Prédica:
"De las penas del Infierno"
Fray Luis de Granada
Bastaba
la menor parte deste galardón para mover nuestros corazones a mucho
más aún de lo que nos manda Dios. ¿Pues qué será si con la
grandeza desta gloria juntamos también la grandeza de la pena que
está a los malos aparejada? Porque no se puede aquí el malo
consolar diciendo: «Si fuere malo, todo lo hace no ir a gozar de
Dios; en lo demás no tendré pena ni gloria; no me queda qué
padecer.» No es así, sino que forzadamente nos ha de caber unas
destas dos suertes tan desiguales, que o habemos de ser compañeros
de los ángeles, o compañeros de los demonios; o habemos de reinar
para siempre con Dios, o arder para siempre en el infierno. Porque no
se da medio entre estos dos extremos, excepto el purgatorio. Éstos
son en figura aquellas dos canastas que mostró Dios al profeta
Jeremías ante las puertas del templo: la una llena de higos buenos,
y en gran manera buenos, y la otra de higos malos, y tan malos, que
por ninguna vía se podían comer de malos. Las cuales significan dos
diferencias de personas: unas, con que Dios ha de usar de
misericordia, que son todos los escogidos; y otras, con quien ha de
usar de justicia, que son todos los reprobados. Y la suerte de los
unos es tan dichosa, y la de los otros tan desdichada, que ningún
linaje de palabras basta para explicar la grandeza destos dos
extremos tan distantes. Porque, dejadas aparte las otras
consideraciones, la suerte de los buenos es un bien universal en
quien están todos los bienes, y por el contrario, la de los malos un
mal universal que abraza y comprende en sí todos los males.
¿Cielo o Infierno? |
Para
lo cual es de saber que todos los males desta vida son males
particulares. Y por eso no atormentan generalmente todos nuestros
sentidos, sino uno solo, o algunos. Y poniendo ahora ejemplo en las
enfermedades corporales, vemos que hay un mal de ojos, otro de oídos,
otro de corazón, otro de estómago, otro de vientre, y así otros
desta cualidad. Ninguno destos males es universal de todos los
miembros, sino particular de alguno dellos. Y con todo esto, vemos la
pena que da un solo mal de éstos, y la mala noche que pasa un
doliente con cualquiera dellos, aunque no sea más que un dolor de un
diente o de una muela. Pues pongamos ahora caso que algún hombre
estuviese padeciendo un mal tan universal, que no le dejase miembro,
ni sentido, ni coyuntura sin su propio tormento, sino que en un mismo
tiempo estuviese padeciendo agudísimos dolores en la cabeza y en los
ojos y en los oídos y en los dientes y en el estómago y en el
hígado y en el corazón, y, por abreviar, en todos los otros
miembros y coyunturas de su cuerpo, y que así estuviese tendido en
una cama, cociéndose en estos dolores y teniendo para cada uno de
los miembros su propio verdugo. El que desta manera estuviese
penando, ¿qué tan grande trabajo te parece que pasaría, o qué
cosa podría ser más miserable y más para haber piedad? A un perro
de la calle que vieses desta manera penar, te pondría lástima y
compasión. Pues esto es, hermano mío, si alguna comparación se
puede hacer, lo que no por una noche, sino eternalmente se padece en
aquel malaventurado lugar.
Penas eternas |
Porque
así como los malos, con todos sus miembros y sentidos ofendieron a
Dios, y de todos hicieron armas para servir al pecado, así ordenará
él que todos sean allí atormentados y que cada uno dellos pene con
su propio tormento. Allí, pues, los ojos deshonestos y carnales
serán atormentados con la visión horrible de los demonios; los
oídos, con la confusión de las voces y gemidos que allí sonarán;
las narices, con el hedor intolerable de aquel sucio lugar; el gusto,
con rabiosísima hambre y sed; el tacto y todos los miembros del
cuerpo, con frío y fuego incomportable; la imaginación padecerá
con la aprehensión de los dolores presentes, la memoria con la
recordación de los placeres pasados, el entendimiento con la
consideración de los bienes perdidos y de los males advenideros.
