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viernes, 16 de marzo de 2018

"De las penas del Purgatorio, y su gravedad". Meditación 2 del Padre Jesuita Martín de Roa.

De las penas del Purgatorio, y su gravedad


Meditación 2 del Padre Jesuita Martín de Roa













Considerar como luego que entra el alma en el Purgatorio, extrañará la profundidad, y obscuridad de el lugar, y comenzará a sentir las penas de su sentencia, las cuales ejecuta por si misma la Divina Justicia, sin servirse de Ángeles, ni Demonios para este castigo; dando virtud, y mandando al fuego, que la atormente. Porque hay pena de sentido como en el Infierno, y es fuego real, y verdadero de la misma especie que el elemental, que por un modo milagroso abraza, y abraza las almas mucho más sensiblemente, que si abrazara los cuerpos, y así como estando unidas con ellos, sentían su calentura, su frío, su hambre, sus dolores, y estando detenidas en aquellas llamas sentirán su tormento. Y es este tan grande, que como dicen muchos santos Doctores, son una cifra, o sombra, todas las penas que en este mundo pueden padecerse, o se han padecido, aunque sean las de los mártires, y las que padeció Cristo nuestro Señor en su Pasión, como dice San Tomás. 







 

Ultra de esta pena de sentido, hay otra mucha mayor, que llaman de Daño: la cual consiste en la privación que tienen de ver a Dios. Porque viéndose el alma libre de la carga del cuerpo, diputada para la Bienaventuranza, es tan vehemente el deseo, que tiene de ver aquél sumo bien, aquella hermosa bondad, sabiduría, con todas las demás lindezas, y atributos de Dios, que cualquier punto que se dilata, se congoja, y aflige con un sentimiento, con unas ansias, con un dolor tan fuerte, que ninguno se puede comparar con él. No es tan grande el apetito que tiene el fuego de subir a lo alto; ni el que la piedra a bajar a su centro, como el que tienen el alma ya desatada del cuerpo en gracia, y amistad de Dios, de irse a él como a su centro, donde ha de tener su descanso perpetuo, y su Bienaventuranza eterna. Pues a quien tan bien conoce como estas benditas almas la diferencia de lo que las detiene a lo que esperan, que dilación no les será molesta, que brevedad no les será tan larga, que tardanza no les será intolerable.

Ponderar la fuerza de este deseo, y el tormento de no verlo cumplido, con el que en la vida tuvieron muchos santos, como el Profeta David, y el Apóstol San Pablo, a quien lastimaba el dolor de esta llaga tanto, que con ser el deseo de la vida natural tan grande, que hace sufrir con alegría muchos trabajos por conservarla, pujaba tanto mas el deseo de ver a Dios, que si les fuera lícito se quitaran este embarazo por sus propias manos. Más ya que no da lugar a esto la Ley Divina, a lo menos llegaban a tener voluntad determinada de perder la compañía del cuerpo, para gozar de su Dios. Pues que sentirán las almas ya apartadas del cuerpo ardiendo en amor a Dios, detenidas en aquella prisión, mayormente si no saben cuanto hayan de durar en ella privados de la vista de Dios.








Aumenta esta pena verse carecer de la gloriosa vista de Jesucristo su Redentor, de la Santísima Virgen su Intercesora; de la compañía de los Ángeles, y de todos los Santos, y Santas del Cielo. Se puede conjeturar cuanta sea esta pena, considerando si estuviese un hombre noble, y cuerdo, preso en una cárcel de Inquisición sin comunicar con nadie, sin saber de los suyos, ni el tiempo que ha de durar su prisión. O se viese cautivo en Argel maltratado en poder de Turcos, sin saber cuando llegaría su rescate, combatido de frecuentes memorias de su casa, hijos y amigos a quienes tuviese cordialísimo amor. Que alivio ni consuelo podría tener en medio del encendido deseo de verse libre para gozarlos, ¿cuáles sería las prisas, las ansias, las llamaradas de su corazón? A veces parecería en los pulsos, y latidos que le daría, que daba arremetidas para desasirse de las carnes, y volar a donde le arrebataba su amor. Crecería mas esta pena, si los cautivos pudieran haber excusado, su cautiverio previniendo el rescate que pudieran dar de su mano. Para no ver oprimida su libertad, y es lo que pasa a los de Purgatorio: que pudieran haber satisfecho en esta vida por sus pecados, no lo hicieron.

De esta meditación podemos sacar aborrecimiento a los pecados, que con tan graves penas se pagan fervorosos afectos de caminar a Dios, y determinación firme de huir con todas fuerzas los estorbos que no solo nos pueden quitar, mas aún los que nos pueden detener en alcanzarle, temor de Dios, y de su justicia, pues así castiga a sus amigos.



 
Para ver el video de la Meditación 2 del Padre Jesuita martín de Roa: “De las penas del Purgatorio, y su gravedad”, dar clic en la siguiente imagen: 


 
 VIDEO:

 



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BIBLIOGRAFÍA

De Roa, Martín. Padre Jesuita. Estado de las Almas de Purgatorio. Andalucía, Sevilla.   pp. 155-159. Año 1619.




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