INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA Y ASUNCIÓN AL CIELO
Revelación a Santa Brígida
VIDEO:
Palabras
de la Reina de los Cielos a su querida hija, Santa Brígida de
Suecia, sobre el hermoso amor que el Hijo profesaba a su Madre
Virgen; sobre cómo la Madre de Cristo fue concebida en un matrimonio
casto y santificada en el vientre de su madre; sobre cómo ascendió
en cuerpo y alma al Cielo; sobre el poder de su nombre y sobre los
ángeles asignados a los hombres para el bien o para el mal.
Capítulo
9
Yo
soy la Reina del Cielo. Ama a mi Hijo, porque él es el honestísimo
y cuando lo tienes a Él tienes todo lo que es honesto. Él es lo más
deseable y cuando lo tienes a Él tienes todo lo que es deseable.
Ámalo, también, porque Él es virtuosísimo y cuando lo tienes a él
tienes todas las virtudes. Te voy a contar lo hermoso que fue su amor
hacia mi cuerpo y mi alma y cuánto honor le dio a mi nombre. Él, mi
hijo, me amó antes de que yo lo amara a Él, pues es mi Creador. Él
unió a mi padre y a mi madre en un matrimonio tan casto que no se
puede encontrar a ninguna pareja más casta.
Nunca
desearon unirse excepto de acuerdo a la Ley, sólo para tener
descendencia. Cuando el ángel les anunció que tendrían una Virgen
por la cual llegaría la salvación del mundo, antes hubieran muerto
que unirse en un amor carnal pues la lujuria estaba extinguida en
ellos. Te aseguro que, por la caridad divina y debido al mensaje del
ángel, ellos se unieron en la carne, no por concupiscencia sino
contra su voluntad y por su amor hacia Dios. De esta forma, mi carne
fue engendrada de su semilla a través del amor divino.
Cuando
mi cuerpo se formó, Dios envió al alma creada dentro de Él desde
su divinidad. El alma fue inmediatamente santificada junto con el
cuerpo y los ángeles la vigilaban y custodiaban día y noche. Es
imposible expresarte qué grandísimo gozo sintió mi madre cuando mi
alma fue santificada y se unió a su cuerpo. Después, cuando el
curso de mi vida estuvo cumplido, mi Hijo primero elevó mi alma, por
haber sido la dueña del cuerpo, a un lugar más eminente que los
demás, cerca de la gloria de su divinidad, y después mi cuerpo, de
forma que ningún otro cuerpo de criatura está tan cerca de Dios
como el mío.
¡Mira
cuánto amó mi Hijo a mi alma y cuerpo!. Hay personas, sin embargo,
que maliciosamente niegan que yo haya sido ascendida en cuerpo y
alma, y hay otras que simplemente no tienen mayor conocimiento. Pero
la verdad de ello es cierta: Fui elevada hasta la Gloria de Dios en
cuerpo y alma. ¡Escucha ahora lo mucho que mi Hijo honró mi
nombre!. Mi nombre es María, como dice el Evangelio.
Cuando
los ángeles oyen este nombre, se regocijan en su conciencia y dan
gracias a Dios por la grandísima gracia que obró en mí y conmigo,
porque ellos ven la humanidad de mi Hijo glorificada en su divinidad.
Las almas del purgatorio se regocijan de especial manera, como cuando
un hombre enfermo que está en la cama escucha alentadoras palabras
de otros y esto agrada a su corazón haciéndole sentir contento. Al
oír mi nombre, los ángeles buenos se acercan inmediatamente a las
almas de los justos, a quienes han sido dados como guardianes, y se
regocijan en sus progresos. Los ángeles buenos han sido adjudicados
a todos como protección y los ángeles malos como prueba.
No
es que los ángeles estén nunca separados de Dios sino que, más
bien, asisten al alma sin dejar a Dios y permanecen constantemente en
su presencia, mientras siguen inflamando e incitando al alma a que
haga el bien. Los demonios todos se espantan y temen mi nombre. Al
sonido del nombre de María, sueltan inmediatamente a la presa que
tengan en sus zarpas. Lo mismo que un ave rapaz, cebada en su presa
con sus garras, la deja en cuanto oye un ruido y vuelve después
cuando ve que no pasa nada, igualmente los demonios dejan al alma,
asustados, al oír mi nombre, pero vuelven de nuevo rápidos como una
flecha a menos que vean que después se ha producido una enmienda.
Nadie
está tan enfriado en el amor de Dios –a menos que esté condenado—
que no se aleje del él el demonio si invoca mi nombre con la
intención de no volver más a sus malos hábitos, y el demonio se
mantiene lejos de él a menos que vuelva a consentir en pecar
mortalmente. Sin embargo, a veces se le permite al demonio que lo
inquiete por el bien de una mayor recompensa, pero nunca para que
llegue a poseerlo.
