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sábado, 8 de agosto de 2015

"La Sagrada Familia en la Morada de los Ladrones". Visión y Revelación de la Beata Ana Catalina Emmerick.

EN LA MORADA DE LOS LADRONES

Beata Ana Catalina Emmerick.



Diano Castello027.jpg





La Beata Ana Catalina Emmerick, mística alemana, nos dice en su Visión y Revelación: "En la Morada de los Ladrones", de los trabajos y penas que padeció la Sagrada Familia en la huida a Egipto. Tuvieron que atravesar la región de Judea y las regiones desérticas rumbo a Egipto. Al entrar en el desierto encontraron poblados habitados por gente bárbara e inhospitalaria que no daban ayuda a los peregrinos, ellos seguían su marcha si no eran recibidos. Se extraviaron en un gran desierto arenoso en donde no había ni comida ni bebida y sin saber que rumbo tomar subieron unas sombrías altas montañas. Ahí rezaron de rodillas a Dios para que les enviase ayuda, es después de clamar a Dios cuando varias animales salvajes grandes se agruparon alrededor de ellos, no para atacarlos, pues aquellas bestias no eran malas, sino para indicarles el camino: corrían adelante y regresaban a ellos para mostrarles el camino a seguir.



Guía en las montañas.




La Sagrada Familia atravesó las montañas siguiendo a esas bestias y llegaron a una región sombría. Era una noche muy obscura cuando llegaron a un bosque, ahí vieron al lado del camino una choza, en la cual pendía de un árbol una linterna encendida . Era difícil llegar ahí, la choza estaba rodeaba por zanjas y hoyos. En el camino había hilos tendidos, atados a campanillas en la choza. Así, los ladrones eran avisados en esta forma y salían a despojar a los viajeros.



La Sagrada Familia en la morada de los ladrones.



La Sagrada familia atendida en sitio aparte.



Al llegar a la choza la Sagrada Familia se vio rodeada por el jefe de los ladrones y 5 de sus compañeros. Tenían malas intenciones, pero del niño Jesús salió un rayo luminoso que tocó el corazón del jefe de la banda, el cual ordenó al instante que no atacaran a los viajeros. Los condujo a la cabaña en donde estaban su mujer y sus dos hijos, los cuales los recibieron con timidez. Pero, después fueron atendidos con más confianza y les asignaron un lugar aparte, en donde la Virgen María pudo lavar los pañales del niño y bañarlo bajo una sábana. El jefe de la banda platicaba a su mujer de la impresión tan grata que le había causado el niño hebreo, al verlo bañar en esa forma pensó que en él había algo santo y pidió a su mujer que le permitieran a ella bañar a su hijo leproso en las aguas con que lavaron al niño. La mujer del bandido se allegó sin decir palabra y María se adelantó a ella diciendo que bañaran al niño leproso, cuya cara estaba cubierta de llagas y costras, con las aguas de lavado. Al bañarlo las costras de la cara se le desprendieron, fue curado totalmente de la lepra en todo su cuerpo. La madre del niño estaba llena de gozo por la curación milagrosa de su hijo, quiso abrazarlos y darles las gracias por ese favor recibido. Pero María no se lo permitió, no dejó que tocara al Divino Niño ni a ella. Le ordenó que el agua fuera depositada en una pequeña cisterna cavada en el suelo y que la virtud curativa pasaría a ella. Los demás fueron ver al divino niño al saber lo que había sucedido. Eran amables con ellos a pesar que esa misma noche habían asaltado a otros viajeros para despojarlos y robarles a sus niños pequeños, los cuales mantenían ocultos en una cueva llena de animales y objetos producto del latrocinio; ahí eran cuidados por una vieja que no les permitía escapar.



Niños cautivos de los ladrones.




La Virgen María y San José platicaron con los ladrones y la mujer un buen rato. Ella le prometió a la Virgen que dejaría esa vida e irían a otro lugar a vivir honestamente. Muy temprano en la mañana fueron despedidos por esa gente; el jefe de ellos se despidió con palabras llenas de emoción y de petición de que la sagrada familia se acordará de ellos siempre. En ese momento la vidente Ana Catalina Emmerick vio la escena de Jesucristo crucificado con el buen ladrón, hablándole de que se acordará de él al llegar a su reino. Así supo que el niño leproso sanado, que había sido curado milagrosamente por las aguas de lavado, era el mismo buen ladrón colgando de su cruz junto al Redentor del mundo.
 


Vida honesta




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