DE LA GLORIA
Meditación
29 de San Alfonso María de Ligorio
San Alfonso María de Ligorio nos dice en su Meditación 29: "De la Gloria", de la feliz y eterna dicha que disfrutará aquél que en la tierra ha sufrido con paciencia todas la tribulaciones que Dios le ha enviado y ha sabido unirlos a la dolorosa pasión que nuestro Señor Jesucristo sufrió para redimir a todo el género humano. Todo sufrimiento en este mundo, por muy grande que sea, tolerado por amor a Cristo nos conducirá, después de la muerte, a una gloria felicísima, en donde no hay ni sombra de preocupación, donde esta Dios colmando de gozo inenarrable a las almas que ama. Ahí no hay nada desagradable y solo hay bienes que deleitan y embriagan a las almas al contemplar el santo rostro de Dios. En el cielo se derrama el gran amor de Dios sobre todos sus habitantes: ángeles y almas santas; Cristo y la Santísima Virgen María constituyen la eterna consolación y alegría de aquellos que en la tierra siempre los tuvieron presentes en su mente y corazón, amándolos en el prójimo, en los más pequeños y miserables de la tierra. Ni los santos que han sido arrebatados al cielo ha sabido describir con palabras el gozo inefable que tienen los bienaventurados que gozan de aquella patria feliz; si Dios determinará que alguno de ellos volviera a la tierra, lo aceptaría por obedecer a Dios, pero estaría muy triste y ansioso esperando la muerte, no quisiera disfrutar los bienes perecederos de este mundo para no perder a Dios y los bienes del otro.
Gozos sin fin, disfrutando del amor de Dios y su cielo empíreo. |
Se
tienen tantos deleites para todos los sentidos en el cielo que no les
llevan a olvidarse de Dios, sumo bien y superior gozo al contemplarlo
cara a cara, al amarlo intensamente por sus perfecciones infinitas,
por el amor grandísimo que muestra a todos los que con Él habitan
en su santísimo reino. Si Dios mostrara su rostro a los condenados
en el infierno, el infierno dejaría de ser infierno para ellos, aún
sufriendo los atroces tormentos en sus sentidos; esa es la mayor pena
para los condenados: no ver jamás el bondadoso rostro de Dios y sus
perfecciones infinitas. Las almas en el Purgatorio sufren
pacientemente para purificarse e ir al cielo, nuestro Señor
Jesucristo les ha mostrado su gloria divina, como la mostró en el
monte Tabor a sus apóstoles elegidos, para que con el recuerdo de Él
purifiquen con alegría sus almas manchadas por los pecados
perdonados en la confesión y que aún tienen la culpa de daño; a
los que son condenados al infierno el sumo Juez no muestra su gloria
divina, pues ahí es lugar de tormentos sin fin y no lugar de
deleites, por recordar a Dios. Aunque no es posible, si a una alma se
le diera a decidir entre salvarse y no ver nunca a Dios y condenarse
y ver a Dios, preferiría condenarse y ver siempre a Dios, aún
sufriendo las atroces llamas y demás infernales suplicios. Así es
el Purgatorio, pero solo con el recuerdo de Dios; las almas sufren
suplicios similares a los que se padecen en el infierno, pero el
recuerdo de la visión de Dios les mantiene en la esperanza de ir al
cielo cuando estén perfectamente purificadas, incluso hay almas que
se creen condenadas si reciben ese castigo, por sus pecados, al no
recordar que se salvan; el que se arrepiente sinceramente de sus
pecados, le pide perdón a Dios por las ofensas que le hizo y
encomienda su alma a la misericordia divina, se salva; más no espere
salvación el que no confesó sus pecados mortales a un sacerdote y o
que jamás se arrepintió de sus pecados.
Su infierno dejaría de ser infierno, si Dios le mostrara su rostro, solo así tendría esa expresión de paz soportando los suplicios infernales. |
Dios, Trinidad Santísima, derramando su amor sobre todos los ángeles y bienaventurados de la ciudad celestial. |
En
el cielo el bienaventurado tiene la completa seguridad de ser amado
por Dios, de nunca perderle, de estar abismado en el amor divino.
Conocerá el grande amor que Dios le mostró en vida para ayudar a
salvarlo, de los castigos que Dios tuvo que permitir para hacer que
su alma recobrara el sentido del amor divino. Sabe que muchas almas
en el infierno están ahí por culpas menores a las suyas y
agradecerá a Dios eternamente por la gracia concedida para lograr
apartarle de los caminos del pecado. Siempre feliz en el cielo...
embriagado por el amor de Dios y sus divinos consuelos. Los bienes
terrenales los considera como nada, comparados con los que goza en el
cielo... los palacios de este mundo son como simples chozas
comparados con los que hay en las moradas eternas. Por la posesión
de Dios y de su cielo muchos santos y mártires fueron capaces de
soportar los más atroces tormentos que los tiranos de este mundo
pudieron inventar... aún los tormentos de sus verdugos son poco
comparados con los que se sufren por siempre en el infierno... ¡no
podían permitirse perder sus almas y aborrecer a un Dios que es todo
bondad con los que lo aman!.
El mártir cristiano con su sangre compra su entrada inmediata al cielo, para ir a agradecer a Cristo por haberlo salvado de la condenación en el infierno. |
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