¡Quisiéramos
ver milagros! Exclaman riéndose burlonamente los ateos, cuando les
invitamos a examinar atentamente con nosotros, los fundamentos de
nuestra creencia y el esplendor del dogma católico, antes de negar
descaradamente lo que ignoran. Pero si vieran el milagro, todavía
negarían, atribuyéndolo a sortilegios, a la magia, a la ciencia
vana, lo que no podrían explicar; porque, lo esencial no es ver el
milagro, sino tener una alma susceptible de reconocerlo y de
contemplarlo cuando se presenta a nuestros ojos: entonces, hay unas
almas rebeldes al milagro, que está como el brillo de la potencia y
de la gloria de Dios sobre el mundo; lo mismo que hay unos ojos
incapaces de ver la luz de día. Pero los ciegos del alma padecen más
gravemente y mil veces más numerosos que otros.
¡Queremos
ver milagros! Y yo que no soy un iluminado, ni un visionario, pero un
hombre como otros, por la gracia de Dios, habiendo conservado todas
mis facultades visuales, a pesar de la contagiosa ceguera de tantos
hombres de mi país y de mi generación, que se complacen con error,
voy a hablarles de un milagro que se perpetuó, durante cerca de un
medio siglo, con los ojos de los pueblos asombrados, pero
convencidos.
Y
este milagro tenía por sujeto a una mujer humilde, siendo el
habitáculo del Espíritu de luz, que difundía por ella, a través
del mundo, las ondas fecundantes de la sabiduría y de la caridad
divina; una mujer humilde y ignorante de la ciencia de los hombres,
hecha de repente, como a pesar de ella, otro Moisés, para convertir
a su pueblo, subir la montaña de Sion, conversar con los ángeles y
Dios mismo; y siempre bajo la inspiración divina, sondear el
misterio, leer en el libro sellado de las Escrituras, hablar una
lengua desconocida, escribir, sin cartas, páginas sublimes,
mantenerse, en nombre de Dios, con los príncipes y los reyes; cazar
al demonio que huía sólo delante de ella, estremeciéndose, como
delante del querubín en llamas; curar a los enfermos que, teniendo
fe en su santidad, ya la invocaban como santa, y probaban, de cerca
o de lejos, los efectos maravillosos de su protección y de su
confianza.
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Santa Hildegarda, la vidente. |
He
aquí lo que fue dado a verles a los hombres, al mismo tiempo que el
cielo comunicaba con la tierra cubierta de los asilos de la oración
y de la virtud: Deliciae meae ese cum filiis hominum: dios que hace
sus delicias de vivir entre los niños de los hombres (1).
Santa
Hildegarda de Bingen en su primer libro: "Scivias: Conoce los
Caminos", nos dice que a la edad de 42 años sobrevino una etapa
de visiones más fuertes y recibió la orden sobrenatural de escribir
las visiones que en adelante tuviese. El libro Scivias consta de tres
partes, contenidas en ellas 26 visiones. Presentamos aquí la Primera
Parte de Scivias, Segunda Visión: "El Destierro del Paraíso".
La primera parte trata del Creador, la creación y de las relaciones
entre Dios, el cosmos y el hombre. Sigue con la caída de Lucifer, el
posterior engaño de Adán y Eva por Satanás, el matrimonio de Adán
y Eva instituido por Dios, de la santidad de las relaciones sexuales
en el matrimonio por amor a los niños y no por lujuria, la
institución de la Castidad por Dios, expulsión de Adán y Eva del
Paraíso Terrenal; después de la Redención, el hombre brilla en el
cielo con esplendor más grande que primitivamente en el Paraíso.
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El Destierro del Paraíso |
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El Redentor de toda la humanidad. |
Para
leer el e-book, imprimir o descargar el
archivo pdf, extracto de la Visión de Santa Hildegarda de
Binguen: "El Destierro del Paraíso", dar clic en el
siguiente enlace:
"El
Destierro del Paraíso"