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sábado, 14 de junio de 2014

El Suicidio

EL SUICIDIO



 



¿Es el suicidio un acto humano?
¿Todos los suicidas se van al infierno?
¿Es el suicidio un acto humano? Lo que debe demostrarse es la “total responsabilidad” del suicida .


¿Todos los suicidas se van al infierno?
Lo que impide a una persona entrar o no al cielo (es decir salvarse o no salvarse) es el morir en estado de gracia, o sea, sin pecado mortal.

Para que una persona cometa pecado mortal es condición necesaria:

1º que haya materia grave (este es el elemento objetivo de todo pecado),

2º que tenga conciencia plena de que es algo grave y

3º que consienta perfectamente al acto grave (estas últimas condiciones son los elementos subjetivos que se requieren para que haya un acto sustancialmente humano).

En el caso del suicidio se trata ciertamente de materia grave, pues la vida humana (la propia y la ajena) son bienes fundamentales de la persona custodiados por los mandamientos de la ley natural y por los diez mandamientos de la Ley divina.

Hay que ver luego, en cada caso particular, si la persona estaba en plena posesión de sus facultades como para hacer un acto plenamente humano.

A continuación trataré de esbozar los principios generales para poder hacer un juicio aproximado de este doloroso fenómeno (se puede consultar lo siguiente en: Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Tomo II, Parte II, cuestión 64, artículo 5; LINO CICCONE, Non Uccidere, Ed. Ares, Milán 1988, página 107; Catecismo de la Iglesia Católica, números 2280 al 2283).


1. Nociones y datos generales

El suicidio consiste propiamente en producirse la muerte a sí mismo por propia iniciativa o autoridad, ya sea mediante una acción o una omisión.

Se divide en suicidio directo e indirecto, según la muerte se intente directamente o sólo sea permitida buscando otra finalidad (como quien, intentando salvar a otra persona, arriesga su vida y muere).

Lo consideraron lícito por principios filosóficos Hume, Montesquieu, Bentham, Schopenhauer, Nietzsche, algunos estoicos como Séneca; más cercano a nuestros tiempos, el existencialismo hizo de él un valor positivo, como “la última libertad de la vida” (Jaspers). Algunos lo han defendido por cuestiones de honor patriótico, militar o personal.

Los datos estadísticos son escalofriantes, aun teniendo en cuenta que los datos oficiales son inferiores a la realidad.
La relación que suele establecerse entre suicidios efectivos e intentos de suicidio varía según los diversos autores que se consulte: unos dicen que se llega a un suicidio cada tres intentos; otros afirman que por cada suicidio hay diez intentos fallidos; por tanto, como término medio, puede decirse que por cada suicidio hay al menos cinco intentos frustrados.

Ahora bien, la OMS (Organización Mundial para la Salud) indicaba en 1976, que cada día se suicidan en el mundo 1000 personas (lo que indicaría que otras 4000 o 5000 lo intentan sin llegar a él); aproximadamente 500000 lo hacen por año (y por tanto, 2500000 quedan en el intento).


2. Juicio moral

La tradición cristiana, la doctrina del Magisterio y la reflexión teológica no han tenido ninguna duda sobre la inadmisiblidad moral del suicidio. Si ha habido alguna evolución ha sido sólo en torno a la valoración de la culpabilidad y responsabilidad subjetiva del que se suicida o intenta hacerlo.

Para no hacer un juicio erróneo, es necesario distinguir entre el juicio “objetivo” sobre el suicidio, y el juicio sobre “la responsabilidad subjetiva” del suicidio.

a) Valoración objetiva del suicidio

Como ya ha indicado Santo Tomás, el suicidio directo, objetivamente considerado, es un acto gravemente ilícito, por tres razones principales:

1º Porque es contrario a la inclinación natural (ley natural) y a la caridad por la que uno debe amarse a sí mismo.

2º Porque hace injuria a la sociedad a la cual el hombre pertenece y a la que su acto mutila: la priva injustamente de uno de sus miembros que debería colaborar al bien común.

3º Porque injuria a Dios: “la vida es un don dado al hombre por Dios y sujeto a su divina potestad que mata y da la vida. Por tanto el que se priva a sí mismo de la vida peca contra Dios, como el que mata a un siervo ajeno peca contra el señor de quien es siervo... A sólo Dios pertenece el juicio de la muerte y de la vida...” (Santo Tomás).

Pío XII lo calificó de “signo de la ausencia de la fe o de la esperanza cristiana” (discurso del 18/II/58).

