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miércoles, 17 de febrero de 2021

"Cómo Dios Padre Recibe a su Hijo el Día de la Ascensión". Revelaciones de Santa Matilde de Hackeborn.

"CÓMO DIOS PADRE RECIBE A SU HIJO

 EL DÍA DE LA ASCENSIÓN"

 

El Libro de la Gracia Especial

Primera Parte. Capítulo 20, sección 37 y 38

Revelaciones de Santa Matilde de Hackeborn

Virgen de la Orden de San Benito





    En el día de la gloriosa Ascensión de Cristo, le pareció estar en una montaña donde se le apareció el Amor, en forma de una virgen muy hermosa vestida con un manto verde. La virgen le dijo al alma: « Yo soy quien has visto con tan gran esplendor en la noche de la Natividad de Cristo. Yo soy quien conduce al hijo, desde el seno de su Padre, hasta este mundo terrenal; yo soy quien ahora lo eleva por encima de todos los cielos » Como el alma permaneció por un instante atónita ante estas palabras, la virgen añadió: « No temas, verás cosas aún más grandes. » Y de repente las vestiduras del Amor cambiaron de aspecto y tomaron un esplendor maravilloso; se cubrieron con un entramado de oro en el que cada diamante llevaba la imagen del Rey, coronada por esta inscripción: Aquél que había descendido se elevó por encima de los cielos. (Ef., IV, 10.) Todas las obras de nuestra redención estaban como maravillosamente bordadas en estas diversas imágenes. Y el Señor Jesús apareció adornado con vestidos semejantes; pero en los entramados ya no era el Rey, sino el Amor, la Caridad, la que reinaba como una reina. Así Dios estaba vestido de sí mismo, porque Dios es caridad y la caridad es Dios. Sin embargo el Amor, tomando a Dios entre sus brazos, lo levantó diciendo: « Tú eres el único en quien he podido desarrollar plenamente la virtud de mi poder. » Pero el alma le preguntó a la virgen qué son estos brazos capaces de transportar al Señor, y el Amor respondió: « Mis dos brazos son mi omnipotencia y mi voluntad. Todo lo puedo, pero todo lo que puedo no siempre es conveniente hacerlo; por eso mi impenetrable sabiduría ordena y dispone todas mis obras. »


