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jueves, 22 de febrero de 2018

Las Veinte Divinas Promesas". Revelaciones de Santa Brígida de Suecia

Las Veinte Divinas Promesas





"Christ on the Cross" - Anthonis van Dyck 081






Santa Brígida de Suecia


Santa Brígida de Suecia, hija de la princesa de sangre real de Suecia, Birgir, nació por el año de 1302 de padres muy piadosos.

Sus revelaciones y otras gracias celestiales hicieron de ella una verdadera Santa.

Brígida practicaba y meditaba diariamente en la vida y sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo.




LAS PROMESAS


El crucifijo prometió a Brígida los siguientes privilegios, con la condición de que ella fuera fiel a la diaria recitación del santo oficio. Y se garantiza también a todo aquél que diga las oraciones devotamente cada día por el espacio de un año. He aquí las promesas:

1.- Cualquiera que recite las oraciones, obtendrá el grado máximo de perfección.

2.- Quince días antes de su muerte, tendrá un conocimiento perfecto de  todos sus pecados y una contrición profunda de todos ellos.

3.-  Quince días antes de su muerte, le daré mi precioso Cuerpo a fin de que escape al hambre eterna; le daré a beber mi preciosa Sangre,  para que no permanezca sediento eternamente.

4.- Libraré del Purgatorio a quince almas de su familia.

5.- Quince almas de su familia serán confirmadas y preservadas en gracia.

6.- Quince pecadores de su familia se convertirán.

7.- Haz de saber que cualquiera que haya vivido en este estado de pecado mortal por treinta años, pero recita o tiene la intención de recitar estas oraciones devotamente, Yo, el Señor le perdonaré todos sus pecados.

8.- Si ha vivido haciendo su propia voluntad durante toda su vida y está para morir al día siguiente, prolongará su existencia.

9.- Obtendrá todo lo que le pida a Dios y a la Santísima Virgen.

10.- En cualquier parte donde estén diciendo las oraciones, o donde se digan, Dios estará presente por su gracia.

11.- Todo aquél que enseñe estas oraciones a los demás, ganará incalculables méritos y su gloria será mayor en el cielo.

12.- Por cada vez que se reciten estas oraciones, se ganarán cien días de indulgencias.

13.- Su alma será liberada de la muerte eterna.

14.- Goza de la promesa de que será contado entre los bienaventurados del cielo.

15.- Los defenderé contra las tentaciones del mal.

16.- Preservaré y guardaré sus cinco sentidos.

17.- Lo preservaré de una muerte repentina.

18.- Yo colocaré mi Cruz victoriosa ante él para que venza a los enemigos de su alma.

19.- Antes de su muerte vendré con  mi amada Madre.

20.- Recibiré muy complacido su alma y lo conduciré a los gozos eternos. Y habiéndolo llevado allí, le daré a beber de la fuente de mi divinidad.




Las Veinte divinas promesas


En 1862 el Papa Pio IX bendijo las revelaciones de Jesús a Santa Brígida, y el año siguiente el Gran Congreso de Malines las recomendó.

Estas meditaciones de origen divino, fueron fuente de piadosas prácticas espirituales de muchas generaciones de católicos que quisieron seguir las huellas de nuestro Salvador, y así retratarlo en sus almas.


Imprímase
Septiembre 23, 1940, V. Germond, Vicario General













Oración

Para empezar invoquemos al dulce Huésped de nuestras almas

Señal de la Cruz

V. Ven Espíritu Santo,  llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
V. Envía tu Espíritu y todo será creado,
R. Y renovarás la faz de la tierra.

Oremos

Oh, Dios, que instruiste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos que animados y guiados por este mismo Espíritu, aprendamos a obrar rectamente siempre, y gocemos de la dulzura del bien de sus divinos consuelos. Por Cristo nuestro Señor. Así sea.






Primera Oración
(Padre Nuestro – Ave María)











¡Oh Jesús mío! ¡Oh eterna dulzura para los que te amamos! ¡Oh gozo supremo que supera todo gozo y deseo! ¡Oh salvación y esperanza de nosotros! ¡viles pecadores! Infinitas pruebas nos has dado de que tu mayor deseo es estar siempre con nosotros; y fue este el sublime deseo; ¡oh bendito amor! el que te llevó a asumir la naturaleza humana. ¡Oh Verbo encarnado!  recuerda aquella Santa Pasión que abrazaste por nosotros,  y para cumplir con el divino plan de reconciliación de Dios con su criatura.

