De las penas del Purgatorio, y su gravedad
Meditación 2 del Padre
Jesuita Martín de Roa
Considerar
como luego que entra el alma en el Purgatorio, extrañará la
profundidad, y obscuridad de el lugar, y comenzará a sentir las
penas de su sentencia, las cuales ejecuta por si misma la Divina
Justicia, sin servirse de Ángeles, ni Demonios para este castigo;
dando virtud, y mandando al fuego, que la atormente. Porque hay pena
de sentido como en el Infierno, y es fuego real, y verdadero de la
misma especie que el elemental, que por un modo milagroso abraza, y
abraza las almas mucho más sensiblemente, que si abrazara los
cuerpos, y así como estando unidas con ellos, sentían su calentura,
su frío, su hambre, sus dolores, y estando detenidas en aquellas
llamas sentirán su tormento. Y es este tan grande, que como dicen
muchos santos Doctores, son una cifra, o sombra, todas las penas que
en este mundo pueden padecerse, o se han padecido, aunque sean las
de los mártires, y las que padeció Cristo nuestro Señor en su
Pasión, como dice San Tomás.
Ultra
de esta pena de sentido, hay otra mucha mayor, que llaman de Daño:
la cual consiste en la privación que tienen de ver a Dios. Porque
viéndose el alma libre de la carga del cuerpo, diputada para la
Bienaventuranza, es tan vehemente el deseo, que tiene de ver aquél
sumo bien, aquella hermosa bondad, sabiduría, con todas las demás
lindezas, y atributos de Dios, que cualquier punto que se dilata, se
congoja, y aflige con un sentimiento, con unas ansias, con un dolor
tan fuerte, que ninguno se puede comparar con él. No es tan grande
el apetito que tiene el fuego de subir a lo alto; ni el que la piedra
a bajar a su centro, como el que tienen el alma ya desatada del
cuerpo en gracia, y amistad de Dios, de irse a él como a su centro,
donde ha de tener su descanso perpetuo, y su Bienaventuranza eterna.
Pues a quien tan bien conoce como estas benditas almas la diferencia
de lo que las detiene a lo que esperan, que dilación no les será
molesta, que brevedad no les será tan larga, que tardanza no les
será intolerable.
Ponderar
la fuerza de este deseo, y el tormento de no verlo cumplido, con el
que en la vida tuvieron muchos santos, como el Profeta David, y el
Apóstol San Pablo, a quien lastimaba el dolor de esta llaga tanto,
que con ser el deseo de la vida natural tan grande, que hace sufrir
con alegría muchos trabajos por conservarla, pujaba tanto mas el
deseo de ver a Dios, que si les fuera lícito se quitaran este
embarazo por sus propias manos. Más ya que no da lugar a esto la Ley
Divina, a lo menos llegaban a tener voluntad determinada de perder la
compañía del cuerpo, para gozar de su Dios. Pues que sentirán las
almas ya apartadas del cuerpo ardiendo en amor a Dios, detenidas en
aquella prisión, mayormente si no saben cuanto hayan de durar en
ella privados de la vista de Dios.
Aumenta
esta pena verse carecer de la gloriosa vista de Jesucristo su
Redentor, de la Santísima Virgen su Intercesora; de la compañía
de los Ángeles, y de todos los Santos, y Santas del Cielo. Se puede
conjeturar cuanta sea esta pena, considerando si estuviese un hombre
noble, y cuerdo, preso en una cárcel de Inquisición sin comunicar
con nadie, sin saber de los suyos, ni el tiempo que ha de durar su
prisión. O se viese cautivo en Argel maltratado en poder de Turcos,
sin saber cuando llegaría su rescate, combatido de frecuentes
memorias de su casa, hijos y amigos a quienes tuviese cordialísimo
amor. Que alivio ni consuelo podría tener en medio del encendido
deseo de verse libre para gozarlos, ¿cuáles sería las prisas, las
ansias, las llamaradas de su corazón? A veces parecería en los
pulsos, y latidos que le daría, que daba arremetidas para desasirse
de las carnes, y volar a donde le arrebataba su amor. Crecería mas
esta pena, si los cautivos pudieran haber excusado, su cautiverio
previniendo el rescate que pudieran dar de su mano. Para no ver
oprimida su libertad, y es lo que pasa a los de Purgatorio: que
pudieran haber satisfecho en esta vida por sus pecados, no lo
hicieron.
De
esta meditación podemos sacar aborrecimiento a los pecados, que con
tan graves penas se pagan fervorosos afectos de caminar a Dios, y
determinación firme de huir con todas fuerzas los estorbos que no
solo nos pueden quitar, mas aún los que nos pueden detener en
alcanzarle, temor de Dios, y de su justicia, pues así castiga a sus
amigos.
Para
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“De las penas del Purgatorio, y su gravedad”, dar clic en la
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BIBLIOGRAFÍA
De Roa, Martín. Padre Jesuita. Estado de las Almas de Purgatorio. Andalucía, Sevilla. pp. 155-159. Año 1619.
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