EL PECADOR
Nuestro Señor Jesucristo y la Santísima Virgen María nos piden que oremos por los pobres pecadores que van camino al infierno, porque están en pecado mortal y no tienen quien rece por ellos. En estos tiempos, son muchísimos los habitantes del mundo que no tienen su alma preparada para soportar el justo juicio de Dios.
Aparición de la Virgen de Fátima, 1917 |
Gran
cantidad de personas están entregadas a las cosas mundanas: dinero,
posesiones, lujos, placeres; muchos de ellos ni siquiera se acuerdan de
Dios o no lo conocen. Todos ellos están encaminados a la condenación en
el infierno, en donde encontrarán la desesperación por no tener a Dios y
los tormentos terribles de ese espantoso lugar.
Ayudar
a salvar las almas de los pecadores, rezando, es una gran obra de
misericordia y Dios premiará tus buenas acciones. Si una alma del
purgatorio liberada por tus oraciones queda eternamente agradecida
contigo, con mayor razón el alma de un pecador, salvada de la
condenación en el infierno, alabará a Dios por su gran misericordia y
bondad;
nuestras oraciones siempre son escuchadas por Dios si son para pedir
por la conversión de los pecadores o el descanso de la benditas almas
del purgatorio.
En el siguiente video se muestran varias oraciones para pedir a Dios por la conversión de los pecadores y su salvación eterna:
VIDEO
Al rezar no solamente beneficias tu alma y la encaminas a la salvación eterna, también ayudas a salvar las de otros que no oran, no piden a Dios. Dios nos pide buenas obras para que podamos llegar a estar en su presencia en el Paraíso.
¿Quienes van camino del infierno? Los que desprecian a Dios y sus santas leyes, los que no adoran a Dios, los que no aman al prójimo, los que no creen en la existencia de Dios y viven sujetos a sus pasiones, los que no conocen a Dios y viven cometiendo todo tipo barbaridades, etc.
A continuación se mostrarán algunas profecía y revelaciones que Nuestro Señor Jesucristo hizo a Santa Brígida de Suecia, concernientes a los planes de Dios para terminar con el estado actual del mundo, ya desde el siglo XIII. También se incluyen varios ejemplos de pecadores que han muerto sin buscar el auxilio de la religión y su condenación eterna en el infierno; hay algunos casos en los cuales el pecador se salva porque, antes de su muerte, se encomendó a Dios, a la Santísima Virgen, a los ángeles o a los santos.
PROFECÍAS Y REVELACIONES DE SANTA BRÍGIDA DE SUECIA
Acerca de cómo un enemigo de Dios tenía tres demonios dentro de él y acerca de la sentencia que Cristo le aplicó.
LIBRO 1 - CAPÍTULO 13
Mi
enemigo tiene tres demonios en su interior. El primero reside en sus
genitales, el segundo en su corazón, el tercero en su boca. El primero
es como un barquero, que deja que el agua le llegue a las rodillas, y el
agua, al aumentar gradualmente, termina llenando el barco. Entonces se
produce una inundación y el barco se hunde. Este barco representa a su
cuerpo, que es asaltado por las tentaciones de demonios, y por sus
propias concupiscencias, como si fueran tormentas. La lujuria entró
primero hasta la rodilla, es decir, a través de su deleite en
pensamientos impuros. Al no resistir con la penitencia, ni tapar los
agujeros mediante los parches de la abstinencia, el agua de la lujuria
creció día a día por su consentimiento.
Entonces, el barco repleto, o sea, lleno por la concupiscencia del vientre, se inundó y hundió el barco en lujuria, de forma que no pudo llegar al puerto de la salvación. El segundo demonio, que residía en su corazón, es como un gusano dentro de una manzana, que primero come la piel de la manzana y después, tras dejar ahí sus excrementos, merodea por el interior de la manzana hasta que todo el fruto se descompone. Esto es lo que hace el demonio. Primero debilita la voluntad de la persona y sus buenos deseos, que son como la cáscara, donde se encuentra toda la fuerza y bondad de la mente y, cuando el corazón se vacía de estos bienes, pone en su lugar, dentro del corazón, los pensamientos mundanos y las afecciones hacia los que la persona se haya inclinado más. Así, impele al cuerpo hacia su propio placer y, por esta razón, el valor y entendimiento del hombre disminuyen y su vida se vuelve aburrida.
Es, de hecho, una manzana sin piel, o sea, un hombre sin corazón, pues entra en mi Iglesia sin corazón, porque no tiene caridad. El tercer demonio es como un arquero que, mirando por la ventana, dispara a los incautos. ¿Cómo no va a estar el demonio dentro de un hombre que siempre lo incluye en su conversación? Aquél que amamos es a quien más mencionamos. Las duras palabras con las que él hiere a otros son como flechas disparadas por tantas ventanas como veces mencione al demonio o sus palabras hieran a personas
inocentes y escandalicen a la gente sencilla.
Yo, que soy la verdad, juro por mi verdad que lo condenaré como a una ramera, a fuego y azufre; como a un traidor insidioso, a la mutilación de sus miembros; como a un bufón del Señor, a la vergüenza eterna. Sin embargo, mientras su alma y su cuerpo permanezcan unidos, mi misericordia está aún abierta para él. Lo que exijo de él es que atienda con mayor frecuencia los divinos servicios, que no tenga miedo de ningún reproche ni desee ningún honor y que nunca vuelva a tener ese siniestro nombre en sus labios.
EXPLICACIÓN
Este
hombre, un abad de la orden cisterciense, ha enterrado a una persona
que había estado excomulgada. Cuando estaba rezando la oración
correspondiente sobre él, Doña Brígida, en rapto espiritual, escuchó
esto: “Él utilizó su poder y lo enterró. Puedes estar segura de que el
próximo entierro después de éste será el suyo, pues pecó contra el
Padre, quien nos ha dicho que no mostremos parcialidad ni honremos
injustamente a los ricos. Por un favor propio, perecedero, este hombre
honró a una persona indigna y lo situó entre los dignos, cosa que no
debió hacer. Ha pecado contra mí también, el Hijo, porque Yo he dicho:
“Aquél que me rechace será rechazado”. Este hombre honró y exaltó a
alguien que mi Iglesia y mi vicario habían rechazado”. El abad se
arrepintió cuando oyó estas palabras y murió al cuarto día.
Palabras
de Cristo a su esposa sobre la manera y respeto con que se debe
conducir en la oración, y sobre tres clases de personas que sirven a
Dios en este mundo.
LIBRO 1 - CAPÍTULO 14
Yo soy tu Dios, el que fue crucificado en la cruz, verdadero Dios y hombre en una persona, y el que está presente todos los días en las manos del sacerdote. Cuando me ofrezcas una oración, termínala siempre con el deseo de que se haga mi voluntad y no la tuya. Cuando rezas por alguien que ya está condenado no te escucho. A veces tampoco te oigo si deseas algo que pueda ir contra tu salvación. Es, por ello, necesario que sometas tu voluntad a la mía, porque como Yo sé todas las cosas, no te proveo de nada más que de lo que es beneficioso. Hay muchos que no rezan con la intención correcta y es por esto que no merecen ser atendidos. Hay tres tipos de personas que me sirven en este mundo.
Los primeros son los que creen que soy Dios y el proveedor de todas las cosas, que tiene poder sobre todo. Estos me sirven con la intención de conseguir bienes y honores temporales, pero las cosas del Cielo no les importan y están hasta dispuestos a perderlas con tal de obtener bienes presentes. El éxito mundano se ajusta completamente a su medida, según sus deseos. Puesto que han perdido los bienes eternos, Yo les compenso con consuelos temporales por cualquier buen servicio que me hagan, pagándoles hasta el último cuadrante y hasta el último punto.
Los segundos son los que creen que soy Dios omnipotente y Juez estricto, pero me sirven por miedo al castigo y no por amor a la gloria celestial. Si no me temieran no me servirían.
Los terceros son los que creen que soy el Creador de todas las cosas y Dios verdadero y los que me creen justo y misericordioso. Estos no me sirven por miedo al castigo sino por divino amor y caridad. Preferirían soportar cualquier castigo, por duro que fuese, antes que provocar mi enfado. Éstos merecen verdaderamente ser escuchados cuando rezan, pues su voluntad coincide con mi voluntad. El primer tipo de sirvientes nunca saldrá del castigo ni llegará a ver mi rostro. El segundo, no será tan castigado, pero tampoco alcanzará a ver mi rostro, a menos que corrija su temor mediante la penitencia.
Cómo la esposa vio a un santo hablando a Dios acerca de una mujer que
había sido terriblemente afligida por el demonio y que después se
convirtió gracias a las oraciones de la gloriosa Virgen.
LIBRO 1 - CAPÍTULO 16
La esposa vio que uno de los santos le decía a Dios: “¿Por qué está el demonio afligiendo el alma de esta mujer que tú redimiste con tu sangre?”. El demonio contestó de inmediato diciendo: “Porque es mía por derecho”. Y el Señor dijo: “¿Con qué derecho es tuya?”. El demonio le contestó: “Hay –dijo—dos caminos. Uno que conduce al Cielo y otro al infierno. Cuando ella se topó con estos dos caminos, su conciencia y razón le dijeron que eligiera mi camino. Y como tenía libre voluntad para elegir el camino de su agrado, pensó que sería más ventajoso dirigir su voluntad hacia el pecado, y así comenzó a caminar por mi sendero. Después, la engañé con tres vicios: la gula, la codicia de dinero y la lujuria.
Ahora habito en su vientre y en su naturaleza. La tengo asida por cinco manos. Con una mano le cierro los ojos para que no vea cosas espirituales. Con la segunda, sujeto sus manos, de forma que no pueda hacer ninguna obra buena. Con la tercera le sostengo los pies, de manera que no camine hacia la bondad. Con la cuarta, sujeto su intelecto para que no se avergüence de pecar y, con la quinta, le sostengo el corazón para que no sienta contrición”. La bendita Virgen María le dijo entonces a su Hijo: “Hijo mío, haz que diga la verdad sobre lo que quiero preguntarle”. El Hijo contestó: “Tú eres mi Madre, eres la Reina del Cielo, eres la Madre de la misericordia, el consuelo de las almas del purgatorio, la alegría de los que peregrinan por el mundo. Eres la Soberana de los ángeles, la criatura más excelente ante Dios. También eres Soberana sobre el demonio Ordénale tú misma a este demonio, Madre, y él te dirá lo que quieras”. La bendita Virgen preguntó entonces al demonio: “Dime, Satanás, ¿qué intención tenía esta mujer antes de entrar en la Iglesia?”. Satanás le contestó: “Tomó la resolución de no volver a pecar”.