Recuerda Señor tu última cena, cuando rodeado de tus discípulos, y después de haberles lavado los pies, les diste tu precioso Cuerpo y Sangre. Recuerda también cuando tuviste que consolarlos al anunciarles tu ya próxima Pasión.

Es en el huerto de los Olivos, oh Señor, donde se escenificaron los peores momentos de tu Sagrada Pasión: porque fuiste invitado por la más infinita de las tristezas y por la más dolorosa de las amarguras,  y que te llevaron a exclamar todo lleno de horror y de angustia: “¡Mi alma está triste hasta la muerte!”… Tres horas duró tu agonía en aquél jardín; y todo el miedo, angustia y dolor que padeciste allí, ¡fueron tan grandes! que te causó sudar sangre copiosamente.

Aquello escapaba a toda descripción, hasta tal punto que sufriste más allí que en el resto de tu Pasión, porque ante tus divinos ojos desfilaron aquellas temibles visiones de los pecados que se cometieron desde Adán y Eva hasta aquellos mismos instantes, y los pecados que se estaban cometiendo en aquellos momentos por toda la faz de la tierra,  y los que se cometerían en el futuro, ¡siglos enteros! ¡hasta la consumación de los tiempos!. Pero, ¡oh amor que todo lo vence!  a pesar de tu temor humano, así contestaste a tu Padre: “¡No se haga mi voluntad, sino la tuya!” e inmediatamente, tu Padre envió aquél precioso Ángel para confortarte…

Tres veces oraste, y al final llegó tu discípulo traidor, Judas. ¡Cuánto te dolió aquello!.

Fuiste arrestado por el pueblo de aquella nación que Tu mismo habías escogido y exaltado. Tres jueces te juzgaron,  falsos testigos te acusaron, cometiendo la humanidad el acto más injusto de su historia: ¡condenando a muerte a su Autor y Redentor! ¡a Aquél que venía a regalarnos la vida eterna!

Y te despojaron de tus vestiduras y te cubrieron los ojos… e inmediatamente aquellos soldados romanos comenzaron a abofetearte, y llenarte de escupitajos, y golpes llovieron contra tu delicado cuerpo.

Y te retaban a que les dijeras quién era el que te lo hacía. De repente, aquella corona de espinas te la incrustaron en la cabeza mutilándotela de mala manera ¡rompiendo carne, venas y nervios! para contemplar la mofa a tu condición de Rey, te dieron un cetro: una vulgar caña te colocaron en tus sagradas manos.

Oh, sublime enamorado de nuestras almas, recuerda también cuando te ataron a la columna. ¡Cómo te flagelaron aquella gente!… No quedó lugar alguno en tu maravilloso cuerpo que no quedara destrozado bajo los golpes de los látigos. Otro cuerpo humano hubiese muerto con menos golpes. La escena era terrible: ¡huesos y costillas podían verse! ¡cuánta furia desatada contra el Hombre-Dios!. Oh Jesús mío, en memoria de aquellos crueles tormentos que padeciste por mi antes de la crucifixión, concédeme antes de morir,  un verdadero arrepentimiento de mis pecados, que pueda satisfacer por ellos, que haga una santa confesión, te reciba el velo eucarístico, y así alimentada mi alma, vuele yo hacia Ti. Así sea.







Segunda Oración
(Padre Nuestro–Ave María)











Oh salud y alimento de mi alma, libertad verdadera de ángeles y santos,  ¡Paraíso de delicias! recuerda el horror y la tristeza que sufriste camino al lugar donde te aguardaba una cruz, cuatro clavos y los verdugos, cuando toda aquella turba se apretujaba a tu paso, y te golpeaban e insultaban impunemente, haciéndote víctima de las más espantosas crueldades. Pero más te dolía la ingratitud de ellos que los golpes que te infligían, pues era precisamente por ellos y por todo el género humano, que llevabas aquella Cruz sobre tus hombros destrozados.

