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domingo, 21 de octubre de 2018

"El desprendimiento del mundo y de las cosas del mundo: tercer fundamento de la vida cristiana". San Juan Eudes

TERCER FUNDAMENTO DE LA VIDA CRISTIANA:

 "EL DESPRENDIMIENTO DEL MUNDO Y DE LAS COSAS DEL MUNDO"

Libro: El Reino de Jesús en las Almas Cristianas

San Juan Eudes





El mundo es: la vida corrompida y desarreglada que se lleva en el mundo, el espíritu reprobable que en él reina, los sentimientos e inclinaciones perversas que allí se siguen, y las leyes y máximas perniciosas por las que el mundo se gobierna. Las cosas del mundo: todo lo que el mundo tanto estima y ama y con afán busca: los honores y alabanzas de los hombres, los vanos placeres y contentamientos, las riquezas y comodidades temporales, las amistades y aficiones fundadas en la carne y en la sangre, en el amor propio y en el propio interés. Para un cristiano no basta aborrecer el pecado y estar desprendido de los vicios, además debe trabajar en tener un perfecto desprendimiento del mundo y de las cosas del mundo.





"Los míos no pertenecen a este mundo"






Nuestro Señor Jesucristo vivió en el más perfecto desprendimiento y privación de todas las cosas. Nos advierte en el Evangelio "que el que no renuncia a todas las cosas no puede ser su discípulo". Si queremos ser verdaderos cristianos y sus discípulos, si queremos continuar y reproducir en nosotros su vida santa y desprendida de todas la cosas, es necesario que nos esforcemos en mantener ese desprendimiento del mundo y de todas las cosas del mundo.



Los sentimientos e inclinaciones, las leyes y máximas, la vida y el espíritu del mundo son opuestos a Jesucristo y a su santo Evangelio. Porque los sentimientos e inclinaciones de Jesús no se inclinan sino a la Gloria de su Padre Celestial, a la santificación y a la salvación de los hombres, y los sentimientos e inclinaciones del mundo no tienden mas que al pecado y a la perdición.



Las leyes y máximas de Jesús son dulcísimas, muy santas y razonables; las leyes y máximas del mundo son leyes y máximas de infierno, tiranas e insoportables. No puede haber nada más diabólico y tirano que las leyes mundanas de aquellos que por defender su honor se baten en duelo o pelean a muerte con otro, sacrificando su bienestar y alma a Satanás. Y es más horrible aún, si por segunda vez son llamados a pelear con alguien para defender su honor de alguien que les es indiferente, arrancándole la vida para entregar el alma a Satanás en el infierno. Porque has de saber que aquél que muere en pelea, con odio, con rabia, con deseos de dañar a su oponente, es inmediatamente después arrojado a los abismos infernales por no guiarse y seguir el mandato de Jesucristo.



El espíritu de Jesús es el espíritu de Dios, espíritu santo y divino, lleno de todas las gracias, de virtud y de bendición, de paz y de tranquilidad, que no busca más que los intereses de Dios y de su gloria; por el contrario el espíritu del mundo es el espíritu de Lucifer, espíritu terreno, carnal y animal, de maldición y de toda clase de pecados, de turbación y de inquietud, de borrasca y tempestad, que no busca más que su propia comodidad, sus gustos e intereses.



Un verdadero cristiano pertenece realmente a Jesucristo si sigue su espíritu y se propone renunciar enteramente al mundo y a las cosas del mundo.






El verdadero cristiano aborrece el pecado y se desprende del mundo.





Es necesario no solamente apartarnos del mundo y de las cosas del mundo, sino que debemos aborrecer al mundo como lo hizo Jesucristo, porque El sabe que el espíritu del mundo no da Gloria a su Padre celestial y lleva a la perdición de las almas de los hombres.



El mundo ya ha sido juzgado y su condena por la divina justicia es ser abrazado y consumido por el fuego, por la corrupción causada por el pecado . El príncipe de este mundo ha sido lanzado afuera, al infierno, lugar que fue creado, en su furor, por la divina justicia para castigo del demonio y sus ángeles malditos. Por lo tanto es justo e inmutable.