El Concilio Vaticano II lo colocó con otros delitos que atentan contra la vida misma, juzgados como “cosas... vergonzosas” que “atentan la civilidad humana... y constituyen el más grave insulto al Creador” (Gaudium et spes, 27).

En la Declaración sobre la eutanasia (26/VI/80) se afirma: “La muerte voluntaria, es decir, el suicidio, es inaceptable a la par que el homicidio. Toda la doctrina del Magisterio ha sido resumida por el Catecismo Universal en los nn. 2280-2283.

La Sagrada Escritura no se ocupa de él pero es legítimo verlo incluido en el mandamiento que dice: No matar (Ex 20,13).

Ya San Agustín lo había interpretado de tal manera: “No es lícito matarse, ya que esto se debe entender como incluido en el precepto No matar, sin ningún agregado.

No matar, por tanto, ni a otro ni a ti mismo. Porque efectivamente, quien se mata a sí mismo, mata a un hombre” (De civitate Dei, I,20).


En cuanto al así llamado suicidio indirecto (es decir, quien pierde la vida a causa de otra acción, como el médico o la religiosa que se contagia gravemente atendiendo enfermos y muere por esta razón) es también ilícito, a no ser con causa gravemente proporcionada.

Aunque la acción que indirectamente produzca la muerte pueda no ser mala o incluso buena (como en el ejemplo dado: el acto de caridad de cuidar un enfermo gravemente contagioso), se requiere causa justa y proporcionada para permitir la propia muerte.

Es lícito arriesgar apelando al principio de doble efecto; en este caso, las condiciones que debe reunir la acción, para ser lícita, han de ser:

1º que la acción u omisión sea buena o indiferente;
2º que se siga también un efecto bueno (y con la misma o mayor inmediatez del malo);
3º que solo se intente el bueno;
4º que haya una causa proporcionada (como puede ser el bien de la patria, el bien espiritual ajeno, el ejercicio de una virtud, etc.).


b) El juicio sobre la responsabilidad subjetiva

Otra cosa es la valoración de la responsabilidad moral del suicida. Hasta el siglo pasado era común juzgar al suicida como responsable de su gesto, y por tanto, culpable de su acción. Hoy en día, tanto la situación social, cuanto la formación moral del hombre moderno, obligan a tener otros criterios de valoración.

Dicho de otro modo:

1º dada la situación social potencialmente cargada de mentalidad suicida;

2º dado el elevado número de sujetos psíquicamente frágiles e incluso disturbados mentalmente;

3º y dado, por último, los escasos o casi nulos valores morales que pueden contrarrestar la mentalidad antivida reinante...

... podría admitirse que: en los casos en que faltan elementos para juzgar que un suicidio es plenamente voluntario, puede presumirse que la persona que se ha quitado la vida no ha gozado de suficiente responsabilidad moral, o incluso, en algunos casos, ha sido totalmente irresponsable.

Se podría decir que, en muchos casos, lo que debe demostrarse es la “total responsabilidad” del suicida.

De todos modos, hay que decir que en muchos casos sí hay ciertos elementos que pueden servir de guía para elaborar un cierto juicio sobre la responsabilidad objetiva del suicida (dejando, por supuesto, el juicio último únicamente a Dios).

Así, por ejemplo, indican responsabilidad plena en un suicidio: el hecho de que éste haya sido preparado fríamente, o por largo tiempo, o con motivaciones precisas, o por una persona psíquicamente sana.

También el que la decisión haya madurado dentro de una concepción de vida en la que no hay lugar para Dios o en la cual no se encuentra sentido a la vida por principios filosóficos (aunque sean vulgares).

En cambio, son indicios de responsabilidad incompleta: el suicidio impulsivo, el suicidio realizado bajo el shock de una tragedia, el suicidio ocurrido en contraste con toda una vida o una concepción de vida en la cual no parece haber lugar para el mismo, o, finalmente, el suicidio realizado por sujetos psíquicamente alterados.


3. Responsabilidad social

Gran responsabilidad por el fenómeno del suicidio corresponde a la misma sociedad, en cuanto ejerce o permite influencias que llevan a tal desenlace. Entre estos elementos cabe señalar:

a) La disgregación de los grupos primarios, especialmente la familia; la desaparición o al menos el enrarecimiento de las relaciones familiares (con el consecuente predominio de las relaciones de tipo funcional y utilitaristas) conducen al aislamiento de los individuos, condenándolos a afrontar solitariamente los problemas personales más profundos de la persona.

b) La proposición de “valores” que no satisfacen las exigencias más profundas del alma (bienestar, afirmación personal, riqueza, hedonismo, culto de la personalidad, el divismo o idolatrización de algunos personajes públicos).

c) La negligencia en formar el carácter de sus miembros con una educación humana auténtica. Esto, en vez de robustecer las estructuras psíquicas, las debilita. Surgen de aquí notables debilidades psíquicas.