Por todos aquellos tormentos y ultrajes, y por las blasfemias proferidas contra Ti, te ruego ¡oh dueño de mi alma! que me libres de mis enemigos, visibles e invisibles, y que bajo tu protección logre yo tal perfección y santidad, que merezca entrar en tu Reino. Así sea.






Tercera Oración
(Padre Nuestro–Ave María)











¡Oh dueño de mi existencia! Tú que siendo el Creador del Universo, del Cielo y de la Tierra, de ángeles y hombres, a quien nada puede abarcar o limitar y que todo lo envuelves y sostienes con tu amoroso poder, sin embargo te dejaste matar por tu obra maestra, el hombre, para justificarle ante Ti mismo.

Recuerda cada dolor sufrido, cada tormento soportado por nuestro amor, como cuando los judíos, con enormes clavos taladraron tus sagradas manos y pies. ¡Qué espantosa escena se produjo cuando con indescriptible crueldad, tu cuerpo tuvo que ser estirado sobre la Cruz para que tus manos y pies llegaran hasta los agujeros previamente abiertos en el madero! ¡Con cuánta furia agrandaron aquellas abiertas heridas! ¡Cómo agregaron dolor al dolor, cuando tuvieron que estirar tus sagrados miembros violentamente en todas direcciones! ¡Oh varón de dolores!, recuerda cuando tus músculos y tendones eran estirados sin misericordia, y tus venas se rompían, y tu piel virginal se desgarraba horriblemente, y todos tus huesos eran dislocados… !

Oh Cordero divino, en memoria de todo lo ocurrido en la colina del Gólgota, te ruego me concedas la gracia de amarte y temerte cada día más y más. Así sea.





Cuarta Oración
(Padre Nuestro–Ave María)










Oh divino mártir de amor, oh médico celestial que te dejaste suspender en la Cruz para que por tus heridas las nuestras fueran curadas, recuerda cada una de aquellas heridas y la tremenda debilidad de tus miembros que fueron distendidos hasta tal punto que jamás ha habido dolor semejante al tuyo. Desde la cabeza a los pies eras todo llaga, todo dolor, todo sufría, eras una masa rota y sanguinolenta,  y aún así llegaste, para sorpresa de tus verdugos, a suplicar a tu Padre eterno perdón para ellos ¡porque no sabían lo que hacían!.

Oh Cristo bendito, en memoria de esta gran misericordia que tuviste, que muy bien pudiste lanzar a todo aquel mundo malvado a los abismos infernales con un solo acto de tu poderosa voluntad, por aquella tan grande misericordia que superó a tu justicia divina, concédeme una contrición perfecta y la remisión total de mis pecados, desde el primero hasta el último, y que jamás vuelva a ofenderte. Así sea.








Quinta Oración
(Padre Nuestro–Ave María)










Oh Jesús, oh esplendor de la eternidad, recuerda que cuando contemplaste en la Luz de tu Divinidad las almas de los predestinados que serían rescatados por los méritos de tu sagrada Pasión, también viste aquella tremenda multitud que sería condenada por sus pecados. ¡Cuánto te quejaste por ellos! te compadeciste, mi buen Jesús, hasta de aquellos réprobos, de aquellos desafortunados pecadores que no lavarían sus almas con tu sangre, ni las alimentarían con tu carne eucarística. Por tu infinita compasión y piedad, y acordándote de tu promesa al buen ladrón al decirle que aquél mismo día estaría contigo en el Paraíso, oh salud y alimento de mi alma, muéstrame esta misma misericordia en la hora de mi muerte. Así sea.







Sexta Oración
(Padre Nuestro–Ave María)











Oh bien mío, Rey muy amado y deseado por mi corazón, recuerda aquella infinita aflicción que padeciste cuando te suspendieron en la Cruz, casi desnudo y tratado como si fueras un criminal común. ¡Oh manirroto, cómo te dolió el ver que tus familiares y amigos te desertaron! pero allí estaba María y Juan, permanecieron contigo hasta el último suspiro.

