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lunes, 30 de octubre de 2017

"De las penas del infierno". Meditación 26 de San Alfonso María de Ligorio.

DE LAS PENAS DEL INFIERNO


San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia




San Alfonso María de Ligorio nos habla en su Meditación 26 acerca del castigo que recibe el pecador en el infierno: la pena de daño y la pena de sentido. La pena de daño es aquella de mayor sufrimiento para el pecador: por haber abandonado a Dios, olvidándose de darle gloria a Él por atender a las criaturas, el alma del condenado no posee más a Dios y carece para siempre de su vista. La pena de sentido son los horribles tormentos que recibe el pecador por no amar a Dios sobre todas las cosas, por atender a las criaturas primero que a Dios el pecador será atormentado por ellas.



El tormento físico de ellos no es el mayor sufrimiento,
  el más grande es la ausencia de Dios en ellos.



Es de fe que hay infierno, lugar de tormentos sin fin en la que los sentidos de los condenados se han agudizado para mayor sufrimiento. El pecador que haya pecado más con algunos sentidos será más gravemente atormentado con ellos. La vista padecerá el tormento de las tinieblas, el fuego que hay en el infierno abrasa pero no alumbra; el humo que despedirá dicha hoguera formará espesa nube tenebrosa que cegará a los réprobos; no hay ahí mayor claridad que la necesaria para ver a los otros condenados y a los horribles demonios, haciendo más terrible su desdicha.



Serán atormentados mayormente en los sentidos
 con los que más pecaron. Lo más triste es que
 no pueden hacer nada para cambiar tan
terrible castigo por toda la  eternidad.



El olfato del réprobo sufrirá el tormento de oler los millones y millones de cuerpos hediondos de los demás condenados. Mucho más penarán por la fetidez asquerosa, sin duda, por los espantosos gritos y lamentos de aquella muchedumbre de atormentados y por la estrechez en que se encuentran amontonados como uvas prensadas en el lagar de la ira de Dios.

El oído será atormentado al oír los pavorosos gritos de los desesperados réprobos que buscan desahogar su intenso sufrimiento en esa forma y por el gran estruendo que harán millones y millones de demonios atormentando a los infelices condenados. Los réprobos del infierno oirán durante toda la eternidad los horribles aullidos y gritos de demonios y demás condenados, sin poder encontrar alivio a ese suplicio.

La gula será castigada por una hambre devoradora, los condenados buscarán saciarse con algo para comer pero no encontrarán ahí ni un solo pedazo de pan. Sufrirán una sed abrasadora, que no se apagaría ni tomando toda el agua de toda la tierra o de la que Dios tiene reservada. El rico Epulón seguirá pidiendo aunque sea esa sola gota de agua para refrescar su garganta y no la obtendrá jamás.



Saciaron sus cuerpos con los vicios  y realizaron
 muchas  iniquidades, olvidándose de Dios  y su justicia.


Epulón jamás conseguirá esa gota de
  agua para refrescar su garganta, porque
 no compartió nada con el pobre Lázaro.



El tacto será atormentado por las terribles llamas del infierno, fuego que atormenta sin consumir. El condenado estará rodeado de llamas por todos lados, será sumergido en el fuego como pez en el agua, el fuego penetrará hasta lo mas profundo del condenado para atormentarlo. Todos los órganos de réprobo arderán por las llamas del infierno, el voluptuoso sentirá que todo su cuerpo ardiendo hace más abrasadoras las llamas infernales que ha de padecer. Fuego abrasador en un instante y terrible hielo en el siguiente, alternándose para que más padezca el condenado.




Sumergidos en el fuego. Fuego
 que  atormenta pero no consume.



También padecen el tormento del terrible hielo,
frío comparado con las más bajas temperaturas
 que  hay en el universo.





El alma del condenado también sufrirá en sus potencias: memoria, entendimiento y voluntad. El recuerdo de lo poco que debía hacer para salvarse, el entendimiento por haber perdido el gran bien de Dios y su cielo, su voluntad al serle negado todo lo que pide.



El gusano de la conciencia.


Perdió a Dios y su cielo.  Pudo haber hecho tan poco para
 salvarse y ya es demasiado tarde para remediar sus males.




La pena de daño es la de carecer el alma y el cuerpo de Dios. En vida hasta los más pecadores tienen consuelos de Dios en su alma, ese bienestar en el alma solo lo da Dios. Si Dios abandonase por completo el cuerpo y alma de algún desgraciado en vida, ese infeliz sentiría un espantoso vacío en su alma que lo orillaría a buscar la muerte para no sentirse así. En el infierno, el condenado carece por completo de Dios, no tiene el amor de Dios en él, en su lugar un odio grandísimo a Dios y a todas sus criaturas, a si mismo, a los demás condenados, al lugar en donde se encuentra, al horrible tormento que padece y al demonio por malvado; odio horrible a Dios y a todo lo creado por Él, tremenda desdicha del réprobo. Si los condenados en el infierno tuvieran la dicha de ver a Dios su infierno no sería más infierno, lo padecerían sin quejarse por gozar de la vista de Dios. Pero, no verán a Dios nunca, por toda la eternidad.



Dios ya no lo ama más. El vacío en su
alma por la ausencia de Dios  y el pecado
con el que murió hace que odie a Dios y
a todas sus criaturas.



Para leer el e-book, imprimir o descargar el archivo pdf de la Meditación escrita 26 de San Alfonso María de ligorio: "De las penas del infierno", dar clic en el siguiente enlace:




Para ver el video de la Meditación 26 de San Alfonso maría de Ligorio: "De las penas del infierno", dar clic en el siguiente enlace:


VIDEO:




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