Tormentos particulares |
Esta
muchedumbre de penas nos significa la escritura divina cuando dice
que en el infierno habrá hambre, sed y llanto, y crujir de dientes,
y cuchillo dos veces agudo, y espíritus criados para venganza, y
serpientes, y gusanos, y escorpiones, y martillos, y ascensios, y
agua de hiel, y espíritu de tempestad, y otras cosas semejantes, por
las cuales se nos figura la muchedumbre y terribleza espantosa de los
tormentos de aquel lugar. Allí también habrá aquellas tinieblas
interiores y exteriores para cuerpos y ánimas, muy más oscuras que
las de Egipto, que se podían palpar con las manos. Allí habrá
fuego, y no como el de acá, que atormenta poco y acaba presto, sino
como conviene para aquel lugar, que atormente mucho y nunca acabe de
atormentar.
Lugar de llanto y crujir de huesos |
Pues
si esto es verdad, ¿cómo se compadece que, los que esto creen y
confiesan, vivan con tan extraño descuido? ¿A qué trabajos no se
pondría un hombre por excusar un solo día, y una hora que fuese,
del menor destos tormentos? ¿Pues cómo por evitar una eternidad de
males, y tan grandes males, no se ponen a un tan pequeño trabajo
como es el de la virtud? Cosa es ésta para sacar de juicio a quien
profundamente la considerase.
O la Cruz en este mundo o el Infierno en el otro |
Y
si entre tanta muchedumbre de penas hubiese alguna esperanza de
término o de alivio, aun sería esto alguna manera de consuelo. Mas
no es así, sino que de todo en todo están allí cerradas las
puertas a todo género de alivio y de esperanza. En todas cuantas
maneras de trabajos hay en esta vida, siempre queda algún resquicio
por donde pueda recibir el que padece algún linaje de consuelo. Unas
veces la razón, otras el tiempo, otras los amigos, otras la
compañía del mal de muchos, otras a lo menos la esperanza del fin,
consuelan al que padece. Mas en sólo este mal están de tal manera
cerrados todos los caminos y tomados todos los puertos de
consolación, que de ninguna parte pueden los miserables esperar
remedio: ni del cielo, ni de la tierra, ni de lo pasado, ni de lo
presente, ni de lo venidero, ni de otra alguna parte, sino de todas
parece que les tiran saetas, y que todas las criaturas han conjurado
contra ellos, y ellos mismos son crueles contra sí.
Éste
es aquel aprieto de que se quejan los malaventurados por el profeta
diciendo: «Cercádome han dolores de muerte, y dolores de infierno
me han cercado», porque a cualquier parte que vuelvan y revuelvan
los ojos, siempre ven causas de dolores, y ninguna de consolación.
«Entraron -dice el evangelista- las vírgenes que estaban
apercibidas al palacio del esposo, y luego se cerró la puerta.» ¡Oh
cerradura perpetua, oh clausura inmortal, oh puerta de todos los
bienes, que nunca te abrirás jamás! Como si más claramente dijera:
Cerrada está la puerta del perdón, de la misericordia, del
consuelo, de la intercesión, de la esperanza, de la gracia, del
merecimiento, y de todos los bienes. Seis días no más se coge el
maná, y al séptimo día, que es el sábado, no se halla, y por eso
ayunará para siempre quien con tiempo no se proveyó. «Por temor
del frío -dice el Sabio- no quiso arar el perezoso, y por esto
andará a mendigar en el verano, y no le darán.» Y en otro lugar:
«El que allega en el verano es hijo discreto, y el que entonces se
echa a dormir, hijo de confusión.»
El rico Epulón y el pobre Lázaro |
¿Qué
mayor confusión que la que padece aquel miserable rico avariento, el
cual, con las migajuelas de pan que se le caían de la mesa pudiera
comprar la hartura del cielo, y que, por no haber querido dar esta
poquedad viniese a tal extremo de pobreza, que pidiese y pida para
siempre una sola gota de agua, y no se la den? ¿A quién no mueve
aquella petición del malaventurado que dice: «Padre Abrahán, ten
compasión de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta del dedo
en agua y me toque en la lengua, porque me atormenta esta llama»
¿Qué más escasa petición se pudiera pedir que ésta? No se
atrevió a pedir un solo jarro de agua, ni aun siquiera que mojase
toda la mano en agua, y lo que más es de maravillar, ni aun todo el
dedo, sino sólo la punta del dedo, para tocarle la lengua, y aun
esto no se le concedió. Por donde verás cuán cerrada está la
puerta de todo consuelo, y cuán universal es aquel entredicho y
descomunión que está puesta a los malos, pues aun esto no se
alcanza. De suerte que a doquiera que volvieren los ojos, a doquiera
que extendieren las manos, ningún consuelo hallarán, por pequeño
que sea. Y así como el que se está ahogando en la mar, sumido ya
debajo las aguas, que no halla sobre qué hacer pie, y tiende muchas
veces las manos a todas partes en vano porque todo lo que aprieta es
agua líquida y deleznable que le burla y engaña, así acaecerá
allí a los malaventurados cuando estén ahogándose en aquel piélago
de tantas miserias, agonizando y batallando siempre con la muerte,
sin tener arrimo ni consuelo sobre que puedan estribar.