El mundo es objeto de odio y maldición por parte de Jesucristo. Para ser de Cristo, Él nos prohibe amar al mundo, bajo pena de incurrir en su enemistad. Todas las cosas que el mundo ama: los placeres, los honores, las riquezas, las amistades y aficiones mundanas, y demás cosas semejantes, como cosas de puro paso, efímeras.



Huyan como la peste, de lugares, personas y compañías en las que no se hable mas que del mundo y de la cosas del mundo. Es muy difícil que las conversaciones que en el mundo se tienen no dejen una mala impresión en nuestro espíritu, es pérdida de tiempo, tendrás una triste disipación y aflicción de espíritu, tendrás amargura del corazón, enfriamiento de la piedad, alejamiento de Dios y mil otras faltas más.





Alejamiento de Dios, fatuidad y aflicción de espíritu.





Huyan del mundo, aborrezcan su vida, su espíritu y sus máximas. No hagan amistad ni tengan comunicación sino con aquellas personas que ayuden, con su ejemplo y palabra, a amar a nuestro Señor Jesucristo, a vivir de su espíritu y a detestar lo que le es contrario.



Renunciar al mundo no es bastante para llegar al perfecto desprendimiento, que es uno de los principales fundamentos de la vida cristiana. Jesucristo nos dice que "quien quiera ir en pos de Él, renuncie a sí mismo y le siga". Es decir, debemos renunciar a: nuestro propio espíritu, a nuestros propios sentidos, a nuestra propia voluntad, a nuestros deseos e inclinaciones y a nuestro amor propio, lo que nos lleva a amar y a buscar las penas y mortificaciones al espíritu y a la carne, y a odiar y evitar lo que les proporciona algún placer o contentamiento.





En adelante, vivirán en gracia para recibir a Jesucristo.





Hay dos razones que nos obligan a buscar el desprendimiento de nosotros mismos:



1. Como consecuencia de la corrupción del pecado, no hay nada en nosotros que no se oponga a Dios, a sus designios, al amor y gloria que le debemos. Por lo que debemos renunciar a nosotros mismos.


2. Nuestro Señor Jesucristo, siendo Dios, vivió con total desprendimiento de sí mismo, que solo deseó hacer la voluntad de su Padre celestial, vivió una vida sencilla y humilde, privada de todo posible lujo, buscando todo aquello que podía proporcionarle sufrimiento a su cuerpo y a su alma para auxiliar a la salvación y conversión de los hombres.



Si somos cristianos, por lo tanto, miembros del cuerpo místico de Cristo, debemos decidir vivir con un completo desprendimiento y odio a nosotros mismos. Pedir a Cristo que nos ayude a renunciar a nosotros mismos, entregarnos a Él y que nos rijamos según su espíritu, voluntad y su puro amor.



En las discusiones no debemos imponer nuestra propia opinión, aunque pensemos que tenemos la razón, siempre que no vayan en ello los intereses de la gloria divina, alegrémonos de ceder a la opinión ajena.



En los deseos e inclinaciones que tengas hacia cualquier cosa... decirle a los pies de Jesús que no deseas tener más voluntad e inclinaciones que las suyas.



Si tienes alguna ternura o afición sensible hacia algo... entrega completamente tu corazón a Jesús con todos sus afectos, que no ames nada sino por Él y en Él.






Lo amás a él por amor a Cristo y en Cristo.






Si recibes alguna alabanza... refiérela a Aquél que es digno de toda alabanza, honor y gloria y manifiéstale que sea para Él toda gloria y para ti toda humillación.



Cuando se te presenten motivos de mortificación para el cuerpo y el espíritu... abrázalos por amor a Jesús, bendícelo por concedértelos y acuérdate de las privaciones y mortificaciones que el soportó en la tierra.



Cuando sientas algún gozo o consolación... dile a Jesús que jamás te permita que te goces en cosas de este mundo, sino que Él sea tu único gozo y consolación.



