EL MODO DE ACCIÓN DE LOS ESPÍRITUS
La acción de los espíritus sobre la naturaleza
Rev.
Padre Dom Bernard-Marie Maréchaux
La
acción de los espíritus en la creación depende de la acción de
Dios, y les es subordinada. Conviene pues ante todo establecer y
reservar la parte esencial de la acción divina en el orden general
del mundo. Lo mismo que el ser de todas las cosas viene de Dios, el
movimiento inicial imprimido a todas las cosas proviene únicamente
de Dios. No se contentó con crear; Él conserva la creación por una
acción continua que es una prolongación de la influencia creadora.
Íntimamente está presente en todos los seres que sin Él recaerían
en la nada. Del mismo modo les comunica a todos una virtud que los
hace moverse y actuar cada uno según su capacidad; virtud secreta,
soberanamente eficaz, derramada por todas partes, y sin la cual el
universo volvería a la inmovilidad.
Por
otra parte cada ser tiene en si mismo el principio del movimiento, o
por lo menos una aptitud para ser movido. Así el animal tiene
facilidad de fuerza motriz; la planta tiene la facultad para
desarrollarse; la roca es atraída por la gravedad. Esta aptitud para
ser movido, esta potencia más o menos rudimentaria de moverse, se
traducen en movimientos variados, por transformaciones sucesivas,
gracias a esta virtud divina de la que hablamos, y la que pone por
todas partes la actividad y la vida.
Entonces,
dirán ustedes, todo se explica muy bien sin la intervención de los
ángeles. Dios pone en movimiento las fuerzas naturales, y éstas
recorren su trayectoria bajo el impulso recibido; los ángeles no
tienen que hacer nada, allí dónde Dios actúa directamente. - No
nos engañemos: Dios actúa como primer y universal motor; los
ángeles actúan como motores segundos y particulares: su acción se
subordina a la acción divina, lo aplica en cierto modo y la
especifica. Expliquemos esto con un ejemplo familiar. Lanzo una bola:
es por la virtud de Dios que mi brazo actúa, es por la misma virtud
que la bola sigue el impulso dado: sin embargo es evidente que mi
brazo es el motor de la bola. Es así, si está permitido comparar
las grandes cosas con las pequeñas, así es como los ángeles están
en movimiento, gracias a la virtud divina, y las esferas celestes y
todas las fuerzas vivas de la naturaleza. Son los motores segundos
subordinados al primer motor que es Dios.
Su naturaleza espiritual siempre en movimiento los hace tan propios a esta función, y los objetos corporales necesitan tanto ser solicitados y puestos en movimiento por una actividad exterior, que santo Tomás plantea claramente este axioma: es necesario que la criatura corporal sea impulsada por la espiritual, los oportet quod oportet quod creatura corporalis a spirituali moveatur (Sum. Prim. Pars q. CX, a. 1, ad prim.).
Los
ángeles no son solo los motores de los seres corporales; son todavía
encargados de dirigir y de coordinar sus movimientos respectivos, de
tal modo que no hay ninguna confusión, y que todo queda en el
equilibrio que es la paz de la naturaleza inanimada. Demos algunos
ejemplos.
Los
físicos descubrieron esta ley que todo movimiento puede
transformarse en calórico, y recíprocamente que todo calórico
puede transformarse en movimiento. El estado del mundo se basa pues
en el reparto justo del movimiento y del calórico en todas sus
partes. ¿Pero cuál es la fuerza inteligente que dirigirá este
reparto, si no algún espíritu angélico?
Ponga
su atención en la cantidad innumerable de semillas que se disputan
el suelo de la tierra. ¿No hace falta que su distribución y su
germinación sean sometidas a ciertas leyes, para que las especies
útiles no desaparezcan delante de la multiplicación ilimitada de
las parásitas? ¿Entonces, cuál es, lo repetimos, la fuerza
inteligente que vela por la ejecución de estas leyes preservadoras,
si no es la energía de los seres espirituales encargados por Dios de
la administración de este mundo?
Podríamos,
multiplicar estos ejemplos; sería inútilmente. Basta un momento de
reflexión para comprender que el universo no pueda ser entregado a
las fuerzas ciegas que surgen de la materia, y que estas fuerzas,
para la armonía de todo, deben ser contenidas y dirigidas por
fuerzas inteligentes. Ponga como una ley, si bien le parece, la lucha
por la existencia; pero admita la intervención en esta lucha de una
potencia moderadora que emana de Dios y que se ejercita por el
ministerio de los santos ángeles. Gracias a ella, la lucha está
circunscrita en límites prudentes, suprime cierta superfluidad, no
va al exterminio de las especies.