Fuente: articulo escrito: ¿Es el suicidio un acto humano? , publicado en Catholic.net, del Padre Miguel Ángel Fuentes.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Nuestro Señor Jesucristo siempre quiso hacer la voluntad del Padre Celestial. Acuérdate que nuestro Señor Jesús pidió al Padre celestial lo siguiente (Mt 26, 39):

      39 En seguida Jesús se fue un poco más adelante, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, y oró diciendo: "Padre mío, si es posible, líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú."

      Nuestro Señor Jesucristo obedeció siempre al Padre Celestial para darle esa alegría, la que no le dieron nuestros primeros padres: Adán y Eva. Con su obediencia, hasta aceptar la muerte de Cruz, aceptó lo que Dios Padre Celestial había dispuesto para reconciliar al género humano con Él y abrir las puertas del Cielo que permanecían cerradas para todo hijo de Adán y Eva.

      Con su Sacrificio Redentor, Jesucristo conduce al Cielo a todo aquél que haga la voluntad del Padre Celestial y que sea siempre fiel a Él y su Santo Evangelio.

      Es una ofensa grandísima la que hace el suicida a Dios. La Dignidad, Santidad y Gloria de Dios es tan grande que esa ofensa aparta al suicida, miserable criatura, de Dios. El suicida va al Infierno si no se arrepiente de ese acto. Pero ¿cómo se va a arrepentir si mata su cuerpo y no tiene tiempo de arrepentirse en vida? ... si el pecador no le pide perdón a Dios, en vida, por ofenderlo pecado, su destino es el Infierno. El suicida generalmente no tiene tiempo de hacerlo porque muere inmediatamente o queda inconsciente hasta la muerte... así pierde a Dios y sus inefables consuelos. Si Dios no favorece al suicida con una gracia especial para que tenga tiempo de arrepentirse y pedirle perdón, va al infierno de los condenados. El suicida es un homicida al matarse a si mismo. Nuestro Señor Jesucristo es Dios hecho Hombre y no buscó la muerte por sí mismo, sino que quiso obedecer al Padre Celestial. Si no lo hubiera hecho así todos iríamos al Infierno... al ver al hombre languidecer en el infierno, Dios se compadeció de toda la Humanidad y envió a su amadísimo Hijo para redimirla. Para liberarlo de esas obscuras prisiones, de tormentos sin fin, de fuego eterno; el principal tormento del condenado en el Infierno es sufrir la ausencia de Dios en su alma, lo demás son tormentos secundarios y menos tremendos; los hombres que cometen pecados mortales y nunca se arrepienten, mueren así, se congelan en todas las malas pasiones y se convierten en demonios, llenos de odio hacia Dios, de terrible odio a todo.

      El incansable Maestro de Galilea siempre hizo mucho bien a todos, perdonó hasta a sus enemigos... cuando hubiera faltado un solo acto de su poderosa voluntad para enviarlos al infierno. Muchos de ellos se condenaron porque eran hombre muy pecadores y persistieron en el mal hasta el fin, muchos de ellos estaban influenciados por Belcebú y otros poderosos demonios... ellos no dejaron arrepentirse al infeliz Judas Iscariote. Nuestro Señor Jesús no pudo ayudarlo porque Judás no lo amaba y si amaba mucho el vicio y el pecado.

      ¿Sabes que con tus ideas sobre el suicidio puedes caer fácilmente en el cuando tengas una situación desesperada e ir al infierno? ¿sabes también que si con esas ideas logras que otras personas se fascinen por el suicidio y lo hacen, tu serás responsable? ... si logras que una persona se condene en el infierno tu no te salvas. ¿Piensas que Dios te ayudará después de esa fascinación por el suicidio, de provocar mas muertes suicidas? No te equivoques, Satanás no dejará que te arrepientas. ¿Eres acaso de esos que han perdido la Fe en Dios y se han entregado al maligno? ¿Piensas que no tienes alma que se pueda condenar en el Infierno?

      Miserable Judas... el mayor pecador que ha dado la raza caída de Adán y Eva. A pesar de que hizo muchos favores, con sus malas acciones, a los tiranos jefes de los demonios, ellos no se lo agradecen, más lo atormentan en el Infierno. ¿estás buscando tu una situación similar con tu fascinación por el suicidio? Arrepiéntete ahora y deja esas infernales ideas.

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