La perfección del desprendimiento cristiano se alcanza en desprendernos en cierta manera hasta del mismo Dios, es decir, de la dulzuras y consolaciones que van unidas a la gracia y al amor de Dios: en tus ejercicios de piedad, si hay alguna consolación divina, decirle que lo haces por amor a Él y no aficionarte a la consolación. También, debemos privarnos, en parte, de los deseos que tenemos de morir pronto e ir a Dios para gozar de Él, debemos aceptar su voluntad hasta que se llegue el momento que el nos tiene destinado para la muerte.



No debes aficionarte demasiado a cumplir una acción santa por la gloria de Dios, no sea que no puedas terminarla, tengas que dejarla y tu espíritu pierda la paz y quietud, sino mantente contento en vista de la voluntad y permisión divinas.





En lo posible, ayudar al necesitado.






Debes practicar con perfección toda clase de virtudes, para vencer tus pasiones, vicios e imperfecciones, pero debes hacerlo sin apego y sin excesiva complacencia. Pues si en ocasiones no tienes tanta virtud y amor a Dios como desearías, tu espíritu permanezca en paz y tranquilo,  aceptando lo que el señor quiera concederte, perseverando siempre en el deseo de adelantar en la virtud.



Debes tener cierta esperanza, cierto deseo y continuo desfallecimiento de que llegue la hora ansiada de morir, de liberarte del pecado y gozar plenamente de Dios. Debes trabajar para que se cumpla la obra de Dios en ti y te recoja lo más pronto posible, debe ser tu deseo sin apego e inquietud y aceptar su divina voluntad con tranquilidad si el decide prolongar tus días en la tierra y aún no llevarte a su presencia hasta el día del juicio final.



Esto es lo que yo llamo estar desprendido de Dios, el perfecto desprendimiento que todos los cristianos deben tener del mundo, de ellos mismos y de todas las cosas del mundo.



Para ver el video de la obra de San Juan Eudes: "El Reino de Jesús en las Almas Cristianas", Capítulos VI, VII, VIII y IX, "El desprendimiento del mundo y de las cosas del mundo: tercer fundamento de la vida cristiana", dar clic en la siguiente imagen:



 VIDEO:

"El odio y el alejamiento del pecado, Segundo fundamento de la vida cristiana". San Juan Eudes.

SEGUNDO FUNDAMENTO DE LA VIDA CRISTIANA: EL ODIO Y ALEJAMIENTO DEL PECADO

San Juan Eudes
Libro: El Reino de Jesús en las Almas Cristianas





Nuestro Señor Jesucristo tuvo dos clases de sentimientos en extremo opuestos: amor infinito hacia su Padre Celestial y a nosotros,  y un gran  odio   a todo lo que es contrario a  la gloria de su Padre y a nuestra salvación, es decir a todo lo que respecta al pecado.





Semiradsky Christ and Sinner.jpg
Cristo y los pecadores.





Jesucristo, por amor infinito a su Padre Celestial y a nosotros ha hecho cosas infinitamente grandes, hasta el grado de sufrir una muerte sumamente dolorosa en la Cruz. Del mismo modo odia al pecado infinitamente.



Por el odio que tiene al pecado se anonadó a si mismo y vivió su vida terrenal humildemente y con sufrimientos, sufrió la más espantosa y cruel de las muertes hasta derramar la última gota de sangre; todo esto por el odio que tiene al pecado y deseo de eliminarlo en nosotros.



Si amamos a Dios sobre todas las cosas también debemos odiar el pecado infinitamente.



El pecado es un homicida porque mata el cuerpo y el alma del hombre. Es un deicida porque el pecador obligó a nuestro Señor Jesucristo a sacrificarse en la Cruz y todavía le crucifica diariamente.




Dios es un bien infinito en bondad, en sabiduría, en hermosura y en santidad, y se ve injuriado en todas sus divinas perfecciones por el pecado, que por ser opuesto a Dios es infinitamente contrario. Así como Dios es un bien infinito y merece ser buscado y amado, el pecado es una miseria tan grande opuesta a Dios que debe ser tan odiado y perseguido. Como la injuria se le hace a Dios, el pecado es tan horrible que solo puede ser borrado con la sangre de un Dios. Es tan detestable, tan abominable, tan execrable a los ojos de Dios que la injuria y deshonor infinito que le infiere solo puede ser reparado por la dolorosa pasión de Dios hecho hombre, de nuestro Señor Jesucristo crucificado con muerte tan cruel y horrenda.