No importando que toda naturaleza humana agonizando estaba, y para colmo de tu inmenso amor por nosotros, nos hiciste aquel precioso regalo: ¡nos diste a María como Madre! ¿Cuánto te debo, amado mío, por este sublime regalo? solo tuviste que decir a María: “Mujer, he ahí a tu hijo”; y a Juan: “He ahí a tu Madre”…

Oh Rey de la Gloria, por la espada de dolor que atravesó el alma de tu Inmaculada Madre, te ruego, oh dueño mío que te compadezcas de mí en todas mis aflicciones y tribulaciones, y que me asistas en cada prueba, especialmente en la hora de mi muerte. Así sea.









 Séptima Oración
(Padre Nuestro–Ave María)











¡Oh Rey de Reyes! ¡Fuente de compasión que jamás se agota! recuerda cuando sentiste aquella tremenda sed por las almas y que te llevó a exclamar desde la Cruz: “¡Tengo Sed!” Si, no solamente tenías sed física, sino sed insaciable por la salvación de la raza humana.

Por este gesto de amor por nosotros, te ruego, oh prisionero de mi amor, que inflames en mi corazón el deseo de tender siempre  hacia la perfección en todos mis actos, que extingas en mi la concupiscencia de la carne y los deseos de placeres mundanos. Así sea.






Octava Oración
(Padre Nuestro– Ave María)


    







Oh constante dulzura mía, oh deleite diario de mi espíritu, por el sabor tan amargo de aquella hiel y vinagre que te dieron a probar en lugar de agua, para aplacar tu sed física, te suplico aplaques mi sed por tu vivificadora Sangre, y mi hambre por tu redentora Carne, ahora y siempre, y que no me falte en la hora de mi muerte. Así sea.






Novena Oración
(Padre Nuestro– Ave María)











Oh Cristo bendito, oh continuo gozo de mi mente, recuerda aquellos atroces dolores y aquella tremenda soledad que te llevó a exclamar: “Padre, oh Padre mío, ¿porqué me has abandonado?” te contemplo, oh dulce autor de la vida, todo sumido en aquel mar de amargura, y noto también que tu muerte ya se acerca; pero lo que más me espanta, oh adorado mío, es ver que los judíos ¡no cesan de insultarte!, los ultrajes y blasfemias ¡parece que no tienen fin!.

A través de las angustias que padeciste en aquellos terribles momentos finales de tu pasión, te ruego, ¡Oh enamorado de mi alma! que no me abandones en mis últimos momentos, para que mi alma salvada pueda demostrarte que también vivía enamorada de Ti. Así sea.





Décima Oración
(Padre Nuestro– Ave María)











Oh Jesús, que eres principio y fin de todo lo creado, virtud, luz y verdad que para rescatarnos permitiste ser sumergido en un abismo de sufrimientos de los pies a la cabeza; y yo, en consideración a la enormidad de tu sacrificio, y por los méritos infinitos de tus sagradas heridas,  quiero consagrarme a ti, y pidiéndote estoy que me enseñes a observar, con el más puro de los amores, tus mandamientos, único camino amplio y seguro para nosotros que te amamos y que nos conducen a Ti. Así sea.






Undécima Oración
(Padre Nuestro– Ave María)










Oh Jesús mío, abismo insondable de misericordia, te ruego en memoria de tus heridas,  las cuales penetraron hasta la médula de tus huesos y hasta lo más profundo de tu ser, ¡que me apartes para siempre del pecado! ¡que no te ofenda más! reconozco con bochorno que soy un miserable pecador y que te he ofendido ¡tantas veces! que temo que tu divina justicia me condene.

No obstante, acudo presuroso a tu misericordia infinita, para que me escondas urgentemente en tus preciosas llagas, y así oculto de tu indignado rostro, pueda tu amante corazón una vez más,  lavar mis culpas con tu Sangre liberadora. De esta forma adorado mío, tu enojo e indignación cesarán. ¡Gracias!. Así sea.