Asunción a los cielos de la Santísima Virgen María
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Palabras de la Reina de los Cielos a su querida hija, Santa Brígida de Suecia, sobre el hermoso amor que el Hijo profesaba a su Madre Virgen; sobre cómo la Madre de Cristo fue concebida en un matrimonio casto y santificada en el vientre de su madre; sobre cómo ascendió en cuerpo y alma al Cielo; sobre el poder de su nombre y sobre los ángeles asignados a los hombres para el bien o para el mal.
Capítulo 9
Yo
soy la Reina del Cielo. Ama a mi Hijo, porque él es el honestísimo
y cuando lo tienes a Él tienes todo lo que es honesto. Él es lo más
deseable y cuando lo tienes a Él tienes todo lo que es deseable.
Ámalo, también, porque Él es virtuosísimo y cuando lo tienes a él
tienes todas las virtudes. Te voy a contar lo hermoso que fue su amor
hacia mi cuerpo y mi alma y cuánto honor le dio a mi nombre. Él, mi
hijo, me amó antes de que yo lo amara a Él, pues es mi Creador. Él
unió a mi padre y a mi madre en un matrimonio tan casto que no se
puede encontrar a ninguna pareja más casta.
Nunca
desearon unirse excepto de acuerdo a la Ley, sólo para tener
descendencia. Cuando el ángel les anunció que tendrían una Virgen
por la cual llegaría la salvación del mundo, antes hubieran muerto
que unirse en un amor carnal pues la lujuria estaba extinguida en
ellos. Te aseguro que, por la caridad divina y debido al mensaje del
ángel, ellos se unieron en la carne, no por concupiscencia sino
contra su voluntad y por su amor hacia Dios. De esta forma, mi carne
fue engendrada de su semilla a través del amor divino.
Cuando
mi cuerpo se formó, Dios envió al alma creada dentro de Él desde
su divinidad. El alma fue inmediatamente santificada junto con el
cuerpo y los ángeles la vigilaban y custodiaban día y noche. Es
imposible expresarte qué grandísimo gozo sintió mi madre cuando mi
alma fue santificada y se unió a su cuerpo. Después, cuando el
curso de mi vida estuvo cumplido, mi Hijo primero elevó mi alma, por
haber sido la dueña del cuerpo, a un lugar más eminente que los
demás, cerca de la gloria de su divinidad, y después mi cuerpo, de
forma que ningún otro cuerpo de criatura está tan cerca de Dios
como el mío.
¡Mira
cuánto amó mi Hijo a mi alma y cuerpo!. Hay personas, sin embargo,
que maliciosamente niegan que yo haya sido ascendida en cuerpo y
alma, y hay otras que simplemente no tienen mayor conocimiento. Pero
la verdad de ello es cierta: Fui elevada hasta la Gloria de Dios en
cuerpo y alma. ¡Escucha ahora lo mucho que mi Hijo honró mi
nombre!. Mi nombre es María, como dice el Evangelio.
Cuando
los ángeles oyen este nombre, se regocijan en su conciencia y dan
gracias a Dios por la grandísima gracia que obró en mí y conmigo,
porque ellos ven la humanidad de mi Hijo glorificada en su divinidad.
Las almas del purgatorio se regocijan de especial manera, como cuando
un hombre enfermo que está en la cama escucha alentadoras palabras
de otros y esto agrada a su corazón haciéndole sentir contento. Al
oír mi nombre, los ángeles buenos se acercan inmediatamente a las
almas de los justos, a quienes han sido dados como guardianes, y se
regocijan en sus progresos. Los ángeles buenos han sido adjudicados
a todos como protección y los ángeles malos como prueba.
No
es que los ángeles estén nunca separados de Dios sino que, más
bien, asisten al alma sin dejar a Dios y permanecen constantemente en
su presencia, mientras siguen inflamando e incitando al alma a que
haga el bien. Los demonios todos se espantan y temen mi nombre. Al
sonido del nombre de María, sueltan inmediatamente a la presa que
tengan en sus zarpas. Lo mismo que un ave rapaz, cebada en su presa
con sus garras, la deja en cuanto oye un ruido y vuelve después
cuando ve que no pasa nada, igualmente los demonios dejan al alma,
asustados, al oír mi nombre, pero vuelven de nuevo rápidos como una
flecha a menos que vean que después se ha producido una enmienda.
Nadie
está tan enfriado en el amor de Dios –a menos que esté condenado—
que no se aleje del él el demonio si invoca mi nombre con la
intención de no volver más a sus malos hábitos, y el demonio se
mantiene lejos de él a menos que vuelva a consentir en pecar
mortalmente. Sin embargo, a veces se le permite al demonio que lo
inquiete por el bien de una mayor recompensa, pero nunca para que
llegue a poseerlo.
Asunción a los cielos de la Santísima Virgen María |