Santa Cristina “La Admirable”
Por el Padre Martín de Roa, de la Compañía de Jesús
No
se debe de olvidar en tiempo alguno, lo que de santa Cristina,
llamada por excelencia Maravillosa, escribe Surio con muchos otros
autores, especialmente Fr. Tomás Cantipratense, del Sagrado Orden
del glorioso Patriarca Santo Domingo. Murió
Cristina en los primeros años de su niñez, aun no cumplidos los
doce de ella. Puesto su cuerpo en la Iglesia para darle sepultura,
preferentes sus hermanos, y deudos, cantando la Misa los Sacerdotes,
a vista de todos subió por el aire, y se puso sobre la tirante más
alta de la Iglesia. La desampararon con el asombro todos los que allí
estaban, quedaron solo los Sacerdotes, con las hermanas de la
difunta. Acabada la Misa y hecha oración a N. S. la conjuraron de su
parte, que bajase, y diese razón de lo que pasaba. Bajó,
y dijo: Al punto que expiré, los Ángeles llevaron mi alma a un
lugar espantoso, donde gran número de almas padecían tan crudos
tormentos, que no hay lengua que baste a decirlos; yo tuve para mi
que sería el infierno, mas me desengañaron los Ángeles, diciéndome
que era el Purgatorio, donde conocí muchos de los que había
conocido en vida, con mucho dolor de verlos padecer, y no pude
socorrerlos. De aquí me llevaron a la
presencia de Dios que me recibió con su rostro alegre y me dijo:
Hija Cristina, escoge, o quedarte, o volver al cuerpo, para
satisfacer con tus penitencias, por las almas que viste en aquellos
tormentos, con que volverás cargada de merecimientos, y merecerás
mayor gloria. Escogí lo segundo, porque entendí ser lo que más
agradaba a su Majestad y lo que más persuadía la caridad, y
compasión para con aquellas almas. Vivió después cuarenta y dos
años, y
hizo en ellos tan extraordinarias penitencias, para librarlos del
Purgatorio, que parecieran increíbles, si se midieran con la
flaqueza humana, y no poco esfuerzo del cielo, en que para este
efecto el Señor le comunicaba, como en particular lo refiere Fray
Tomás Cantipratense, que fue testigo de vista, y la conoció.
Entraba en hornos encendidos, donde por
gran espacio de tiempo padecía tormentos de fuego, sin lesión
alguna: porque en saliendo
se hallaba sana, por merced de nuestro señor. Otras
veces pasaba días en ríos helados, otras se arrojaba por los
canales de los molinos, se le rasgaba el cuerpo, y quebrantaban los
huesos, con dolores grandísimos, mas de todo escapaba libre
milagrosamente. Pasaba
muchos días en los desiertos, tan falta de sustento, que pereciera
tal vez, si el Señor con su acostumbrada misericordia, no le hubiera
dado con nuevo milagro, tanta leche en sus virginales pechos, que con
ella se sustentó nueve semanas. Todas estas, y otras innumerables,
tanto como extrañas penitencias, acompañadas de mayores deseos, y
oraciones, ofrecía continuamente esta virgen, por las almas del
Purgatorio, suplicando a N. S. se apiadase de ellas, y le diese
ocasiones de satisfacer por sus penas, aunque acrecentase las suyas.
Fue así, que afrentadas las hermanas, y
deudos, de las penitencias que hacía la virgen, calificándolas por
locuras, la pusieron en prisiones, cargada de cadenas, en un rincón
de la casa, obscuro, desacomodado, con una tabla por cama, y por
sustento un poco de pan duro, y el agua por taza, como si fuera un
perro. Llegó a tanta miseria con el mal tratamiento, que pegadas las
carnes a la tabla que le servía de lecho, se le podrían, y ya ni
aún el poco pan que le daban podía comer. Ella con igual semblante,
todo lo daba por bien sufrido, en cambio de librar las almas del
Purgatorio. Sus hermanas, con más crudeza que suele caber en
mujeres, ni aún querían mirarla, antes ya la daban por muerta. Más
el Señor que la amaba como a su esposa, la socorrió en aquél
aprieto, como solía: comenzaron sus pechos a manarle un oleo
suavísimo, que igualmente le sirvió de
medicina y sustento, con el regalaba el pan, y ungía sus llagas.
Vencidas ya las hermanas con tan grandes prodigios, le alargaron las
prisiones, y con lágrimas le pidieron perdón de las injurias. ¿Que
caridad se vio jamás en los hombres, que llegase a la que esta
virgen tuvo con las almas de Purgatorio? ¿Cuántas
veces se sacrificó a Dios por ellas? ¿Cuántas penas cargo sobre
sí, por descargarlas de las suyas? Comenzó el
Señor a pagarle tan heroica piedad en
esta vida, con el don de profecía, con
el de dulcísima contemplación tan milagrosa, que estando arrebatada
en ella, se oía entre su pecho, y garganta una música tan suave
como de Ángeles, a que no pudieran llegar las más dulces voces, o
instrumentos del mundo. La enriqueció de mil otros favores;
habiéndole revelado el día de su muerte, él la recibió a sus
amorosos abrazos en la otra, como el mismo Señor lo significó al
Santo Fray
Beltán, del Sagrado Orden del gran Patriarca Santo Domingo, en
lo que de él refiere su historia, tomo 1, libro 1, capítulo 27
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BIBLIOGRAFÍA
De Roa, Martín. Padre Jesuita. Estado de los Bienaventurados en el Cielo...Ed. Universidad de Huesca pp. 157-161. Año 1628.
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