Y la Virgen María le dijo: “Aunque su intención anterior le conducía al infierno, dime, ¿en qué dirección apunta su actual intención de alejarse del pecado?” El demonio le respondió con desgana: “La intención de abstenerse de pecar la conduce hacia el Cielo”. La Virgen María dijo: “Como tú aceptaste que era tu derecho alejarla del camino de la Santa Iglesia debido a su anterior intención, ahora es cuestión de justicia que debe ser conducida de vuelta a la Iglesia, dada su presente intención. Ahora, demonio, te voy a hacer otra pregunta: Dime ¿qué intención tiene en su actual estado de conciencia?”. El demonio le contestó: “En su mente está terriblemente contrita y arrepentida, llora por todo lo que ha hecho. Ha decidido no cometer semejantes pecados nunca más y enmendarse en todo lo que pueda”.
La Virgen, entonces, preguntó a demonio: ¿Podrías decirme si los tres pecados de lujuria, gula y codicia pueden existir en un corazón junto a sus tres buenas resoluciones de contrición, arrepentimiento y propósito de enmienda?”. El demonio contestó: “No”. Y la bendita Virgen dijo: “¿Me dirás, entonces, cuáles tienen que retroceder y huir de su corazón, las tres virtudes o los tres vicios que, según tú, no pueden ocupar el mismo lugar al mismo tiempo?”. El demonio replicó: “Digo que los pecados”. Y la Virgen agregó: “El camino al infierno está entonces cerrado para ella y el camino del Cielo le queda abierto”.
De nuevo, la bendita Virgen María inquirió al demonio: “Dime, si un ladrón acechara a las puertas de la esposa y quisiera violarla ¿qué tendría que hacer el Esposo?” Satanás contestó: “Si el Esposo es bueno y valiente, debe defenderla arriesgando su vida por el bien de ella”. Entonces, la Virgen dijo: “Tú eres el ladrón malvado. Esta alma es la esposa de mi Hijo, quien la redimió con su propia sangre. Tú la corrompiste y la atacaste a la fuerza. Por lo tanto, y puesto que mi Hijo es el Esposo de su alma y Señor sobre ti, retírate de su presencia”.
EXPLICACIÓN
Esta mujer era una prostituta, que después de arrepentirse quiso volver al mundo porque el demonio la molestaba día y noche, tanto que visiblemente presionaba sus ojos y, delante de muchos, la arrastraba fuera de la cama. Entonces, en la presencia de testigos fiables, la santa doña Brígida dijo abiertamente: “Márchate, demonio, has vejado ya bastante a esta criatura de Dios”. Después de dicho esto, la mujer se quedó quieta por media hora, con los ojos fijos en el suelo y, después, se levantó y dijo: “En verdad he visto al demonio en una forma abominable saliendo por la ventana y oí su voz que me decía: ‘Mujer, verdaderamente has quedado liberada”. Desde ese momento, esta mujer, ha vencido toda impaciencia, cesaron sus sórdidos pensamientos y ha venido a descansar en una buena muerte.
Palabras del Creador a la esposa sobre cómo su justicia mantiene a los malvados en la existencia por una triple razón.
LIBRO 1 - CAPÍTULO 25
Yo soy el Creador del Cielo y la tierra. Te preguntabas, esposa mía, por qué soy tan paciente con los malvados. Esto se debe a que soy misericordioso. Mi justicia los aguanta por una razón triple y también por una razón triple mi misericordia los mantiene. En primer lugar, mi justicia los aguanta de forma que su tiempo se complete hasta el final. Podrías preguntar a un rey justo por qué tiene a algunos prisioneros a quienes no condena a muerte, y su respuesta sería: ‘Porque aún no ha llegado el tiempo de la asamblea general de la corte, en la que pueden ser oídos, y donde aquellos que los oyen pueden tomar mayor conciencia’.
De forma parecida, Yo tolero a los malvados hasta que llega su tiempo, de manera que su maldad pueda ser conocida por otros también ¿No previne ya la condena de Saúl mucho antes de que se diera a conocer a los hombres? Lo toleré durante largo tiempo para que su maldad pudiera ser mostrada a otros. La segunda razón es que los malvados hacen algunos buenos trabajos, por los cuales han de ser compensados hasta el último céntimo. De esta forma, ni el mínimo bien que hayan hecho por mí quedará sin recompensa y, consiguientemente, recibirán su salario en la tierra. En tercer lugar, los aguanto para que se manifieste así la gloria y la paciencia de Dios. Es por esto que toleré a Pilatos, Herodes y Judas, pese a que iban a ser condenados. Y si alguien preguntara por qué tolero a tal o cual persona, que se acuerde de Judas y de Pilatos.
Mi misericordia mantiene a los malvados también por una triple razón. Primero, porque mi amor es enorme y el castigo es eterno y muy largo. Por eso, debido a mi gran amor, los tolero hasta el último momento para que se retrase su castigo lo más posible en la extensa prolongación del tiempo. En segundo lugar, es para permitir que su naturaleza sea consumida por los vicios, pues experimentarían una muerte temporal más amarga si tuvieran una constitución joven. La juventud padece una mayor y más amarga agonía en la hora de la muerte. En tercer lugar, por la mejora de las buenas personas y la conversión de algunos de los malvados. Cuando las personas buenas y rectas son atormentadas por los perversos, esto beneficia a los buenos y justos, pues les permite resistirse a pecar o conseguir un mayor mérito.
Igualmente, los malvados a veces tienen un efecto positivo en otras personas
perversas. Cuando éstos últimos reflexionan sobre la caída y maldad de los primeros, se dicen a sí mismos: ‘¿De qué nos sirve seguir sus pasos?’ Y: ‘Si el Señor es tan paciente será mejor que nos arrepintamos’. De esta forma, a veces vuelven a mí porque se atemorizan de hacer lo que hacen los otros y, además, su conciencia les dice que no deben hacer ese tipo de cosas. Se dice que, si una persona ha sido picada por un escorpión, se puede curar cuando se le unte aceite en el que haya muerto otro alacrán. De forma parecida, a veces una persona malvada que ve a otro caer puede verse aguijoneado por el remordimiento, y curado, al reflexionar sobre la maldad y vanidad del otro.
Palabras del Señor a la esposa describiendo cómo fue juzgado un hombre
ante el tribunal de Dios, y sobre la horrible y terrible sentencia
dictada sobre él por Dios y por todos los santos.
LIBRO 1 - CAPÍTULO 28
La esposa vio que Dios estaba enojado y dijo: “Yo soy sin principio ni fin. No hay cambio en mí ni de años ni de días. Todo el tiempo del mundo es como una sola hora o momento para mí. Todo el que me ve, contempla y entiende todo lo que hay en mí en un instante. Sin embargo, esposa mía, al estar tú en un cuerpo material no puedes percibir ni conocer igual que un espíritu. Por ello, por tu bien, te explicaré lo que ha sucedido. Yo estaba, por así decirlo, sentado en el tribunal para juzgar, porque todo juicio me ha sido dado, y cierta persona vino a ser juzgada ante el tribunal.
La voz del Padre resonó y le dijo: ‘Más te valiera no haber nacido’. No era porque Dios se arrepintiese de crearlo, sino como cualquiera que sintiera preocupación por otra persona y se compadeciese de él. La voz del Hijo intervino: ‘Yo derramé mi sangre por ti y acepté una durísima penitencia, pero tú te has enajenado completamente y eso ya no tiene nada que ver contigo’. La voz del Espíritu dijo: ‘Yo busqué por todos los rincones de su corazón para ver si podía encontrar algo de ternura y caridad, pero es tan frío como el hielo y tan duro como una piedra. Este hombre no me concierne’.
Estas tres voces no se oyeron como si fueran tres dioses, sino que han sido hechas audibles para ti, esposa mía, porque de otra forma no habrías podido comprender este misterio. Las tres voces del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se transformaron inmediatamente en una sola voz que retumbó y dijo: “¡De ninguna manera merece el reino de los Cielos! La Madre de la misericordia permaneció en silencio y no desplegó su merced pues el defendido no era digno de ello. Todos los santos clamaron a una voz diciendo: ‘Es justicia divina para él el ser perpetuamente exiliado de tu reino y de tu gozo’. Todos en el purgatorio dijeron: “No tenemos una penitencia suficientemente dura para castigar tus pecados. Habrás de soportar mayores tormentos y, por lo tanto, tienes que ser apartado de nosotros’.
Entonces, el mismo defendido exclamó con una horrenda voz: ‘¡Ay, ay de la semilla que fecundó en el vientre de mi madre y de la que yo me formé!’. Por segunda vez exclamó: ‘¡Maldita la hora en la que mi alma se unió a mi cuerpo y maldito aquél que me dio un cuerpo y un alma!’. Volvió a clamar una tercera vez: ‘¡Maldita la hora en la que salí a vivir del vientre de mi madre!’ Entonces llegaron tres voces horribles del infierno, que le decían: ‘¡Ven con nosotros, alma maldita, como el líquido que se derrama hasta la muerte perpetua y vive sin fin!’ Por segunda vez, las voces lo volvieron a llamar: ‘¡Ven, alma maldita, vaciada por tu maldad! ¡Ninguno de nosotros dejará de llenarte de su propio mal y dolor!’. Por tercera vez, agregaron: ‘¡Ven, alma maldita, pesada como una piedra que se hunde y se hunde y nunca alcanza fondo en el que descansar! Descenderás más bajo que nosotros y no pararás hasta que no hayas llegado a lo más profundo del abismo’.