Con su muerte Cristo destruye al pecado





El pecado es tan detestable a Dios que el primer ángel caído, Luzbel, no mereció ser perdonado, por ser un espíritu caído en el pecado, incapaz e indigno de hacer penitencia, fue arrojado a lo más profundo del infierno para satisfacer la justicia divina por haber rechazado a todo un Dios, infinito en bondad y perfecciones. Lo mismo pasa con el alma del hombre que murió en pecado, sin arrepentirse, sin pedirle perdón a Dios e implorar su Misericordia Divina antes de su muerte; esta alma ya es incapaz de arrepentirse, muere en el pecado y Dios se ve obligado a apartarlo de su presencia, también por ser indigno e incapaz de hacer penitencia para ser perdonado. Por el pecado de los hombres, Dios no perdonó ni a su Hijo amadísimo, nuestro Señor Jesucristo, de sufrir la muerte en la Cruz, para que se ofreciera como víctima inocente y así pudiera salvarnos. Con Dios todo, sin Dios nada... Vivir con Dios, que merece ser amado y respetado por si mismo, es el Cielo, la dicha y bienaventuranza eternas. Vivir apartado de Dios es el castigo y sufrimiento eternos, es la ausencia de Dios y sus dulces consuelos en nuestras almas y el menos espantoso castigo del fuego del infierno.





Nuestro Dios y Redentor, Jesucristo





Por la malicia del pecado Lucifer se hizo perverso y por él se transformó de hermoso ángel de Dios en un ser terriblemente feo. Lo mismo pasa con las almas de todos los pecadores, el pecado ensucia el alma, la deforma, la transforma en algo horrible. El pecado nos hace esclavos del diablo; por él dejamos de ser hijos de Dios para ser hijos del diablo; por él, de ser dioses por gracia y participación, nos convertimos en diablos por semejanza e imitación.



No hay nada más horrible que el pecado... este es más horrible que el infierno, perdemos a Dios definitivamente si perseveramos en el pecado; por causa del pecado Dios nos aparta de su presencia: porque no puede coexistir el supremo bien con el mal, la suprema virtud con los vicios infernales, la bondad y belleza infinitas con la perversidad y fealdad de las almas de los hombres muertos con pecados mortales. El pecado es la causa de los mayores males en todo el universo; por él existe el demonio, el infierno, el mal y el odio en las almas condenadas. Por él perdemos a Dios, la pérdida de Dios es el mayor de los males y la mayor pena en el infierno.



El alma manchada por la corrupción del pecado no puede quedar limpia y purificada sino por la sangre de un Dios. Pero el pecador debe arrepentirse en vida y confesarse con un sacerdote para que sea salvado por Cristo. Jesucristo, Hombre-Dios, con su muerte y anonadamiento destruyó para siempre al pecado.



Tanto es el odio que Dios tiene al pecado que se vio obligado, en su santa ira, a crear el infierno para castigar al ángel rebelde, los mismos demonios dicen que no hay lugar más horrible que el infierno, aún ellos no quieren estar ahí. El infierno es horrible, espantoso, fue creado por Dios en su furor, por lo tanto es justo e inmutable, para castigar a todo aquél que rechaza a todo un Dios con la desobediencia, pecando.



El cristiano debe estar dispuesto a morir con tal de no ofender a Dios pecando, debe evitar el realizar aún hasta el más mínimo pecado leve o venial. Si tiene la desgracia de caer en el pecado debe inmediatamente levantarse, tiene que arrepentirse sinceramente de corazón por haber ofendido a Dios pecando. Después, acudir lo más pronto posible al sacramento de la confesión con el sacerdote, para que Jesucristo lo limpie con su preciosa sangre y en adelante, tener la firme resolución de no ofender más a Dios con el mismo pecado confesado.





El infierno de los condenados.





Para ver el video de la obra de San Juan Eudes: "El Reino de Jesús en las Almas Cristianas", Capítulo V, "El odio y el alejamiento del pecado, Segundo fundamento de la vida cristiana", dar clic en la siguiente imagen:



VIDEO: