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martes, 21 de noviembre de 2017

"Maravillosa Santa Cristina la Admirable". Padre Jesuita Martín de Roa.

Santa Cristina “La Admirable”

Por el Padre Martín de Roa, de la Compañía de Jesús

 
 
 
 
 
 


No se debe de olvidar en tiempo alguno, lo que de santa Cristina, llamada por excelencia Maravillosa, escribe Surio con muchos otros autores, especialmente Fr. Tomás Cantipratense, del Sagrado Orden del glorioso Patriarca Santo Domingo. Murió Cristina en los primeros años de su niñez, aun no cumplidos los doce de ella. Puesto su cuerpo en la Iglesia para darle sepultura, preferentes sus hermanos, y deudos, cantando la Misa los Sacerdotes, a vista de todos subió por el aire, y se puso sobre la tirante más alta de la Iglesia. La desampararon con el asombro todos los que allí estaban, quedaron solo los Sacerdotes, con las hermanas de la difunta. Acabada la Misa y hecha oración a N. S. la conjuraron de su parte, que bajase, y diese razón de lo que pasaba. Bajó, y dijo: Al punto que expiré, los Ángeles llevaron mi alma a un lugar espantoso, donde gran número de almas padecían tan crudos tormentos, que no hay lengua que baste a decirlos; yo tuve para mi que sería el infierno, mas me desengañaron los Ángeles, diciéndome que era el Purgatorio, donde conocí muchos de los que había conocido en vida, con mucho dolor de verlos padecer, y no pude socorrerlos. De aquí me llevaron a la presencia de Dios que me recibió con su rostro alegre y me dijo: Hija Cristina, escoge, o quedarte, o volver al cuerpo, para satisfacer con tus penitencias, por las almas que viste en aquellos tormentos, con que volverás cargada de merecimientos, y merecerás mayor gloria. Escogí lo segundo, porque entendí ser lo que más agradaba a su Majestad y lo que más persuadía la caridad, y compasión para con aquellas almas. Vivió después cuarenta y dos años, y hizo en ellos tan extraordinarias penitencias, para librarlos del Purgatorio, que parecieran increíbles, si se midieran con la flaqueza humana, y no poco esfuerzo del cielo, en que para este efecto el Señor le comunicaba, como en particular lo refiere Fray Tomás Cantipratense, que fue testigo de vista, y la conoció. Entraba en hornos encendidos, donde por gran espacio de tiempo padecía tormentos de fuego, sin lesión alguna: porque en saliendo se hallaba sana, por merced de nuestro señor. Otras veces pasaba días en ríos helados, otras se arrojaba por los canales de los molinos, se le rasgaba el cuerpo, y quebrantaban los huesos, con dolores grandísimos, mas de todo escapaba libre milagrosamente. Pasaba muchos días en los desiertos, tan falta de sustento, que pereciera tal vez, si el Señor con su acostumbrada misericordia, no le hubiera dado con nuevo milagro, tanta leche en sus virginales pechos, que con ella se sustentó nueve semanas. Todas estas, y otras innumerables, tanto como extrañas penitencias, acompañadas de mayores deseos, y oraciones, ofrecía continuamente esta virgen, por las almas del Purgatorio, suplicando a N. S. se apiadase de ellas, y le diese ocasiones de satisfacer por sus penas, aunque acrecentase las suyas. Fue así, que afrentadas las hermanas, y deudos, de las penitencias que hacía la virgen, calificándolas por locuras, la pusieron en prisiones, cargada de cadenas, en un rincón de la casa, obscuro, desacomodado, con una tabla por cama, y por sustento un poco de pan duro, y el agua por taza, como si fuera un perro. Llegó a tanta miseria con el mal tratamiento, que pegadas las carnes a la tabla que le servía de lecho, se le podrían, y ya ni aún el poco pan que le daban podía comer. Ella con igual semblante, todo lo daba por bien sufrido, en cambio de librar las almas del Purgatorio. Sus hermanas, con más crudeza que suele caber en mujeres, ni aún querían mirarla, antes ya la daban por muerta. Más el Señor que la amaba como a su esposa, la socorrió en aquél aprieto, como solía: comenzaron sus pechos a manarle un oleo suavísimo, que igualmente le sirvió de medicina y sustento, con el regalaba el pan, y ungía sus llagas. Vencidas ya las hermanas con tan grandes prodigios, le alargaron las prisiones, y con lágrimas le pidieron perdón de las injurias. ¿Que caridad se vio jamás en los hombres, que llegase a la que esta virgen tuvo con las almas de Purgatorio? ¿Cuántas veces se sacrificó a Dios por ellas? ¿Cuántas penas cargo sobre sí, por descargarlas de las suyas? Comenzó el Señor a pagarle tan heroica piedad en esta vida, con el don de profecía, con el de dulcísima contemplación tan milagrosa, que estando arrebatada en ella, se oía entre su pecho, y garganta una música tan suave como de Ángeles, a que no pudieran llegar las más dulces voces, o instrumentos del mundo. La enriqueció de mil otros favores; habiéndole revelado el día de su muerte, él la recibió a sus amorosos abrazos en la otra, como el mismo Señor lo significó al Santo Fray Beltán, del Sagrado Orden del gran Patriarca Santo Domingo, en lo que de él refiere su historia, tomo 1, libro 1, capítulo 27
 
 
 
 
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BIBLIOGRAFÍA
 
De Roa, Martín. Padre Jesuita. Estado de los Bienaventurados en el Cielo...Ed. Universidad de Huesca pp. 157-161. Año 1628.

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