Entonces, el Señor dijo: ‘Como un hombre con varias esposas, que ve caer a una y se aparta de ella y se vuelve hacia las otras, que permanecen firmes, y se alegra con ellas, así Yo he apartado de él mi rostro y mi merced y me he vuelto a los que me sirven y me obedecen y me alegro con ellos. Por tanto, ahora que has sabido de su caída y desdicha, ¡sírveme con mayor sinceridad que él, en proporción a la mayor misericordia que te he dispensado! ¡Apártate del mundo y de sus deseos! ¿Acaso acepté yo tan acerba pasión por la gloria del mundo, o por que no podía consumarla en menos tiempo y con más facilidad? ¡Claro que podía! Sin embargo, la justicia exigía eso. Como la humanidad pecó en todos y cada uno de sus miembros, se tuvo que hacer cumplida justicia en todos y cada uno de los miembros.
Por esto, Dios, en su compasión por la humanidad y en su ardiente amor hacia la Virgen, recibió de ella una naturaleza humana a través de la cual pudo soportar todo el castigo al que estaba abocada la humanidad. Al haber tomado Yo vuestro castigo sobre mí, por amor, permanece firme en la verdadera humildad, como mis siervos ¡Así no tendrás nada de que avergonzarte ni nada que temer más que a mí! Guarda tus palabras de tal forma que, si esa fuera mi voluntad, tú no hablarías. No te entristezcas por las cosas temporales, que tan sólo son pasajeras. Yo puedo hacer a quien yo quiera rico o pobre. ¡Así pues, esposa mía, deposita toda tu esperanza en mí!”.
EXPLICACIÓN
Este hombre era un canónico de noble reputación y subdiácono, quien, habiendo obtenido una falsa dispensación, se quiso casar con una rica doncella. Sin embargo, fue sorprendido por una muerte repentina y no consiguió su objetivo.
Palabras del Señor a la esposa sobre cómo Él es abominable y
despreciable nutrición en las almas de los cristianos, mientras que el
mundo es deleitable y amable para ellos, y sobre la terrible sentencia
que recaerá en tales personas.
LIBRO 1 - CAPÍTULO 57
El Hijo dijo a la esposa: “Los cristianos me tratan ahora de la misma forma que me trataron los judíos. Los judíos me echaron del templo y estaban enteramente resueltos a matarme, pero como aún no había llegado mi hora, escapé de sus manos. Los cristianos me tratan así ahora. Me echan de su templo, es decir, de su alma, que debería ser mi templo, y si pudieran me matarían enseguida. En sus labios, Yo soy como carne podrida y apestosa, creen que estoy mintiendo y no se preocupan de mí en absoluto. Me vuelven sus espaldas, pero Yo apartaré mi rostro de ellos, pues no hay nada más que codicia en sus bocas y sólo lujuria bestial en su carne. Sólo la soberbia les complace, sólo los placeres mundanos deleitan su vista.
Mi pasión y mi amor les resultan odiosos, y mi vida una carga. Por consiguiente, actuaré como el animal que tiene muchas cuevas: cuando los cazadores lo acosan en una cueva, escapa a otra. Haré esto, porque estoy siendo perseguido por los cristianos, con sus malas obras, y arrojado de la cueva de sus corazones. Por ello, me iré a los paganos en cuyas bocas ahora soy amargo e insípido pero llegaré a serles más dulce que la miel. Sin embargo, aún soy tan misericordioso que con gusto abriré mis brazos a quien me pida perdón y diga: ‘Señor, sé que he pecado gravemente, y libremente quiero mejorar mi vida por tu gracia. ¡Ten piedad de mí, por tu amarga pasión!’
Pero a aquellos que persistan en el mal, les llegaré como un gigante con tres
cualidades: terrible, muy fuerte y muy áspero. Llegaré inspirando tanto miedo a los cristianos que no se atreverán ni a levantar el dedo meñique contra mí. También vendré con tanta fuerza que serán como mosquitos ante mí. Tercero, vendré en tal aspereza que sentirán dolor en el presente y se lamentarán sin fin”.
Quéjase
la Virgen María de los pocos cristianos que se acuerdan hoy de sus
dolores. Símil que explica por qué no dan fruto en todos las palabras de
Jesús.
LIBRO 2 - CAPÍTULO 14
A
la manera que si viera uno reunida una muchedumbre de personas, dijo la
Virgen, y uno se acercase junto a ella llevando en las espaldas una
carga pesadísima, y otra en los brazos; y con los ojos llenos de
lágrimas, mirase a toda aquella gente, por ver si alguien se compadecía
de él y le aliviara la carga; de esta misma suerte me encontraba yo en
el mundo, porque estaba llena de tribulaciones desde que nació mi Hijo
hasta su muerte. A mis espaldas llevaba una carga gravísima, cuando
trabajé sin cesar en el servicio Divino, y sufrí con paciencia todas las
adversidades. En los brazos llevé un gran peso, cuando padecí la mayor
angustia y dolor de corazón que ha padecido criatura alguna. Y tuve los
ojos llenos de lágrimas siempre que consideraba en el cuerpo de mi Hijo
los sitios de los clavos y su futura Pasión, y cuando veía cumplirse en
él todo lo vaticinado por los Profetas.
Mas ahora miro a todos los que viven en el mundo, por ver si hay quien se
compadezca de mí y mediten mi dolor; mas hallo poquísimos que piensen en mi tribulación y padecimientos. Y así, tú hija, no me olvides, aunque soy olvidada y menospreciada de muchos, mira mi dolor, e imítame en lo que pudieres. Considera mis angustias y lágrimas, y duélete de que sean pocos los amigos de Dios. Permanece firme, que ahora viene aquí mi Hijo.
Yo soy, le dijo Jesucristo, tu Dios y tu Señor, que hablo contigo. Mis palabras son como flores de una hermosa planta, y aunque nazcan estas flores de una misma raíz, no todas llevan simiente ni fruto. Así, mis palabras son como unas flores que salen de la raíz del amor de Dios, las cuales las reciben muchos, pero no en todos dan fruto, ni llegan a madurar, porque unos las reciben y las retienen poco, y después las echan de sí, porque son ingratos a mi espíritu; otros las reciben y las retienen, porque están llenos de amor de Dios, y en estos dan fruto de devoción y obras santas y perfectas.
Mas ahora miro a todos los que viven en el mundo, por ver si hay quien se
compadezca de mí y mediten mi dolor; mas hallo poquísimos que piensen en mi tribulación y padecimientos. Y así, tú hija, no me olvides, aunque soy olvidada y menospreciada de muchos, mira mi dolor, e imítame en lo que pudieres. Considera mis angustias y lágrimas, y duélete de que sean pocos los amigos de Dios. Permanece firme, que ahora viene aquí mi Hijo.
Yo soy, le dijo Jesucristo, tu Dios y tu Señor, que hablo contigo. Mis palabras son como flores de una hermosa planta, y aunque nazcan estas flores de una misma raíz, no todas llevan simiente ni fruto. Así, mis palabras son como unas flores que salen de la raíz del amor de Dios, las cuales las reciben muchos, pero no en todos dan fruto, ni llegan a madurar, porque unos las reciben y las retienen poco, y después las echan de sí, porque son ingratos a mi espíritu; otros las reciben y las retienen, porque están llenos de amor de Dios, y en estos dan fruto de devoción y obras santas y perfectas.
Dice santa Inés a santa Brígida, que no se debe dejar la conversión para la hora de la muerte.
LIBRO 3 - CAPÍTULO 5
Muchos hay en el día de hoy, dijo santa Inés a santa Brígida, que tienen estos pensamientos, de caminar gozando del mundo, para volverse a Dios a la hora de la muerte, y dicen: Cosa dura es meternos por camino tan estrecho, y dejar las honras y nuestra propia voluntad. Y se apoyan en una esperanza falsa y peligrosa, diciendo: Larga es nuestra vida, y grandísima la misericordia de Dios. El mundo está lleno de goces, y para ellos fui creado; así, no importa que por algún tiempo use yo del mundo según mi voluntad, que al fin de mi vida quiero seguir a Dios, pues en este camino del mundo hay cierto atajo o vereda, que es la contrición y confesión, y si me acogiere a ella, me salvaré.
Este deseo de pecar hasta el fin y pensar confesarse entonces, es una esperanza muy flaca, porque cuando ellos menos piensen, ya están en manos de la muerte, y suele ser tal el dolor y tan arrebatado el fin, que no pueden hacer confesión ni tener contrición que les sea de provecho. Y con muchísima razón se les niega eso, pues no quisieron prevenirse cuando pudieron, sino que quisieron atar la misericordia de Dios y guardarla para cuando ellos quisiesen aprovecharla, y no cuando Dios se la ofrecía; ni tenían pensamiento de dejar de pecar, sino hacerlo hasta más no poder, y se volvían a Dios porque el pecado los dejaba a ellos, y no podían ya gozar de sus deleites. La justicia, hace su oficio en juzgar, y la misericordia el suyo en atraer a sí y convidar.
Y la Madre de Dios dijo a santa Brígida: Aun cuando Dios puede hacer todas las cosas, no obstante, el hombre debe cooperar para salir del pecado y alcanzar el amor de Dios. Porque tres cosas hay para que el hombre salga del pecado, que son: perfecta penitencia, intención de no volver a pecar, y la enmienda, según consejo de los que han despreciado el mundo por Dios, y están autorizados para darlo. Otras tres cosas hay para alcanzar la gracia, que son: humildad, misericordia y deseo grande de amar mucho a Dios; pues cualquiera que con estas condiciones dijere aunque sea solamente un Padre nuestro por alcanzar la gracia de Dios, muy pronto sentirá los efectos de esta misma gracia.
Hasta
que está el hombre debajo de la tierra, no me aparto de él; y si se
anima a romper las cerraduras, le salgo al encuentro como su sierva para
servirle, y como Madre para ayudarle. Y debo decirte, que como ves que
la tierra produce plantas y flores de diverso género y especie, del
mismo modo si desde el principio del mundo todos los hombres hubiesen
permanecido en su justicia original, todos habrían obtenido excelente
recompensa; porque todo el que está gozando de Dios pasa de una alegría a
otra, no porque en ninguna haya hastío, sino porque se va aumentando el
placer, y continuamente se renueva un gozo a otro, y todos tan grandes,
que no se puede explicar.
Palabras de la Virgen, quejándose del olvido que los cristianos tienen de su divino Hijo.