Duodécima Oración
(Padre Nuestro– Ave María)












Oh Jesús, eterna verdad,  símbolo de la perfecta caridad y de la unidad,  te suplico que te acuerdes de aquella multitud de laceraciones,  de aquellas horribles heridas que te infligió la humanidad pecadora que querías salvar. Estabas hecho un guiñapo humano enrojecido por tu propia sangre. ¡Qué inmenso e intenso dolor padeciste en tu carne virginal por amor a nosotros! Oh dulzura infinita, ¿qué pudiste hacer que ya no hayas hecho por nosotros?
Ayúdame, oh Señor, a tener siempre presente ante los ojos del espíritu, un fiel recuerdo de tu Pasión, para que el fruto de tus sufrimientos se vea continuamente renovado en mi alma, y para que tu amor se agrande a cada momento más y más en mi corazón, hasta que llegue aquel feliz día en que he de verte en el Cielo, y ser uno contigo, que eres el tesoro y suma de todo gozo y bondad. Así sea.






Décima Tercia Oración
(Padre Nuestro– Ave María)













Oh dulce consuelo de mi alma, maravilloso liberador, Rey inmortal e invencible, recuerda cuando inclinando tu adorable cabeza, toda desfigurada por los golpes, la sangre y el polvo del camino, exclamaste: “Todo está consumado”… para entonces, toda tu fuerza mental y física, habíase agotado totalmente.

Por ese preciso sacrificio, y por las angustias y tormentos que padeciste antes de morir, te ruego, oh buen Jesús, que tengas misericordia de mí en la hora de mi muerte, cuando mi alma se verá asaltada por inquietudes y angustias. Que no tema nada, que te tenga a ti a mi lado y dentro de mi ser… Así sea.





Décima Cuarta Oración
(Padre Nuestro– Ave María)











Oh doliente Jesús, oh incomprensible Segunda Persona de la Trinidad, esplendor y figura de su esencia, recuerda cuando con gran voz entregaste tu alma al Padre: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” tu cuerpo estaba despedazado, y tu corazón destrozado,  ¡ay, pero tus entrañas de misericordia estaban aún abiertas para redimirlos! así expiraste, oh amor infinito.

Por tu mente ¡tan preciosa! te suplico, oh Rey de Santos y Arcángeles, que me confortes y me ayudes a resistir al mundo con sus errores, a Satanás con sus perfidias, y a la carne con sus vicios, para que así muerto a los enemigos de mi alma viva solamente para Ti. Por eso te ruego, oh sublime conquistador, que a la hora de mi muerte recibas a esta pobrecita alma que te adora, a este desterrado que solo quiere regresar a Ti. Así sea.






Décima Quinta Oración
(Padre Nuestro– Ave María)











¡Oh vencedor de la muerte! ¡Vid verdadera y fructífera! recuerda aquel torrente de sangre que brotaba de cada parte de tu bendito cuerpo, igual que la uva cuando es exprimida en el lagar. Desde el lugar de la flagelación,  y a través de las calles de Jerusalén, por toda aquella vía dolorosa, hasta la colina Sagrada, tu sangre derramada escribía las más bellas páginas de la historia del Corazón que más nos ama… ¡el tuyo!.

Recuerda cómo la tierra agradecida, pero a la vez espantada, recibía tu preciosa sangre. Toda la naturaleza de horror temblaba, y los Cielos se estremecían… los ángeles, y hasta los demonios, se sorprendían ante ¡aquella increíble escena! ¡todo un Dios moría! ¿Qué era aquello? ¿Qué sucedía? aquel primer Viernes Santo, oh Jesús, abrías el Cielo para la humanidad pecadora…

Por tres largas horas tu cuerpo colgó de la Cruz. Presentabas un aspecto doliente, triste, todo lleno de saliva, tu sangre aún manando recorriendo aquella que ya se había secado, que ya había coagulado. Y a todo esto se adhirió el polvo y la tierra del camino…

Que tristeza y dolor padecieron María y Juan al contemplar tus cabellos y barba que ahora daban la impresión que estaban compuestos de alambres, llenos de sangre y de tierra. Tus oídos y tu nariz tupidos estaban de sangre. ¡Hasta tus ojos y boca sangraban! en verdad que todos tus sentidos fueron atrozmente atormentados.

Así, inclinaste la cabeza y entregaste el Espíritu… Entonces vino Longinos y perforó tu costado, con tanta violencia, que la punta de la lanza casi sale por el otro costado. Tu corazón te lo quebraron, oh Jesús mío, ese corazón ¡que tanto nos ama! y de allí brotó sangre y agua, las últimas gotas que quedaban… Tu cuerpo colgaba cual bulto de mirra, la carne destruida, la sustancia marchita, tus huesos resecos… Es entonces que el sol y las estrellas no dieron su luz, hubieron terremotos, resucitaron muchos muertos, y la naturaleza y los elementos dieron amplio testimonio de que aquél ¡era el Hijo de Dios!.