Ésta
es, pues, la mayor de las penas que en aquel malaventurado lugar se
padecen. Porque si estas penas hubieran de durar por algún tiempo
limitado, aunque fuera mil años, o cien mil años, o cien mil
millones de años, aun esto fuera algún linaje de consuelo, porque
ninguna cosa es cumplidamente grande si tiene fin. Mas no es así,
sino que sus penas compiten con la eternidad de Dios, y la duración
de su miseria con la duración de la divina gloria. En cuanto Dios
viviere, ellos morirán, y cuando Dios dejare de ser el que es,
dejarán ellos de ser lo que son. ¡Oh vida mortífera, oh muerte
inmortal! No sé cómo te llame, si vida, si muerte. Si eres vida,
¿cómo matas? Y si eres muerte, ¿cómo duras? Ni te llamaré lo uno
ni lo otro, porque en lo uno y en lo otro hay algo de bien. En la
vida hay descanso, y en la muerte término, que es grande alivio de
los trabajos. Tú ni tienes descanso ni término. Pues, ¿qué eres?
Eres lo malo de la vida y lo malo de la muerte, porque de la muerte
tienes el tormento sin el término, y de la vida la duración sin el
descanso. Despojó Dios a la vida y a la muerte de lo bueno que
tenían, y puso en ti lo que restaba, para castigo de los malos. ¡Oh
amarga composición, oh purga desabrida del cáliz del Señor, del
cual beberán todos los pecadores de la tierra!
El Infierno de los Condenados |
Pues
en esta duración, en esta eternidad querría yo, hermano mío, que
hincases un poco los ojos de la consideración, y que como animal
limpio rumiases ahora este paso dentro de ti. Y para que mejor esto
hagas, ponte a considerar el trabajo que pasa un enfermo en una mala
noche, especialmente si le aqueja algún grande dolor o alguna
enfermedad aguda. Mira qué de vuelcos da en aquella cama, qué
desasosiego tiene consigo, qué tan larga le parece aquella noche,
qué hace de contar las horas del reloj, y cuán grande le parece
cada una. Y todo se le va en desear la luz de la mañana, que tan
poca parte ha de ser para curar su mal, pues si éste se tiene por
tan grande trabajo, ¿cuál será el de aquella noche eterna que no
tiene mañana ni espera el alba del día? ¡Oh oscuridad profunda, oh
noche perpetua, oh noche maldita por boca de Dios y de sus santos,
que deseas la luz y no la verás, ni el resplandor de la mañana que
se levanta! Pues mira ahora qué linaje de tormento sea vivir para
siempre en tal noche como ésta, acostado, no en una cama blanda como
lo está un doliente, sino en un horno de llamas tan terribles. ¿Qué
espaldas bastarán para sufrir estos ardores? ¿Qué corazón no se
despedazará con la continuación deste tormento? «¿Quién de
vosotros -dice Dios por su profeta- podrá morar con aquel fuego
tragador y hacer vida con aquellos ardores eternos? ¡Oh cosa para
temer! Si sólo poner la punta del dedo sobre un ascua por espacio de
sola un avemaría parece cosa intolerable, ¿qué será estar en
cuerpo y en anima ardiendo en aquellos fuegos tan vivos, que los
desta vida, comparados con ellos, no son más que pintados? ¿Hay
juicio en la tierra? ¿Tienen seso los hombres? ¿Entienden qué
quieren decir estas palabras? ¿Creen que esto es fábula de poetas?
¿Piensan que esto les toca a ellos, o que se dice por otros?» Nada
desto ha lugar que se diga, pues clama en su evangelio aquella eterna
Verdad diciendo: «El cielo y la tierra faltarán, mas mis palabras
no faltarán.
El Reino de las Tinieblas |
El siguiente video contiene toda la prédica anterior: "De las Penas del Infierno"
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