LIBRO 3 - CAPÍTULO 13
Grandes quejas tengo del mundo, hija mía, dijo la Virgen. Con razón me quejo,
primeramente, de que era llevado al sacrificio aquel Cordero inocentísimo, que muy bien sabía adónde iba. Tal día como hoy callaba el que muy bien sabía hablar, y tal día como hoy fue circuncidado aquel inocentísimo Niño que jamás pecó. Y así, aunque no puedo irritarme, parezco estarlo, porque veo que el Señor omnipotente, hecho un pobre Niño, es olvidado y menospreciado por su criatura.
primeramente, de que era llevado al sacrificio aquel Cordero inocentísimo, que muy bien sabía adónde iba. Tal día como hoy callaba el que muy bien sabía hablar, y tal día como hoy fue circuncidado aquel inocentísimo Niño que jamás pecó. Y así, aunque no puedo irritarme, parezco estarlo, porque veo que el Señor omnipotente, hecho un pobre Niño, es olvidado y menospreciado por su criatura.
Otra
vez habla la Virgen María a santa Brígida, explicándole tres maneras de
tribulaciones, las que compara a tres clases de pan.
LIBRO 4 - CAPÍTULO 26
Dondequiera, hija, que está tendido el trigo, es menester trabajar y
juntarlo, y de él se hacen tres clases de panes: uno apurado y blanco de
la flor de la harina para los señores, otro más moreno para los
criados, y otro muy negro para los perros. Trillar y juntar el trigo es
padecer tribulación, y la mayor para los buenos es ver cuán poco los
hombres honran y conocen a Dios, y cuanto menos le aman. Todos los que
de esta manera son atribulados, son ese trigo que gusta a Dios y a todo
el ejército del cielo. Los que padecen las tribulaciones y adversidades
del mundo, son el pan mediano, que a muchos les sirve para alcanzar el
cielo. Y los que se afligen porque no pueden hacer todo el mal que
quisieran, estos son panes de aquellos perros que están en el infierno.
Misteriosa revelación en que Dios pregunta a santa Brígida qué opina del actual estado del mundo. Contestación de la Santa y amenazas del Señor contra los malos.
LIBRO 4 - CAPÍTULO 32
Esposa mía, ¿qué tal te parece está el mundo? Paréceme, Señor, respondió
la Santa, un saco derramado al cual acuden todos, y sin cuidarse de lo
que ha de venir, como quien va de carrera. Justo es, pues, respondió el
Señor, que vaya con mi arado al mundo, y no perdone a cristianos ni a
gentiles, a mozos ni a viejos, a pobres ni a ricos, sino que cada cual
será juzgado según sus obras y morirá en su pecado; pero quedarán
algunas casas con sus habitantes, porque todavía no es el fin.
Oh Señor mío, dijo Santa Brígida, no os enojéis por mi atrevimiento; suplícoos que enviéis algunos amigos y siervos vuestros, que les avisen el peligro en que están. Escrito está, respondió el Señor, que desesperanzado ya de su salvación aquel rico que estaba en el infierno, pedía que enviasen alguno para que avisase a sus hermanos, y no se condenasen, y se le contestó: De ningún modo se hará eso, porque tienen a Moisés y a los Profetas, de quienes pueden aprender. Lo mismo puedo yo decir ahora: tienen los Evangelios y los dichos de los Profetas, tienen los ejemplos y las palabras de los doctores, tienen la razón y la inteligencia: aprovéchense de esto y se salvarán. Porque si te envió a ti, no podrás dar tantas voces que te oigan; si envío a mis amigos, son pocos, y apenas los querrán oír. Con todo, haré lo que pides, y enviaré amigos que me preparen el camino.
Oh Señor mío, dijo Santa Brígida, no os enojéis por mi atrevimiento; suplícoos que enviéis algunos amigos y siervos vuestros, que les avisen el peligro en que están. Escrito está, respondió el Señor, que desesperanzado ya de su salvación aquel rico que estaba en el infierno, pedía que enviasen alguno para que avisase a sus hermanos, y no se condenasen, y se le contestó: De ningún modo se hará eso, porque tienen a Moisés y a los Profetas, de quienes pueden aprender. Lo mismo puedo yo decir ahora: tienen los Evangelios y los dichos de los Profetas, tienen los ejemplos y las palabras de los doctores, tienen la razón y la inteligencia: aprovéchense de esto y se salvarán. Porque si te envió a ti, no podrás dar tantas voces que te oigan; si envío a mis amigos, son pocos, y apenas los querrán oír. Con todo, haré lo que pides, y enviaré amigos que me preparen el camino.
Notable revelación en la que vió la Santa el juicio de personas que aún vivían.
LIBRO 4 - CAPÍTULO 40
LIBRO 4 - CAPÍTULO 40
Estando en oración vi un Rey sentado en su trono, y todos los hombres estaban
delante
de él, teniendo cada cual a su lado uno a modo de soldado armado, y
otro como un feísimo negro. Delante del trono había un púlpito, en el
cual estaba un libro, que lo rodeaban tres reyes, como lo había visto
otra vez. Vi también que junto al púlpito estaba todo el mundo, y oí
que el Juez, dijo a aquel soldado armado: Llama a juicio a aquellos a
quienes has servido con amor. Y al punto que los nombraba el soldado,
caían en tierra. Unos estaban postrados más tiempo y otros menos, hasta
que las almas se desprendían de los cuerpos. Todo lo que en esta ocasión
vi y oí, no puedo declararlo, porque oí la sentencia y condenación de
muchos que aún viven, y que muy pronto morirán. No obstante, me dijo el
Juez: Si los hombres se enmendasen, yo mitigaría mi sentencia.
Espantosa
sentencia y condenación de un hombre y de una mujer que vivían mal
amistados, y aclaración que fue hecha de la visión por medio del ángel.
LIBRO 4 - CAPÍTULO 42
Estando en oración vi un hombre que tenía los ojos fuera de las órbitas y
pendían de los nervios debajo de las mejillas. Tenía orejas de perro y
narices de caballo, boca de lobo hambriento, manos de buey muy grande y
pies de buitre. Hallábase junto a él una mujer,cuyos cabellos parecían
zarzas; tenía los ojos en la nuca, cortadas las orejas y las narices
llenas de sarna y lepra; los labios eran como dientes de serpiente, y en
la lengua tenía un aguijón venenoso; las manos eran como dos colas de víbora y los pies como dos escorpiones.
Viendo esto, y no en sueños, sino muy despierta, dije para mí: ¿Qué será esto? ; y entonces oí una voz muy suave que me consoló de tal modo, que disipó todo mi temor y me dijo: ¿Qué piensas que es lo que estás viendo? Y respondí: No sé si estos que estoy viendo son demonios, o bestias que las crio Dios con esta fiereza, o si serán hombres formados de este modo por Dios. Y me contestó la voz: No son demonios, porque los demonios carecen de cuerpo, y ves que estos lo tienen; ni tampoco son animales, pues descienden de la estirpe de Adán; ni Dios los creó de esta manera; pero el demonio trae estas almas a la presencia de Dios con toda la fealdad y como si tuvieran cuerpo, para que tú puedas entenderlo y verlo. Además, yo te declararé lo que significan en espíritu.
Aquellos dos nervios de que colgaban los ojos de aquel hombre, son dos
conocimientos
que tuvo: uno, con el cual creyó que Dios vivía para siempre, sin tener
principio ni fin; otro, con el que creyó que su alma había de vivir
para siempre en pena o en gloria. Los dos ojos significan que debían
considerar dos cosas: la una, es cómo debió considerar la manera de
evitar el pecado; y la otra, cómo valerse para hacer las buenas obras.
Le han sacado estos ojos, porque no hizo buenas obras para ir al cielo,
ni evitó pecados para escapar del infierno. Tiene también orejas de
perro, porque como el perro vuelve la cabeza a cualquiera que lo llama
por su nombre aunque no sea su dueño, así éste, sin atender al nombre y
honra de Dios, sólo miraba su nombre y honra. Tiene narices de caballo,
porque como el caballo huele el estiércol, así éste después de haber
pecado, se deleitaba en pensar en el mal que había hecho.
Tiene, igualmente, boca de lobo feroz, porque como el lobo no se contenta con
hartarse
y llenar su vientre del ganado que mata, sino que después de harto,
degüella cuantas ovejas encuentra, y las desea tragar; así éste, aunque
hubiese poseído todo cuanto veía, todavía ambicionaría lo que oyera que
tenían otros. Tiene manos de buey, porque como el buey o el toro,
después que ha vencido a su contrario, lo está pisando con la vehemencia
del enojo, hasta que le revienta el vientre y le hace pedazos la carne;
así éste, cuando estaba lleno de ira, no le importaba quitar la vida a
su enemigo, ni que el alma de éste bajase al infierno, ni que su cuerpo
padeciera con la muerte. Tiene, por último, pies de buitre, porque como
el buitre cuando tiene entre las uñas algo que le es de gusto, lo
aprieta con tanta fuerza, que del gran dolor que recibe, se olvida de lo
que tenía entre las manos y lo deja caer; así éste, lo injustamente
adquirido, trató de retenerlo hasta la muerte, aun cuando le faltaban
todas las fuerzas y se veía en la precisión de dejarlo.
Los cabellos sirven en la cabeza para ornato de las mujeres, y significan la voluntad y buenos deseos que deben tener de agradar mucho al Ser Supremo, pues estos deseos son los que delante de Dios adornan el alma. Pero porque el deseo de esa mujer fué agradar al mundo más que a Dios, y tiene por cabellos zarzas y espinas. Tiene los ojos en la nuca, porque apartaba los del alma de las cosas que la bondad de Dios le había hecho en criarla, en redimirla y en darle todo lo necesario; pues ella miraba con afán las cosas perecederas del mundo, de las cuales cada día se va uno apartando, hasta que del todo desaparecen de la vista. Tiene la orejas cortadas, porque no se cuidó de oír sermones ni la doctrina evangélica.
Las narices están llenas de lepra y sarna, porque como por ellas suele subir el olor suave al cerebro, para que con él se fortifique; así ésta hizo cuanto pudo para fortalecer y regalar su perecedero cuerpo. Los labios parecen dientes de serpiente, y en su lengua hay un aguijón venenoso; porque como la serpiente tiene muy cerrados los dientes para defender el aguijón, no sea que se le rompa por cualquier evento, y sin embargo, la inmundicia corre de su boca a los dientes, porque están muy separados; así ésta, cerró también la boca y no quiso hacer verdadera confesión, por no perder el deleite que tenía en su venenoso pecado, con el cual mató su alma como con un aguijón; y la inmundicia de su pecado aparece no obstante a Dios y a sus santos.
