DE LA DOCTRINA DE LA VERDAD
IMITACIÓN DE CRISTO
Tomás de Kempis
LIBRO PRIMERO
Contiene avisos provechosos para la vida espiritual
CAPÍTULO III
De la doctrina de la verdad
Bienaventurado
aquél a quien la verdad por sí misma enseña, no por figuras y
voces pasajeras, sino así como ella es. Nuestra estimación y
nuestro sentimiento, a menudo nos engañan, y conocen poco. ¿Qué
aprovecha la curiosidad de saber cosas obscuras y ocultas, que de no
saberlas no seremos en el día del juicio reprendidos? Gran locura
es, que dejadas las cosas útiles y necesarias, entendamos con gusto
en las curiosas y dañosas. Verdaderamente teniendo ojos no vemos.
¿Qué
se nos da de los géneros y especies de los lógicos? Aquél a quien
habla el Verbo Eterno se desembaraza de muchas opiniones. De este
Verbo salen todas las cosas, y todas predican su unidad, y él es el
principio y el que nos habla. Ninguno entiende o juzga sin él
rectamente. Aquel a quien todas las cosas le fueren uno, y trajeren a
uno, y las viere en uno, podrá ser estable y firme de corazón, y
permanecer pacífico en Dios. ¡Oh verdadero Dios! Hazme permanecer
unido contigo en caridad perpetua. Enójame muchas veces leer y oír
muchas cosas; en ti está todo lo que quiero y deseo; callen los
doctores; no me hablen las criaturas en tu presencia; háblame tú
solo.
Cuanto
más entrare el hombre dentro de sí mismo, y más sencillo fuere su
corazón, tanto más y mejores cosas entenderá sin trabajo; porque
recibe de arriba la luz de la inteligencia. El espíritu puro,
sencillo y constante, no se distrae aunque entienda en muchas cosas;
porque todo lo hace a honra de Dios y esfuérzase a estar desocupado
en sí de toda sensualidad. ¿Quién más te impide y molesta, que la
afición de tu corazón no mortificada? El hombre bueno y devoto,
primero ordena dentro de sí las obras que debe hacer exteriormente,
y ellas no le inducen deseos de inclinación viciosa; mas él las
sujeta al arbitrio de la recta razón. ¿Quién tiene mayor combate
que el que se esfuerza a vencerse a sí mismo? Esto debía ser todo
nuestro empeño, para hacernos cada día más fuertes y aprovechar en
mejorarnos.
Toda
perfección en esta vida tiene consigo cierta imperfección; y toda
nuestra especulación no carece de alguna obscuridad. El humilde
conocimiento de ti mismo es camino más cierto para Dios que
escudriñar la profundidad de las ciencias. No es de culpar la
ciencia, ni cualquier otro conocimiento de lo que, en sí
considerado, es bueno y ordenado por Dios; mas siempre se ha de
anteponer la buena conciencia y la vida virtuosa. Porque muchos
estudian más para saber que para bien vivir, y yerran muchas veces y
poco o ningún fruto sacan.
Si
tanta diligencia pusiesen en desarraigar los vicios y sembrar las
virtudes como en mover cuestiones, no se verían tantos males y
escándalos en el pueblo, ni habría tanta disolución en los
monasterios. Ciertamente, en el día del juicio no nos preguntarán
qué leímos, sino qué hicimos; ni cuán bien hablamos, sino cuán
santamente hubiéramos vivido. Dime, ¿dónde están ahora todos
aquellos señores y maestros, que tú conociste cuando vivían y
florecían en los estudios? Ya ocupan otros sus puestos, y por
ventura no hay quien de ellos se acuerde. En su viviente parecían
algo; ya no hay quien hable de ellos.
¡Oh,
cuán presto pasa la gloria del mundo! Pluguiera a Dios que su vida
concordara con su ciencia, y entonces hubieran estudiado y leído con
fruto. ¡Cuántos perecen en el mundo por su vana ciencia, que
cuidaron poco del servicio de Dios! Y porque eligen ser más grandes
que humildes, se desvanecen en sus pensamientos. Verdaderamente es
grande el que tiene gran caridad. Verdaderamente es grande el que se
tiene por pequeño y tiene en nada la cumbre de la honra.
Verdaderamente es prudente el que todo lo terreno tiene por basura
para ganar a Cristo. Y verdaderamente es sabio aquél que hace la
voluntad de Dios y renuncia la suya propia.
Para
ver el video de la obra "Imitación de Cristo",
escrita por Tomás de Kempis, Libro I, Capítulo III: "Doctrina
de la verdad", dar clic en la siguiente imagen.
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