El MAGNIFICAT
El Magníficat es el cántico de la Santísima Virgen María, se encuentra en el evangelio de Lucas (Lucas 1, 46-55). Reproduce las palabras que, según San Lucas, María Madre de nuestro Señor Jesucristo, dirige a Dios en ocasión de su visita a su prima Santa Isabel (Lucas 1,39-45), esposa del sacerdote Zacarías. Isabel llevaba en su seno a San Juan Bautista (Lucas 1,5-25).
Virgen de la Dulce Espera |
El Magnificat es un canto de alabanza de María Santísima a Dios por la elección que hizo de ella, reconocimiento de la Providencia de Dios y cumplimiento de las promesas que Dios hizo a su pueblo
Virgen de la Buena Esperanza |
La Magnifica
Glorifica mi alma al Señor,
y mi espíritu se llena de gozo al contemplar la bondad de Dios mi salvador.
Porque ha puesto la mirada en la humilde sierva suya,
y vean aquí el motivo por el que me tendrán por dichosa todas las generaciones. Pues hizo en mi favor cosas grandes y maravillosas el que es todopoderoso y su nombre es infinitamente santo. Cuya misericordia se extiende de generación en generación a todos cuantos le temen.
Extendió el brazo de su poder, disipó el orgullo de los soberbios, trastornando sus designios. Desposeyó a los poderosos y elevó a los humildes. A los necesitados llenó de bienes y a los ricos dejó sin cosa alguna.
Exaltó a Israel su siervo acordándose de él por su gran misericordia y bondad. Así como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a toda su descendencia, por los siglos de los siglos. Amen.
En los siguientes videos se encuentra El Magnificat:
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El Magnificat en Latín, en un muro de la Iglesia de la Visitación en Israel |
A continuación se incluyen dos audiencias generales del Papa, de la catequesis de Juan Pablo II.
1ª CATEQUESIS DE JUAN PABLO II
En el Magníficat (Lc 1, 46-55)
María celebra la obra admirable de Dios
1. María, inspirándose en la
tradición del Antiguo Testamento, celebra con el cántico del
Magníficat las maravillas que Dios realizó en ella. Ese
cántico es la respuesta de la Virgen al misterio de la
Anunciación: el ángel la había invitado a alegrarse; ahora
María expresa el júbilo de su espíritu en Dios, su
salvador. Su alegría nace de haber experimentado personalmente la mirada
benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre y sin influjo
en la historia.
Con la expresión
Magníficat, versión latina de una palabra griega que
tenía el mismo significado, se celebra la grandeza de Dios, que con el
anuncio del ángel revela su omnipotencia, superando las expectativas y
las esperanzas del pueblo de la alianza e incluso los más nobles deseos
del alma humana.
Frente al Señor, potente y
misericordioso, María manifiesta el sentimiento de su pequeñez:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi
espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de
su esclava» (Lc 1,46-48). Probablemente, el término griego
está tomado del cántico de Ana, la madre de Samuel. Con él
se señalan la «humillación» y la «miseria» de
una mujer estéril (cf. 1 S 1,11), que encomienda su pena al
Señor. Con una expresión semejante, María presenta su
situación de pobreza y la conciencia de su pequeñez ante Dios
que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven humilde de
Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesías.
2. Las palabras «desde ahora me
felicitaran todas las generaciones» (Lc 1, 48) toman como punto de partida
la felicitación de Isabel, que fue la primera en proclamar a
María «dichosa» (Lc 1,45). El cántico, con cierta
audacia, predice que esa proclamación se irá extendiendo y
ampliando con un dinamismo incontenible. Al mismo tiempo, testimonia la
veneración especial que la comunidad cristiana ha sentido hacia la Madre
de Jesús desde el siglo I. El Magníficat constituye la
primicia de las diversas expresiones de culto, transmitidas de
generación en generación, con las que la Iglesia manifiesta su
amor a la Virgen de Nazaret.
3. «El Poderoso ha hecho obras grandes
por mí; su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de
generación en generación» (Lc 1,49-50).
¿Qué son esas «obras
grandes» realizadas en María por el Poderoso? La expresión
aparece en el Antiguo Testamento para indicar la liberación del pueblo
de Israel de Egipto o de Babilonia. En el Magníficat se refiere
al acontecimiento misterioso de la concepción virginal de Jesús,
acaecido en Nazaret después del anuncio del ángel.
En el Magníficat,
cántico verdaderamente teológico porque revela la
experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no sólo es
el Poderoso, pare el que nada es imposible, como había
declarado Gabriel (cf. Lc 1,37), sino también el Misericordioso,
capaz de ternura y fidelidad para con todo ser humano.
4. «Él hace proezas con su
brazo; dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los
poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a
los ricos los despide vacíos» (Lc 1,51-53).
Con su lectura sapiencial de la historia,
María nos lleva a descubrir los criterios de la misteriosa acción
de Dios. El Señor, trastrocando los juicios del mundo, viene en auxilio
de los pobres y los pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos,
y, de modo sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le encomiendan su
existencia (cf. Redemptoris Mater,
37).
Estas palabras del cántico, a la vez
que nos muestran en María un modelo concreto y sublime, nos ayudan a
comprender que lo que atrae la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad
del corazón.
5. Por ultimo, el cántico exalta el
cumplimiento de las promesas y la fidelidad de Dios hacia el pueblo elegido:
«Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como
lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su
descendencia por siempre» (Lc 1,54-55).
María, colmada de dones divinos, no
se detiene a contemplar solamente su caso personal, sino que comprende que esos
dones son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo su
pueblo. En ella Dios cumple sus promesas con una fidelidad y generosidad
sobreabundantes.