Después le dijeron a la Santa: Ya te hablé de un matrimonio que se había realizado contra los estatutos y leyes de la Iglesia, y ahora te quiero acabar de declarar lo que fué de él: Las manos de aquella mujer que parecían colas de víbora y los pies escorpiones, significan que la mujer que se casó en ese matrimonio, era tan desordenada, que con todos sus ademanes y acciones escandalizaba al hombre y lo hería peor que un escorpión. En aquel mismo instante apareció un negro que tenía en la mano un tridente y en un pie tres agudas uñas, y principió a dar voces y a decir: Oh Juez, ya llegó mi hora: he estado esperando y callado, pero ya es tiempo.
Y al punto estando sentado en su tribunal el Juez con innumerable ejército, vi un hombre y una mujer temblando, a quienes dijo el Juez: Aunque todo lo sé, decid qué es lo que hicisteis. Respondió el hombre: Bien sabíamos los impedimentos de la Iglesia para nuestro matrimonio, pero no se nos dio nada de ellos y los despreciamos. Pues no quisisteis seguir al Señor, dijo el Juez, justo es que sintáis la malicia del verdugo. Y al punto el negro les clavó una uña en el corazón y los apretó de suerte, que parecía tenerlos en una prensa.
Y dijo el Juez: Mira, alma, lo que merecen aquellos que a sabiendas se apartan de su Creador por la criatura. Y enseguida dijo el mismo Juez a los dos reos: Yo os di un cuerpo donde reunieseis el honor de mis delicias, ¿qué es lo que traéis ahora. No hemos buscado más que los deleites de nuestra carne y nuestro vientre, y así no traemos más que confusión y vergüenza. Pues dales su pago, dijo el Juez al verdugo, y este les clavó a los dos en el vientre la segunda uña con tanta fuerza, que les atravesó todos los intestinos.Mira alma, dijo el Juez a santa Brígida, el pago de los que no guardan mi Santa ley, y en lugar de medicina anhelan el veneno.
¿Donde está, dijo el Juez a los reos, el tesoro que os presté, para lucrarme con él? Pusímoslo debajo de los pies, respondieron ambos, pues buscábamos tesoro de la tierra y no del cielo. Pues dales lo que sabes y debes, dijo el Juez al verdugo, el cual les clavó la tercera uña en los corazones, vientres y pies de ambos, de modo que los hizo un ovillo, y dijo: Señor, ¿adónde he de ir con ellos? No es para ti el subir ni el gozar, respondió el Juez. Al punto desaparecieron dando gemidos el hombre y la mujer. Y dijo el Juez a la Santa: Alégrate, hija, porque estás alejada de tales cosas.
Misericordia
y justicia de Dios y cuánto le importa al hombre responder a la
inspiración divina. Cuéntase el castigo de uno que no lo hizo así.
LIBRO 4 - CAPÍTULO 63
LIBRO 4 - CAPÍTULO 63
Yo
soy el Creador de todas las cosas, dice Jesucristo a santa Brígida.
Tengo delante de mí como dos hojas: en una está escrita mi misericordia,
y en otra mi justicia. Así, pues, a todo el que se duele de sus pecados
y propone no volver a cometerlos, le dice la misericordia, que mi
Espíritu lo encenderá para hacer obras buenas; y al que de buena gana
quisiese apartarse de estas vanidades del mundo, mi Espíritu lo hace más
fervoroso. Pero al que está dispuesto, aún a morir por mí, lo inflamará
tanto mi Espíritu, que yo estaré en él, y él en mí.
En la
otra hoja está escrita mi justicia, la dual dice: A todo el que no se
enmendare cuando tiene tiempo, y a sabiendas se aparta de Dios, ni lo
defenderá el Padre, ni le será propicio el Hijo, ni lo inflamará el
Espíritu Santo. Por consiguiente, ahora que es tiempo, considera la hoja
de la misericordia; porque todo el que haya de salvarse, se purgará con
el agua o con el fuego, esto es, con alguna penitencia hecha en esta
vida, o con el fuego del purgatorio en la otra.
A un hombre que
tú conoces, le mostré estas dos hojas de la misericordia y de la
justicia, y ha hecho burla de la hoja de mi misericordia, y lo que es
malo, lo tiene por bueno; y como la garza sobre las otras aves, así éste
quiere subir sobre todos, y por tanto, está en gran peligro, si no mira
mucho por sí, porque morirá en medio de sus placeres, y será quitado
del mundo de entre los que beben y juegan. Así aconteció; pues
levantándose alegre de la mesa, aquella misma noche le dieron muerte sus
enemigos.
Indecible obstinación del demonio en el mal, y quiénes son sus secuaces.
LIBRO 4 - CAPÍTULO 72
Yo
soy, dice Jesucristo a la santa, como un rey provocado a pelear, y el
demonio está contra mí con su ejército. Pero es tal la intención y
firmeza de mi propósito, que antes de apartarme un ápice de la justicia,
faltarían el cielo, la tierra y cuanto hay en ellos. Mas la intención
del demonio es tal, que antes que humillarse, querría que hubiese tantos
infiernos cuantos son los átomos del sol, y padecerlos todos
eternamente a un mismo tiempo.
Varios hombres, enemigos míos, están próximos a mi tribunal, sin que haya entre nosotros más de dos pies de distancia. Traen enarbolada la bandera, el escudo en el brazo, la mano puesta en la espada, aunque todavía sin desenvainar; y es tanta mi paciencia, que si no atacan primero, no les acometo.
La bandera de estos hombres trae por divisa la gula, la codicia y la lujuria, y su yelmo es la dureza del corazón, porque no consideran las penas del infierno, ni ven lo abominable que es el pecado. La visera de este yelmo son el placer de la carne y el deseo de agradar al mundo, y por la rejilla de la visera lo escudriñan todo y miran lo que no debe verse.
El escudo es la perfidia con que excusan su pecado, y lo atribuyen a flaqueza de la carne, y así, no juzgan que deben pedir perdón de sus culpas. La espada es la voluntad decidida de perseverar en el pecado, pero aun no está desenvainada la espada, porque todavía no está cumplida su malicia. Desenvainan la espada, cuando quieren pecar todo el tiempo que pudieren vivir, y hieren con ella, cuando se alaban de sus pecados y tienen ánimo de perseverar en ellos.
Cuando estuviese cumplida su malicia, resonará en mi ejército una voz que diga: Heridlos ahora, Señor. Y entonces los consumirá la espada de mi justicia, y cada cual según le cogiere armado, padecerá la pena, y los demonios arrebatarán sus almas, los cuales como ave de rapiña no buscan bienes temporales, sino las almas para despedazarlas sin cesar eternamente.
Varios hombres, enemigos míos, están próximos a mi tribunal, sin que haya entre nosotros más de dos pies de distancia. Traen enarbolada la bandera, el escudo en el brazo, la mano puesta en la espada, aunque todavía sin desenvainar; y es tanta mi paciencia, que si no atacan primero, no les acometo.
La bandera de estos hombres trae por divisa la gula, la codicia y la lujuria, y su yelmo es la dureza del corazón, porque no consideran las penas del infierno, ni ven lo abominable que es el pecado. La visera de este yelmo son el placer de la carne y el deseo de agradar al mundo, y por la rejilla de la visera lo escudriñan todo y miran lo que no debe verse.
El escudo es la perfidia con que excusan su pecado, y lo atribuyen a flaqueza de la carne, y así, no juzgan que deben pedir perdón de sus culpas. La espada es la voluntad decidida de perseverar en el pecado, pero aun no está desenvainada la espada, porque todavía no está cumplida su malicia. Desenvainan la espada, cuando quieren pecar todo el tiempo que pudieren vivir, y hieren con ella, cuando se alaban de sus pecados y tienen ánimo de perseverar en ellos.
Cuando estuviese cumplida su malicia, resonará en mi ejército una voz que diga: Heridlos ahora, Señor. Y entonces los consumirá la espada de mi justicia, y cada cual según le cogiere armado, padecerá la pena, y los demonios arrebatarán sus almas, los cuales como ave de rapiña no buscan bienes temporales, sino las almas para despedazarlas sin cesar eternamente.
Hace Jesucristo a la Santa algunas aclaraciones sobre la revelación anterior.
LIBRO 4 - CAPÍTULO 73
LIBRO 4 - CAPÍTULO 73
Te he
dicho, esposa mía, que entre mis enemigos y yo no hay sino la distancia
de dos pies. Ya con el pie que les queda se acercan a mi tribunal. Un
pie es la remuneración que han recibido por las buenas obras que por mí
hicieron; y por consiguiente, desde este día se aumentará su infamia, se
llenarán de amarguras sus deleites, se les quitará el gozo y se les
aumentará la tristeza y tribulación. El segundo pie es su malicia, que
no está cumplida ni ha subido a su punto; porque como suele decirse, que
cuando una cosa está muy llena, revienta y da estallido de puro llena,
así cuando llega a estar el alma llena de malicia, revienta y apartarse
del cuerpo para comparecer en mi tribunal y ser condenada.
Su espada, que es la voluntad de pecar, la tienen medio desnuda, porque se afligen con los sucesos contrarios y mengua de su honra, y no tienen tantos bríos para pecar; y ni aun las prosperidades y honras del mundo les daban mucho lugar para pecar. Pero ahora, a fin de satisfacer sus pasiones, desean vivir más tiempo para pecar más a su sabor. Pero ¡ay de ellos! Porque si no se enmendaren, tienen ya cerca su perdición.
Su espada, que es la voluntad de pecar, la tienen medio desnuda, porque se afligen con los sucesos contrarios y mengua de su honra, y no tienen tantos bríos para pecar; y ni aun las prosperidades y honras del mundo les daban mucho lugar para pecar. Pero ahora, a fin de satisfacer sus pasiones, desean vivir más tiempo para pecar más a su sabor. Pero ¡ay de ellos! Porque si no se enmendaren, tienen ya cerca su perdición.
