriento; no tienen allí lugar las
astucias de la culebra enroscada; no llega aquí la vista del
ponzoñoso basilisco, ni se oirá allí el silbo de la antigua
serpiente, sino el silbo del aire del Espíritu Santo donde se vea la
gloria de Dios. Ésta es la región de paz y seguridad puesta sobre
todos los elementos, donde no llegan los nublados y torbellinos del
aire tenebroso.
Hijos
de Adán, linaje de hombres miserablemente ciego y engañado, ovejas
descarriadas y perdidas: si ésta es vuestra majada, ¿tras qué
andáis, qué hacéis, cómo dejáis perder un tan grande bien por
tan pequeño trabajo? Si para esto son menester trabajos, desde aquí
os llamo a todos los trabajos del mundo, que vengáis a dar sobre mí.
Lluevan sobre mí dolores, fatíguenme enfermedades, aflíjanme
tribulaciones, persígame uno, inquiéteme otro, conjuren contra mí
todas las criaturas, sea yo hecho oprobio de los hombres y desecho
del mundo, desfallezca en dolor mi vida, y mis años con gemidos, con
tanto que después desto venga yo a descansar en el día de la
tribulación, y merezca subir a aquel pueblo guarnecido y hermoseado
desta gloria.
Anda,
pues, ahora, loco amador del mundo, busca títulos y honras, edifica
recámaras y palacios, ensancha términos y heredades, manda si
quieres a reinos y mundos, que nunca serás por eso tan grande como
el menor de los siervos de Dios, que recibe lo que el mundo no puede
dar y goza de lo que para siempre ha de durar. Tú, con tus pompas y
riquezas, serás con el rico glotón sepultado en el infierno; y
éste, con el pobre Lázaro, será por los ángeles llevado al seno
de Abrahán.
El siguiente video contiene toda la prédica anterior: De la Gloria de los Bienaventurados.
VIDEO
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.