El Magníficat, inspirado en
el Antiguo Testamento y en la espiritualidad de la hija de Sión, supera
los textos proféticos que están en su origen, revelando en la
«llena de gracia» el inicio de una intervención divina que va
mas allá de las esperanzas mesiánicas de Israel: el misterio
santo de la Encarnación del Verbo.
Audiencia general del Miércoles de 6
de noviembre 1996
2ª CATEQUESIS DE JUAN PABLO II
El Magníficat (Lc 1, 46-55)
Cántico de la santísima Virgen María
1. El Magníficat (cf. Lc 1, 46-55). Es un canto que revela con acierto la
espiritualidad de los anawim bíblicos, es decir, de los fieles que se
reconocían "pobres" no sólo por su alejamiento de cualquier tipo de
idolatría de la riqueza y del poder, sino también por la profunda
humildad de su corazón, rechazando la tentación del orgullo, abierto a
la irrupción de la gracia divina salvadora. En efecto, todo el
Magníficat, que acabamos de escuchar cantado por el coro de la Capilla
Sixtina, está marcado por esta "humildad", en griego tapeinosis, que indica una situación de humildad y pobreza concreta.
2. El primer movimiento del cántico
mariano (cf. Lc 1, 46-50) es una especie de voz solista que se eleva
hacia el cielo para llegar hasta el Señor. Escuchamos precisamente la
voz de la Virgen que habla así de su Salvador, que ha hecho obras
grandes en su alma y en su cuerpo. En efecto, conviene notar que el
cántico está compuesto en primera persona: "Mi alma... Mi espíritu... Mi
Salvador... Me felicitarán... Ha hecho obras grandes por mí...". Así
pues, el alma de la oración es la celebración de la gracia divina, que
ha irrumpido en el corazón y en la existencia de María, convirtiéndola
en la Madre del Señor.
La estructura íntima de su canto orante
es, por consiguiente, la alabanza, la acción de gracias, la alegría,
fruto de la gratitud. Pero este testimonio personal no es solitario e
intimista, puramente individualista, porque la Virgen Madre es
consciente de que tiene una misión que desempeñar en favor de la
humanidad y de que su historia personal se inserta en la historia de la
salvación. Así puede decir: 'Su
misericordia llega a sus fieles de generación en generación' (v. 50).
Con esta alabanza al Señor, la Virgen se hace portavoz de todas las
criaturas redimidas, que, en su "fiat" y así en la figura de Jesús
nacido de la Virgen, encuentran la misericordia de Dios.
3. En este punto se desarrolla el
segundo movimiento poético y espiritual del Magníficat (cf. vv. 51-55).
Tiene una índole más coral, como si a la voz de María se uniera la de la
comunidad de los fieles que celebran las sorprendentes elecciones de
Dios. En el original griego, el evangelio de san Lucas tiene siete
verbos en aoristo, que indican otras tantas acciones que el Señor
realiza de modo permanente en la historia: 'Hace
proezas...; dispersa a los soberbios...; derriba del trono a los
poderosos...; enaltece a los humildes...; a los hambrientos los colma de
bienes...; a los ricos los despide vacíos...; auxilia a Israel'.
En estas siete acciones divinas es evidente el 'estilo' en el que el Señor de la historia inspira su comportamiento: se
pone de parte de los últimos. Su proyecto a menudo está oculto bajo el
terreno opaco de las vicisitudes humanas, en las que triunfan 'los
soberbios, los poderosos y los ricos'. Con todo, está previsto que su
fuerza secreta se revele al final, para mostrar quiénes son los
verdaderos predilectos de Dios: 'Los
que le temen', fieles a su palabra, 'los humildes, los que tienen
hambre, Israel su siervo', es decir, la comunidad del pueblo de Dios
que, como María, está formada por los que son 'pobres', puros y
sencillos de corazón. Se trata del 'pequeño rebaño', invitado a no
temer, porque al Padre le ha complacido darle su reino (cf. Lc 12, 32).
Así, este cántico nos invita a unirnos a este pequeño rebaño, a ser
realmente miembros del pueblo de Dios con pureza y sencillez de corazón,
con amor a Dios.
4. Acojamos ahora la invitación que nos
dirige san Ambrosio en su comentario al texto del Magníficat. Dice este
gran doctor de la Iglesia: «Cada
uno debe tener el alma de María para proclamar la grandeza del Señor,
cada uno debe tener el espíritu de María para alegrarse en Dios. Aunque,
según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe todas las
almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios...
El alma de María proclama la grandeza del Señor, y su espíritu se alegra
en Dios, porque, consagrada con el alma y el espíritu al Padre y al
Hijo, adora con devoto afecto a un solo Dios, del que todo proviene, y a
un solo Señor, en virtud del cual existen todas las cosas» (Esposizione
del Vangelo secondo Luca, 2, 26-27: Salmo XI, Milán-Roma 1978, p. 169).
En este estupendo comentario de san
Ambrosio sobre el Magníficat siempre me impresionan de modo especial las
sorprendentes palabras: "Aunque, según la carne, sólo hay una madre de
Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una
acoge en sí al Verbo de Dios". Así el santo doctor, interpretando las
palabras de la Virgen misma, nos invita a hacer que el Señor encuentre
una morada en nuestra alma y en nuestra vida. No sólo debemos llevarlo
en nuestro corazón; también debemos llevarlo al mundo, de modo que
también nosotros podamos engendrar a Cristo para nuestros tiempos.
Pidamos al Señor que nos ayude a alabarlo con el espíritu y el alma de
María, y a llevar de nuevo a Cristo a nuestro mundo.
Audiencia General del Miércoles 15 de febrero de 2006
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