Precioso símil por el que se muestran cuatro clases de personas que no buscan de veras a Dios.
LIBRO 4 - CAPÍTULO 74
LIBRO 4 - CAPÍTULO 74
Yo
daré a mis amigos, dice Jesucristo a la Santa, cuatro saetas. Con la
primera, se ha de herir al que está ciego de un ojo; con la segunda, al
que está cojo de un pie; con la tercera, al que es sordo de un oído, y
con la cuarta, al que está del todo tendido en el suelo.
Es ciego de un ojo, el que conoce los mandamientos de Dios y las obras de los santos, y no fija la atención en nada de esto; pero ve los placeres del mundo y los codicia. A esté se le ha de disparar la saeta, diciéndole: Eres semejante a Lucifer, el cual vió la infinita hermosura de Dios; mas porque deseó injustamente lo que no debió, bajó al infierno, adonde tú bajarás también, si no miras por ti, puesto que conoces los mandamientos de Dios y que todas las cosas del mundo son transitorias. Por consiguiente, te importa mucho tomar lo cierto y dejar lo transitorio, no sea que bajes al infierno.
Cojea de un pie, el que se arrepiente y tiene contrición de los pecados cometidos, pero trabaja por adquirir bienes y comodidades de la tierra. A esté se le ha de tirar la saeta, diciéndole: Tú trabajas por la comodidad del cuerpo, que muy en breve han de comer los gusanos. Trabaja con fruto por tu alma, que ha de vivir para siempre. Es sordo de un oído, el que desea oír mis palabras y las de mis santos, pero tiene el otro oído atento a las chocarrerías y cosas del mundo, y así ha de decírsele: Eres semejante a Judas, que por un oído le entraban las palabras de Dios y por el otro le salían, y así no se aprovechó de ellas. Cierra, pues, tus oídos para oír cosas vanas, a fin de que puedas oír la armonía de los ángeles.
Se halla enteramente tendido en el suelo, el que está metido en cosas del mundo; pero piensa y desearía también saber el camino para enmendarse. A éste debe decírsele: Esta vida es breve como un instante, la pena del infierno es eterna, y es perpetua la gloria de los santos. Por consiguiente, para llegar a la verdadera vida, no debe serte molesto nada por grave y amargo que sea, porque Dios es tan piadoso como justiciero. Todos los que de esta suerte fueren heridos, si la saeta saliere de su corazón ensangrentada, esto es, si tuvieren compunción y propósito de enmendarse, recibirán el aceite de mi gracia, con la cual sanarán todos sus miembros.
Es ciego de un ojo, el que conoce los mandamientos de Dios y las obras de los santos, y no fija la atención en nada de esto; pero ve los placeres del mundo y los codicia. A esté se le ha de disparar la saeta, diciéndole: Eres semejante a Lucifer, el cual vió la infinita hermosura de Dios; mas porque deseó injustamente lo que no debió, bajó al infierno, adonde tú bajarás también, si no miras por ti, puesto que conoces los mandamientos de Dios y que todas las cosas del mundo son transitorias. Por consiguiente, te importa mucho tomar lo cierto y dejar lo transitorio, no sea que bajes al infierno.
Cojea de un pie, el que se arrepiente y tiene contrición de los pecados cometidos, pero trabaja por adquirir bienes y comodidades de la tierra. A esté se le ha de tirar la saeta, diciéndole: Tú trabajas por la comodidad del cuerpo, que muy en breve han de comer los gusanos. Trabaja con fruto por tu alma, que ha de vivir para siempre. Es sordo de un oído, el que desea oír mis palabras y las de mis santos, pero tiene el otro oído atento a las chocarrerías y cosas del mundo, y así ha de decírsele: Eres semejante a Judas, que por un oído le entraban las palabras de Dios y por el otro le salían, y así no se aprovechó de ellas. Cierra, pues, tus oídos para oír cosas vanas, a fin de que puedas oír la armonía de los ángeles.
Se halla enteramente tendido en el suelo, el que está metido en cosas del mundo; pero piensa y desearía también saber el camino para enmendarse. A éste debe decírsele: Esta vida es breve como un instante, la pena del infierno es eterna, y es perpetua la gloria de los santos. Por consiguiente, para llegar a la verdadera vida, no debe serte molesto nada por grave y amargo que sea, porque Dios es tan piadoso como justiciero. Todos los que de esta suerte fueren heridos, si la saeta saliere de su corazón ensangrentada, esto es, si tuvieren compunción y propósito de enmendarse, recibirán el aceite de mi gracia, con la cual sanarán todos sus miembros.
A quiénes elige Dios para sus obras, y gran castigo que padecía un soberbio en los infiernos.
LIBRO 4 - CAPÍTULO 82
LIBRO 4 - CAPÍTULO 82
El que
leyere la Sagrada Escritura, dijo Jesucristo a santa Brígida, hallará
que de un pastor hice un profeta, y que di el espíritu de profecía a
jóvenes e idiotas; y aunque no todos recibieron mi doctrina, no obstante,
para que se manifestara mi amor, tuvieron los más noticia de ella.
Igualmente para predicar mi evangelio escogí unos pobres pescadores, y
no quise doctores, para que no se vanagloriasen de su sabiduría, y para
que supiesen todos, que así como Dios es admirable e incomprensible,
igualmente sus obras son inescrutables, y en cosas pequeñas obra grandes
maravillas.
Por consiguiente, todo hombre que se deja llevar del mundo para adquirir gloria y cumplir su gusto y deleite, se impone pesada carga. Tal fue uno que con todo afán se dejó llevar de los atractivos del mundo, adquirió mucha nombradía, y se echó a cuestas una gravísima carga; pero ahora tiene gran nombre en el infierno, una pesada carga por premio y el lugar de mayor castigo. A este lugar bajaron antes de él los que lo animaban con sus consejos y auxilios, para que ensanchara su malicia; bajaron con él las retribuciones de sus obras: y bajarán después de él los que imitaren sus obras. Así, pues, los primeros le dan voces como quienes están metidos en una prensa, y le dicen: Porque obedeciste nuestros consejos, ardemos más con tu presencia; por tanto, maldito seas tú, merecedor de esa horca, en que la soga no se rompe, sino que existe siempre un fuego perpetuo: una gran confusión se apodere de ti, por tu ambición y soberbia.
Sus obras dan también voces y dicen: Miserable, no pudo la tierra alimentarte con su fruto, y así lo ambicionaste todo; no hubo suficiente oro ni plata para saciar tu codicia, y así es justo que te halles sin nada. Por esto los cuervos voraces despedazarán tu alma, que se hará trizas sin consumirse, y se derretirá sin morir.
Los que después de él bajaron al infierno, le dicen: ¡Desventurado de ti, porque naciste! Tu deleite se convertirá en aborrecimiento de Dios, de tal suerte, que no querrá decir una sola palabra, que sea en loor de Dios. Así, pues, como en el amor y honra de Dios existe todo consuelo y deleite, todo bien y un inefable gozo, del cual somos indignos por haberte imitado, de la misma manera, tendrá una perpetua tristeza y lucha con la compañía de los demonios; por tus honras tendrás afrentas, por tus lujurias ardores, por tu amor propio un extremado frío, por el regalo de tu carne ningún descanso; además, por el nombre que indignamente llevaste, serás por siempre maldito, y por el puesto glorioso ocuparás el lugar más despreciable.
Esto merecen, esposa mía, los que se meten en tales cosas contra lo dispuesto por Dios.
Vio santa Brígida que se presentó en el tribunal de Dios un demonio, el cual tenía asida el alma de cierto difunto, la cual estaba temblando como un corazón que palpita. Y el demonio dijo al Juez: Aquí está la presa. Tu ángel y yo estábamos siguiendo esta alma desde su principio hasta el fin; él para defenderla, y yo para hacerle daño, y ambos la acechábamos como cazadores. Mas al fin cayó en mis manos, y para alcanzarla soy tan ávido e impetuoso como el torrente que cae desde arriba, al cual nada resiste sino algún fuerte estribo, esto es, tu justicia, la que todavía no ha decidido en este juicio, y, por tanto, aún no la poseo con seguridad. Por lo demás, la deseo con tanto afán, como el animal que se halla tan consumido por la abstinencia, que de hambre se comería hasta sus propios miembros. Y así, puesto que eres justo Juez, da tocante a ella justa sentencia.
Y respondió el Juez: ¿Por qué cayó más bien en tus manos, y por qué te acercaste a ella más que mi ángel? Y contestó el demonio: Porque sus pecados fueron más que sus buenas obras. Y dijo el Juez: Muestra cuáles son. Respondió el demonio: Un libro tengo lleno con sus pecados. Y dijo el Juez: ¿Qué nombre tiene ese libro? Su nombre es inobediencia, respondió el demonio, y en ese libro hay siete libros, y cada uno de ellos tiene tres columnas, y cada columna tiene más de mil palabras, pero ninguna menos de mil, y algunas muchas más de mil. Respondió el Juez: Dime los nombres de esos libros, pues aunque yo todo lo sé, quiero, no obstante que hables, para que conozcan otros tu malicia y mi bondad.
El nombre del primer libro, dijo el demonio, es soberbia, y en él hay tres columnas. La primera, es la soberbia espiritual en su conciencia, porque estaba ensoberbecido con la buena vida que creía tener mejor que la de los otros; y ensoberbecíase también por su inteligencia y conciencia que creía más prudente que la de los demás. La segunda columna era, porque estaba soberbio con los bienes que se le habían concedido, con los criados, con los vestidos y demás cosas. La tercera columna era, porque se ensoberbecía con la hermosura de los miembros, con su ilustre nacimiento y con sus obras. En estas tres columnas hay infinitas palabras, según muy bien sabes.
El segundo libro es su codicia: este tiene tres columnas. La primera es espiritual, porque pensó que sus pecados no eran tan graves como se decía, e indignamente deseó el reino de los cielos, que no se da sino al que está perfectamente limpio. La segunda es, porque deseó del mundo mas de lo necesario, y su deseo se encaminó únicamente a exaltar su nombre y su descendencia, a fin de criar y ensalzar sus herederos, no a honra tuya, sino según la honra del mundo. La tercera columna es, porque estaba soberbio con la honra del mundo y con ser más que los otros. Y en estas columnas, según bien sabes, hay innumerables palabras, con que buscaba el favor y la benevolencia, y adquiría bienes temporales.