Oh maravillosa realidad, escándalo para los infieles, ¡gozo indescriptible para los que te amamos! ese tu infinito sacrificio pagó el rescate, y al resucitar y ascender gloriosamente al Cielo, ¡dejaste bien abiertas las puertas para aquellos que quisieran seguirte! Oh Señor,  por tu amarga pasión y preciosa Sangre,  te ruego traspases mi corazón, para que mis lágrimas de amor, adoración y penitencia, sean mi alimento noche y día. Haz que me convierta totalmente a Ti, que mi corazón sea tu perpetuo lugar de reposo; que mi conversación te sea siempre agradable; y que al final de mi vida merezca que grabes, Oh Dios de amor, el Sello de Tu Divinidad en mi alma, para que tanto el Padre como el Espíritu Santo, te vean bien reproducido en mí, y poder así ser contado entre tus Santos para alabarte para siempre por toda la eternidad. Así sea.






En honor del Espíritu Santo










                    Ven Espíritu Santo,                    
                    mándanos del cielo                    
                    un rayo de tu luz                                                    
                    Ven Padre de los pobres;                
                    ven, luz del corazón,                     
                    ven a darnos tus dones.                

                    Consolador divino,    
                    amable huésped de las almas
                    y paz maravillosa.

                    Eres descanso de la fatiga,
                    fresca brisa en el calor
                    y consuelo en el llanto.

                    Ven, luz santificadora,                
                    penetra hasta lo más íntimo            
                    del corazón de los fieles.                

                    Sin tu inspiración, sin tu gracia
                    el hombre nada puede,
                    siempre triunfa el pecado.

                    Purifica nuestras manchas,                           
                    riega nuestra aridez                    
                    y cura nuestras heridas.                

                    Doblega nuestra altivez,
                    derrite la indiferencia,
                    haz recto nuestro camino.

                    Otórganos a tus fieles,                
                    que esperamos solo en Ti,                
                    tus siete sagrados dones.                    
                
                    Recompensa nuestro esfuerzo,                    
                    danos un santo fin
                    y el gozo eterno Contigo.    





                              
             
Acto de ofrecimiento al Padre por la conversión de los pecadores














Padre Eterno, por la Pasión de tu Hijo, por lo que Él sufrió, por esos dolores tan inmensos, yo me uno a esa Cruz. ¡Oh Padre mío! ¡Oh Padre Celestial;  mira las llagas de tu Hijo, y dígnate recibirlas para que las almas se abran a los toques de la gracia! que los clavos que taladraron sus manos y sus pies traspasen los corazones endurecidos por el pecado.

Que su sangre los ablande y los mueva a hacer penitencia. Que el peso de la cruz sobre los hombros de tu divino Hijo mueva a las almas a descargar el peso de los delitos en el tribunal de la penitencia. Te pido, Padre Eterno, por todas estas almas.

Por la Pasión de tu Hijo te ofrezco todos mis dolores. También te ofrezco, ¡oh Padre celestial!, esta corona de espinas de tu amado Hijo; por estos dolores te pido por los sacerdotes: que su vocación sea más grande, que sean puros, que sean buenos hijos de Dios, dignos de consagrar los santos misterios de la Santa Misa.

También te ofrezco lo que padeció tu Hijo clavado en esa Cruz, su ardiente sed y todos los demás tormentos de su agonía por todos los pecadores,  para que se arrepientan de sus culpas y para que por esa perseverancia con que tu Hijo te rogó por los mismos que le estaban crucificando y con esa humildad te pedía: “Perdónalos, que no saben lo que hacen”, te ruego que concedas a todas las almas que tengan un gran amor al prójimo y que sean fieles a tu Hijo. Si, Dios mío, te lo ruego porque Jesús me lo pide. Amén.






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 VIDEO:





Bibliografía:



Pequeño libro de las veinte divinas promesas, aprobadas para su impresión por el Vicario General V. Germond, Septiembre 23, año 1940.