Estas
verdades tienen para ellas el testimonio de toda la antigüedad. Los
filósofos Platón y Aristóteles edificaron diversos sistemas de la
intervención de los espíritus como los moderadores de las cosas
terrestres. Instruidos por la Biblia, los Padres de la Iglesia, sin
extraviarse en sistemas vanos, fueron todavía más afirmativos y más
precisos. Orígenes, en un curioso pasaje relativo a la burra de
Balaam, dice que el mundo necesita ser administrado por los ángeles,
y que tienen la intendencia sobre los animales mismos, proveyendo a
su multiplicación así como a la vegetación de las plantas y de los
árboles. San Agustín dice, por su parte, que cada especie distinta
de uno de los reinos de la naturaleza es gobernada por una potencia
angélica.
San
Agustín no lanzó esta afirmación a la aventura. El Apocalipsis,
menciona al ángel que tiene potencia sobre el fuego (XIV, 18); y el
ángel de las aguas (XVI, 5). Esto nos da a entender que hay un ángel
encargado de moderar la potencia terrible y devastadora del fuego;
que hay lo mismo un ángel encargado de ajustar la distribución de
las aguas ya sea en las nubes, en las corrientes de las montañas,
en los ríos, o en los mares.
Una
pregunta que queda por esclarecer; ¿hasta dónde se extiende
el poder de los espíritus angélicos? Ponen en movimiento todo, esto
es admitido. ¿Pueden producir seres corporales, y producirlos sin
emplear alguna semilla? Santo Tomás responde negativamente. Según
él, los ángeles, y generalmente los seres espirituales involucrados
en el movimiento de este mundo, no pueden crear semillas, ni producir
de toda pieza un animal o una planta. Su poder sólo utilizará
semillas preexistentes para obtener los seres que están contenidos
en las mismas. En una palabra no toman el sitio de los agentes
naturales, y no suplen su acción que sigue siendo necesaria; sólo
ponen en movimiento a estos agentes de manera muy oculta y muy sutil,
y sólo desarrollan su acción con una rapidez que da la ilusión de
una creación o de una producción instantánea. Es así, para dar un
ejemplo, que hay que explicar los prodigios operados por Moisés y
por los magos de Faraón, tales como el Éxodo nos los cuenta (VII,
VIII). Moisés y los magos hacen salir del río legiones
innumerables de ranas. Moisés convierte el polvo en insectos, lo que
los magos no pueden imitar. Moisés actuaba por la virtud de los
ángeles buenos, los magos operaban por la potencia de los demonios.
Ni el primero, ni los segundos actuaron por vía de creación o de
generación espontánea. Los ángeles buenos, como los malos, se
limitaron en esta circunstancia a vivificar larvas que sutilmente
habían recogido y amontonado; Dios solamente quiso que el poder de
los ángeles buenos se hiciera evidente sobre la poder de los
demonios.
Moisés y la plaga de ranas |
En
suma, la acción de los espíritus se parece a la de los hombres,
pero incomparablemente con más sutileza. Los hombres utilizan las
fuerzas de la naturaleza y derivan efectos maravillosos. No se
contentan con tomar semillas y con hacerlas crecer centuplicadas en
terrenos bien preparados para recibirlas, de hacer rendir a los
árboles de frutos buenos por el injerto y el tamaño; se apoderan
aún de esas fuerzas imperceptibles que nombran el vapor y la
electricidad, los controlan, los hacen servir a todas sus
necesidades, por no decir a todos sus caprichos.
Esto
nos hace ver hasta donde puede penetrar la influencia dirigente de
los ángeles. Teniendo como fuerza motriz una energía espiritual que
afecta a lo íntimo de la materia y a sus calidades más secretas,
podrían sacar de la creación los efectos más extraordinarios y
trastornar todo y transformarlo en un santiamén, si su papel no
consistiera precisamente en mantener el orden providencial en el
mundo por el funcionamiento regular de las fuerzas de toda clase que
están allí en juego.
Y
que nadie diga que el ángel, por lo mismo que es un espíritu, no
puede entrar en contacto con la materia. Esta objeción no tiene
ningún valor a los ojos de la fe y de la razón, que reconocen a
Dios como el motor necesario del mundo y el alma como el motor de su
propio cuerpo. Precisamente porque el ángel es un espíritu, es
capaz de apoderarse de estos imponderables, de este éter luminoso,
de este calor latente, que la ciencia moderna nos presenta como los
grandes agentes físicos del globo. Estamos convencidos de eso, es
por medio de las fuerzas sutiles que los ángeles conducen la
maquinaria mundial; y estas fuerzas, siendo ciegas por si mismas
reclaman su dirección inteligente (1).
Para
ver el video: "La acción de los espíritus sobre la
naturaleza", del libro: "Ángeles y demonios", del
Reverendo Padre Dom Bernard-Marie Maréchaux dar clic en la siguiente
figura:
VIDEO:
BIBLIOGRAFÍA:
-
R. P. Dom Bernard-Marie Maréchaux, Ángels et Demons, Avec approbation des Supérieurs de la Congrégation olivétaine
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