El tercer libro es la envidia, y tiene tres columnas. La primera fue mental o en su ánimo, porque ocultamente envidiaba a los que tenían más que él, y prosperaban más. La segunda columna es, porque por envidia recibió cosas de los que tenían menos que él, y más lo necesitaban. La tercera, porque por envidia perjudicó a su prójimo ocultamente con sus consejos, y aún públicamente, tanto de palabra como de obra, tanto por sí como por los
suyos, y hasta incitó a otros a que lo hicieren.
El cuarto libro es la avaricia, y en él hay tres columnas. La primera es la avaricia mental, porque no quiso decir a otros lo que sabía, con lo cual hubieran los otros tenido consuelo y adelanto, y pensaba consigo de esta manera: ¿Qué provecho me resulta, si doy ese consejo a este o al otro? ¿Qué recompensa tengo, si le fuere a otro útil ese consejo o palabra? Y así, cualquiera se apartaba de él muy afligido, no edificado ni instruido, como hubiera podido ser, si hubiese él querido. La segunda columna es, porque cuando podía pacificar los disidentes, no quiso hacerlo, y cuando podía consolar los afligidos, no se cuidó de ello. La tercera columna es la avaricia en sus bienes, en términos, que si debía dar un maravedí en tu nombre, se angustiaba y se le hacía penoso, y por honra del mundo daba ciento de buena gana. En estas columnas hay infinitas palabras, como muy bien te consta. Todo lo sabes y nada se te puede ocultar; mas por tu poder me obligas a hablar, porque quieres que esto sirva de provecho a otros.
El quinto libro es la pereza, y tiene tres columnas. Primera, porque fue perezoso en hacer buenas obras por honra tuya, esto es, en cumplir tus mandamientos; pues por el descanso de su cuerpo perdió su tiempo, y le eran muy deleitables el provecho y placer de su cuerpo. La segunda columna es porque fue perezoso en pensar, pues siempre que tu buen espíritu infundía en su corazón el arrepentimiento, o alguna buena idea espiritual, parecíale aquello demasiado difuso, y apartaba su mente del pensamiento espiritual, y tenía por grato y suave todo gozo del mundo. La tercera columna es porque fué perezoso de boca, esto es, en orar y en hablar lo que era de provecho a los otros y en honra tuya; pero era muy aficionado a palabras chocarreras. Cuántas palabras hay en estas columnas, y cuán innumerables son, tú sólo lo sabes.
El sexto libro es la ira, y tiene tres columnas. La primera, porque irritábase con su prójimo por cosas que no le interesaban. La segunda columna es, porque con su ira dañó de obra a su prójimo, y a veces por ira destrozaba sus cosas. La tercera es, porque por ira molestaba
a su prójimo.
El séptimo libro era su sensualidad, y tiene también tres columnas. La primera es, porque de una manera indebida y desordenada deleitábase carnalmente; pues aunque era casado, y no se mezclaba con otras mujeres, con todo pecó impúdicamente de un modo ilícito con ademanes, con palabras y obras inconvenientes. La segunda columna es, porque era demasiado atrevido en hablar, y no sólo estimulaba a su mujer a hablar con libertad, sino que muchas veces con sus palabras atrajo también a otros, para que oyesen y pensasen liviandades. La tercera columna es, porque mantenía su cuerpo con excesiva delicadeza, haciendo preparar para sí en abundancia las más exquisitas viandas para mayor placer de su cuerpo, y para que los hombres lo alabasen y lo apellidasen espléndido.
Mas de mil palabras hay en estas columnas, porque se sentaba a la mesa más
despacio de lo justo, sin considerar la pérdida del tiempo; hablaba muchas cosas inoportunas, y comía más de lo que pedía la naturaleza. Aquí tienes, oh Juez, todo mi libro: adjudícame, pues, esa alma.
Guardó silencio entonces el Juez, y acercándose la Madre, que estaba más lejos, dijo: Yo quiero disputar con ese demonio sobre la justicia. Y respondió el Hijo: Amadísima Madre,cuando al demonio no se le niega la justicia, ¿cómo se te podrá negar a ti, que eres mi Madre y la Señora de los ángeles? Tú todo lo puedes y todo lo sabes en mí, pero sin embargo, habla, para que otros sepan el amor que te tengo.
En seguida dijo la Virgen al demonio: Te mando, diablo, que me respondas a tres cosas que te pregunto, y aunque lo hicieres a la fuerza, estás obligado por justicia, porque soy tu Señora. Dime, ¿conoces tú, por ventura, todos los pensamientos del hombre?
Y respondió el demonio: No, sino solamente aquellos que puedo juzgar por las operaciones exteriores del hombre y por su disposición, y los que yo mismo le sugiero en su corazón, pues aunque perdí mi dignidad, sin embargo, por lo sutil de mi naturaleza, me quedó tanta penetración, que por la disposición del hombre puedo entender el estado de su mente; pero sus buenos pensamientos no puedo conocerlos.
Entonces le volvió a hablar al demonio la bienaventurada Virgen, y le dijo: Dime, diablo, aunque sea a la fuerza: ¿Qué es aquello que puede borrar lo escrito en tu libro? Nada puede borrarlo, respondió el demonio, sino una cosa, que es el amor de Dios; y el que lo tuviere en su corazón, por pecador que sea, al punto se borra lo que acerca de él estaba escrito en mi libro. Dime, diablo, le preguntó por tercera vez la Virgen: ¿Hay, por ventura, algún pecador tan inmundo y tan apartado de mi Hijo que no pueda alcanzar perdón mientras vive? Y respondió el demonio: Nadie hay tan pecador que, si quisiere, no pueda volver a la gracia mientras vive. Siempre que cualquiera, por gran pecador que sea, mude su voluntad mala en buena, tiene amor de Dios y quiere permanecer en él, todos los demonios no son bastantes para arrancarlo.
En seguida la Madre de la misericordia dijo a los circunstantes: Al final de su vida se volvió a mí esta alma, y me dijo: Vos sois la Madre de la misericordia y el auxilio de los infelices. Yo soy indigno de suplicar a vuestro Hijo, porque mis pecados son graves y muchísimos, y en gran manera lo he provocado a ira, porque he amado más mi placer y el mundo que a Dios mi Creador. Os ruego, pues, tengáis misericordia de mí, Vos, que no la negáis a ninguno que os la pide, y por tanto, me vuelvo a Vos y os prometo, que si viviere, quiero enmendarme y volver mi voluntad a vuestro Hijo, y no amar ninguna otra cosa sino a él. Pero sobre todo me pesa y siento no haber hecho nada para honra de vuestro Hijo, mi Creador; y así os ruego tengáis misericordia de mí, piadosísima Señora, porque a nadie sino a vos tengo a quien acudir. Con tales palabras y con este propósito vino a mí esta alma al final de su vida. ¿Y no debía yo oírla? ¿Quién hay, que si de todo corazón y con propósito de la enmienda hace una súplica a otro, no merezca ser oído? ¿Y cuanto más yo, que soy la Madre de la misericordia, no debo oír a todos los que me claman?
Y respondió el demonio: Nada sé acerca de ese propósito; pero si es según dices, pruébalo con razones manifiestas. Eres indigno de que yo te responda, dijo la Virgen; sin embargo, porque esto se hace para provecho de otros, te voy a contestar. Tú, miserable, tienes ya dicho, que nada de lo escrito en tu libro puede borrarse sino por amor de Dios. Y volviéndose entonces la Virgen al Juez, dijo: Hijo mío, haz que abra el diablo ese libro y lea, y vea si todo está allí escrito por completo, o si se ha borrado algo.
Entonces dijo el Juez al demonio: ¿Dónde está tu libro? En mi vientre, respondió el demonio. Y le dijo el Juez: ¿Cuál es tu vientre? Mi memoria, respondió el diablo; porque como en el vientre está toda inmundicia y hedor, así en mi memoria está toda perversidad y malicia, que como pésimo hedor huelen en tu presencia. Pues cuando por mi soberbia me aparté de ti y de tu luz, entonces hallé en mí toda malicia, y obscurecióse mi memoria respecto a las cosas buenas de Dios, y en esta memoria está escrita toda la maldad de los pecados. Díjole entonces el Juez al demonio: Te mando, que veas con esmero y busques en tu libro qué es lo que hay escrito y qué borrado respecto a los pecados de esta alma, y dilo públicamente.
Y respondió el demonio: Miro mi libro, y veo escritas cosas diferentes de las que creí. Veo que han sido borrados aquellos siete catálogos, y nada queda de ellos en mi libro sino los excesos y demasías.
En seguida dijo el Juez al ángel bueno que se hallaba presente: ¿Dónde están las buenas obras de esta alma? Y respondió el ángel: Señor, todas las cosas están en vuestra presencia y conocimiento, las presentes, las pasadas y las futuras. Todo lo sabemos y lo vemos en Vos, y Vos en nosotros, ni necesitamos hablaros, porque todo lo sabéis. Pero porque queréis mostrar vuestro amor, manifestáis vuestra voluntad a quienes os place. Desde que en un principio se unió esta alma en el cuerpo, estuve yo siempre con ella, y tengo también escrito un libro de sus buenas obras. Y si quisierais ver ese libro, está en vuestro poder.
Y dijo el Juez: No conviene juzgar sino después de oír y entender lo bueno y lo malo, y examinado todo bien, debe entonces sentenciarse con arreglo a justicia, ya sea para la vida, ya para la muerte. Mi libro, respondió el ángel, es la obediencia, con que os obedeció, y en él hay siete columnas. La primera, es el bautismo; la segunda, es su abstinencia ayunando, y el contenerse en las obras ilícitas, en los pecados, y hasta en el placer y tentaciones de la carne; la tercera columna es la oración y el buen propósito que respecto a Vos tuvo; la cuarta columna son sus buenos hechos en limosnas y otras obras de misericordia; la quinta, es la esperanza que en Vos tenía; la sexta, es la fe que tuvo como cristiano; la séptima, es el amor de Dios. Oyendo esto el Juez, volvió a decir al ángel bueno: ¿Dónde está tu libro? Y él respondió: En vuestra visión y amor, Señor mío. Entonces en tono de reconvención, dijo la Virgen al diablo: ¿Cómo custodiaste tu libro, y cómo se borró lo que en él estaba escrito? Y respondió el demonio: ¡Ay! ¡ay!, porque tú me engañaste.