    Un gran grupo de santos apareció de nuevo en este lugar. Juan Bautista, José, padre adoptivo del Señor, Simeón, que recibió a Cristo en el templo, y tenían el primer rango; todos subían con el rey. La bienaventurada Virgen, Madre del Señor, apareció también en la montaña, revestida de un manto semejante al del Amor, su túnica era de color rojo. Ella dijo al alma: « Todos los dolores que sufrí con mi Hijo y a causa de mi Hijo los soporté en silencio y paciencia. Ofrecí al Señor una oración continua por la Iglesia naciente, y a menudo lo incliné hacia una misericordia especial. Así es como, también ahora, él no puede eludir los deseos del alma que ama, y resulta que, en la tierra, esta alma actúa sobre el Señor más que si ya estuviera en el cielo. » Entonces ésta le recordó a la bienaventurada Virgen toda la alegría que sintió en la Ascensión de su Hijo: « He aprendido con esta alegría el gozo y la dicha que recibiría en mi Asunción » respondió ella. Después, el Señor Jesús, levantándose con gozo inefable, llegó ante su Padre y le presentó, contenidas en él mismo, las almas de todos los elegidos, tanto de los que habían subido con él como de los elegidos que habían de venir, con todas sus obras, sus sufrimientos y sus méritos. Las mismas que, por el momento, estaban en pecado, aparecían en Cristo, como serían más tarde en el cielo. Pero las almas enamoradas y pacientes en el sufrimiento centelleaban en su Corazón con un resplandor particular, mientras que los otros brillaban, según su rango, en las diversas partes de su cuerpo. El Padre celestial recibió a su Hijo con los más grandes honores y dijo: « He aquí que yo te doy estas delicias sobreabundantes que tú, por así decirlo, has abandonado al descender a la tierra del exilio; a ellas añado la plena potencia de comunicarlas sin reservas a todas las almas que ahora me presentas contigo. » Entonces el Señor Jesús ofreció a Dios Padre la pobreza, los oprobios, los desprecios, los dolores, todo el trabajo y las obras de su Humanidad, como un presente nuevo y muy agradable que nunca había aparecido en el cielo, aunque hubiera sido anticipado en Dios. El Padre eterno atrajo este presente en sí mismo y lo unió a su Divinidad, tan íntimamente como si hubiera sufrido en persona. El Señor Jesús ofreció también al Espíritu Santo todo el perfume del amor que había consumido su santísimo Corazón con ardores sin igual, y los siete dones del mismo Espíritu, con su fruto pleno, porque sólo en Cristo el Espíritu Santo, con sus dones, ha obrado de modo absolutamente perfecto, según las palabras de Isaías: El Espíritu del Señor reposará sobre él, espíritu de sabiduría, etc. (Is., XI, 3). A los espíritus angélicos, donó la crema de su humanidad, de la cual los ángeles no habían tenido la experiencia; es decir, les dio una sobreabundancia de dulzura para sacar de esta Humanidad plena de encantos para acrecentar su gozo y su gloria. A los patriarcas y a los profetas les ofreció un delicioso licor, y habiendo así apaciguado todos sus deseos, los hizo descansar en sí mismo. En cuanto a los inocentes y a los que murieron por la verdad, él embellece y ennoblece sus sufrimientos, cubriéndolos, por decirlo así, con el oro precioso de su gloriosa Pasión y de su muerte. También hizo numerosos dones a los habitantes de la tierra, es decir, a los apóstoles y a los demás creyentes, sobre la consolación interior, el conocimiento de las cosas espirituales y el amor ferviente. Entonces el Señor, vuelto al alma, le dijo: « He aquí que he subido como un glorioso triunfador, y me llevé todas tus cargas conmigo. » Con estas palabras comprendió que las necesidades y las penas de todos los hombres están presentes en el Señor, y que combatiendo él mismo en nosotros y por nosotros, obtiene una gloriosa victoria. Y agregó: Como les dije a mis discípulos, Dios el Padre ha dado a mi humanidad el poder de hacer toda mi voluntad, en el cielo y en la tierra; de perdonar a los hombres sus pecados, de obstruir todo lo que les es hostil, de inclinar mi Divinidad hacia ellos en proporción a sus consecuencias. » Entonces el alma se postró a los pies del Señor para adorarlo y darle gracias, pero él se dignó dirigirle la palabra de nuevo y dijo: « Levántate, reina mía, (porque todas las almas unidas a mi amor serán reinas.) » El alma, continuando su conversación con el Señor, le dijo otra vez: « ¿Por qué, Dios tan gentil, el pensamiento de la muerte me causa poco o ningún gozo, mientras que otros esperan esta hora con transportes de alegría? » El Señor respondió: « Esto viene de un efecto especial de mi bondad, porque si quisieras morir, atraerías mi divino Corazón con tanta dulzura que no podría negartelo. » Ella respondió: « ¿Por qué, entonces, muchos hombres, a veces incluso muy perfectos, tienen tanto miedo a la muerte? Y yo, que soy una miserable, me asusto al pensar en morir. » El Señor respondió: « El miedo a la muerte proviene de la naturaleza, porque el alma ama el cuerpo y tiembla de horror ante la amargura de la separación. ¿Pero tú, qué temes, has recibido mi Corazón como prenda de inmortal alianza, para casa de refugio y para morada eterna? »







    El mismo día, como cantamos el responso: « Omnis Pulchritudo Domini: toda la belleza del Señor,etc. », ella exclamó con un impulso de amor: « ¡Señor mío, tu belleza, tu esplendor nos es quitado! » « No es así respondió con bondad el Señor, porque en mi belleza y mi fuerza, mi alabanza, mi gloria y mi amor, permanezco con vosotros y permaneceré allí para siempre. » Como cantamos en la procesión: « Et benedixit eis: il les bénit », ella vio en el aire, sobre la abadía. una mano admirablemente bella que bendijo a la comunidad mientras el Señor decía: « La bendición que di hace tiempo a mis discípulos es eterna, nunca os será quitada. »

  

 

 


    Para ver el video de la Revelación a Santa Matilde de Hackeborn: Cómo Dios Padre recibe a su Hijo el Día de la Ascensión, de su Libro de la Gracia Especial, dar clic en la siguiente imagen:

    

 VIDEO:




 
BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA:

  1. Santa Matilde de Hackeborn:  "Le Livre de la Gratia Espéciale.  Révélationes de Sainte Mechtilde". Editor: Alfred Mame et fils (nouvelle édition, revue et corrigée. Tours et Paris 1926).


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