En seguida dijo el juez a su piadosísima Madre: En este particular te ha sido en razón favorable la sentencia, y con justicia has ganado esa alma. Después daba voces el demonio, y decía: Perdí, y he sido vencido; pero dime, Juez: ¿Hasta cuándo he de tener esta alma por sus excesos y demasías? Yo te lo manifestaré, respondió el Juez; abiertos y leídos están los libros. Pero dime, diablo, aunque yo todo lo sé, dime si con arreglo a justicia debe esta alma entrar o no en el cielo. Te permito que ahora veas y sepas la verdad de la justicia. Y respondió el demonio: Es justicia en ti, que si alguien muriere sin pecado mortal, no entrará en las penas del infierno, y todo el que tiene amor de Dios, de derecho puede entrar en el cielo. Y como esta alma no murió en pecado mortal y tuvo amor de Dios, es digna de entrar en el cielo, después que purgue lo que deba.
Y dijo el Juez: Ya que te he abierto el entendimiento y te he permitido ver la luz de la verdad y de la justicia, di para que lo oigan quienes yo quiero: ¿cuál debe ser la sentencia de esta alma? Respondió el demonio: Que se purifique de tal modo, que no quede en ella una sola mancha; porque aun cuando por justicia se te ha adjudicado, con todo, está todavía inmunda, y no puede llegar a ti, sino después de purificarse. Y como tú, ¡oh, Juez!, me preguntaste, ahora también pregunto: ¿Cómo debe purificarse y hasta cuándo ha de estar en mis manos? Respondió el Juez: Te mando, diablo, que no entres en ella, ni la absorbas en ti; pero debes purificarla hasta que esté limpia y sin mancha, pues según su culpa padecerá su pena.
De tres modos pecó en la vista, de tres modos en el oído y de otros tres modos en el tacto. Por consiguiente, debe ser castigada de tres modos. En la vista: primero, debe ver personalmente sus pecados y abominaciones; segundo, debe verte en tu malicia; tercero, debe ver las miserias y terribles penas de las demás almas.
Igualmente se ha de afligir de tres modos en el oído. Primero, oirá un horrible ¡ay!, porque quiso oír su propia alabanza y lo deleitable del mundo: segundo, debe oír los horrorosos clamores y burlas de los demonios: tercero, oirá oprobios e intolerables miserias, porque oyó más y con más gusto el amor y el favor del mundo, que el de Dios, y sirvió con más empeño al mundo que a su Dios.
De tres modos también se ha de afligir en el tacto. Primero, ha de arder en
abrasadísimo fuego interior y exteriormente, de manera que en ella no quede ni la menor mancha, que no se purifique en el fuego: segundo, ha de padecer grandísimo frío, porque ardía en su codicia y era frío en mi amor: tercero, estará en manos de los demonios, para que no haya ni el menor pensamiento ni la más leve palabra que no se purgue, hasta que se ponga como el oro, que se purifica en el crisol y en la fragua, a voluntad de su dueño.
Entonces preguntó el demonio: ¿Hasta cuando estará esa alma en esta pena? Y
respondió el Juez: Puesto que su voluntad fué vivir en el mundo, y era tal esta voluntad, que de buena gana hubiera vivido en el cuerpo hasta el fin del mundo, esta pena ha de durar hasta el fin del mundo. Justicia mía es, que todo el que me tiene amor divino, y con todo empeño me desea y anhela por estar conmigo y separarse del mundo, éste sin pena debe obtener el cielo, porque la prueba de la vida presente es su purificación. Mas el que teme la muerte por causa de la acerba pena futura, y quisiera tener más tiempo para enmendarse, éste debe tener una pena leve en el purgatorio. Pero el que olvidándose de mí, desea vivir hasta el día del juicio, aunque no peque mortalmente, sin embargo, por el perpetuo deseo de vivir que tiene, debe tener pena perpetua hasta el día del juicio.
Entonces dijo la piadosísima Virgen María: Bendito seas, Hijo mío, por tu justicia, que es con toda misericordia. Aunque nosotros lo veamos y sepamos todo en ti, di no obstante, para inteligencia de los demás, qué remedio deba tomarse que disminuya tan largo tiempo de pena, y cuál otro para que se apague un fuego tan cruel, y cómo también pueda esta alma librarse de las manos de los demonios.
Y respondió el Hijo: Nada se te puede negar, porque eres la Madre de la misericordia, y a todos proporcionas y buscas consuelo y misericordia. Tres cosas hay que hacen disminuir tan largo tiempo de pena, y que se apague el fuego, y que esa alma se libre de las manos de los demonios. La primera es, si alguien devuelve lo que él injustamente tomó o arrancó de otros, o está obligado a devolverles en justicia; pues el alma debe purgarse, o por los ruegos de los santos, o por limosnas y buenas obras de los amigos, o por una suficiente purificación. Lo segundo es una cuantiosa limosna, pues por ella se borra el pecado, como con el agua se apaga la sed. Lo tercero es, la ofrenda de mi cuerpo hecha por él en el altar, y las súplicas de mis amigos. Estas tres cosas son las que lo libertarán de aquellas tres penas.
Entonces dijo la Madre de la misericordia: ¿Y de qué le sirven ahora las buenas obras que por ti hizo? Y respondió el Hijo: No preguntas, porque lo ignores, pues todo lo sabes y ves en mí, sino que lo investigas para mostrar a los otros mi amor. A la verdad, no quedará sin remuneración la más insignificante palabra, ni el más leve pensamiento que en honra mía tuvo; pues todo cuanto por mí hizo, está ahora delante de él y dentro de su misma pena, y le sirve de refrigerio y de consuelo, y por ello siente menos ardor del que sufriría de otro modo.
Y volvió la Virgen a decirle a su Hijo: ¿Por qué esa alma está inmóvil, como quien no mueve manos ni pies contra su enemigo y no obstante vive?Y respondió el Juez: De mí escribió el Profeta, que fui como un cordero que enmudece delante de quien lo trasquila; y a la verdad, yo enmudecí delante de mis enemigos: por tanto, es justicia, que por no haberse tomado interés por mi muerte esa alma y por haberla considerado de poca importancia, esté ahora como el niño que en las manos de los homicidas no puede dar voces. Bendito seas, dulcísimo Hijo mío, que nada haces sin justicia, dijo la Madre. Tú dijiste antes, Hijo mío, que tus amigos podían socorrer a esta alma, y bien sabes que ella me sirvió de tres modos. Primero, con la abstinencia, pues ayunaba las vigilias de mis festividades y en ellas se abstenía en mi nombre; segundo, porque leía mi Oficio; y tercero, porque cantaba por honra mía. Y así, Hijo mío, puesto que oyes a tus amigos que te dan voces en la tierra, te ruego, que también te dignes oírme a mí.
Y respondió el Hijo: Siempre se oyen con mayor benevolencia las súplicas de la persona predilecta de algún señor; y como tú eres lo que yo más amo sobre todas las cosas, pide cuanto quieras, y se te dará. Esta alma, dijo la Madre, padece tres penas en la vista, tres en el oído, y otras tres en el tacto. Te ruego, pues, amadísimo Hijo mío, que le disminuyas una pena en la vista, y es que no vea los horribles demonios, aunque sufra las otras dos penas, porque tu justicia así lo exige según la justicia de tu misericordia, a la cual no puedo oponerme. Te suplico, en segundo lugar, que en el oído le disminuyas una pena, y es que no oiga su oprobio y confusión. Te ruego, por último, que en el tacto le quites una pena, y es que no sienta ese frío mayor que el hielo, el cual lo merece tener, porque era frío en tu amor.
Y respondió el Hijo: Bendita seas, amadísima Madre, a ti nada se te puede negar: hágase tu voluntad, y sea, según lo has pedido. Bendito seas tú, dulcísimo Hijo mío, dijo la Madre, por todo tu amor y misericordia.
En aquel instante apareció un santo con gran acompañamiento, y dijo: Alabado seáis, Señor, Dios nuestro, Creador y y Juez de todos. Esta alma fué en su vida devota mía, ayunó en honra mía, y me alabó haciéndome súplicas, de la misma manera que a estos amigos vuestros que se hallan presentes. Así, pues, os ruego de parte de ellos y mía, que tengáis compasión de esta alma, y por nuestras súplicas le deis descanso en una pena, y es que los demonios no tengan poder para obscurecer su conciencia; pues si no se les contiene, la obscurecerán de tal modo, que nunca había de esperar esa alma el término de su desdicha y alcanzar la gloria, sino cuando fuese tu voluntad mirarla especialmente con tu gracia; y este es un suplicio mayor que todo otro. Por tanto, piadosísimo Señor, concededle por nuestras súplicas, que en cualquiera pena en que estuviere, sepa positivamente que ha de acabar aquella pena, y que ha de alcanzar la gloria perpetua.
Y respondió el Juez: Así lo exige la verdadera justicia, porque esa alma apartó muchas veces su conciencia de los pensamientos espirituales y de la inteligencia de las cosas eternas, y quiso obscurecer su conciencia, sin temer obrar contra mí, y por tanto, justo es, repito, que los demonios obscurezcan su conciencia. Mas porque vosotros, amadísimos amigos míos, oísteis mis palabras y las pusísteis por obra, no se os debe negar nada, y así haré lo que pedís.
Entonces respondieron todos los santos: Bendito seáis, Dios, en toda vuestra justicia, que juzgáis justamente, y nada dejáis sin castigo. En seguida dijo al Juez el ángel custodio de aquella alma: Desde el principio de la unión de esta alma con su cuerpo, estuve yo con ella, y la acompañé por providencia de vuestro amor, y algunas veces hacía mi voluntad. Os ruego, pues, Dios y Señor mío, que tengáis misericordia de ella. Y respondió el Señor: Sí, bien está; pero acerca de esto, queremos deliberar. Entonces desapareció la visión.
Fue éste un caballero bondadoso y amigo de los pobres, y dio por él cuantiosas limosnas su esposa, la cual falleció en Roma, como lo tenía anunciado el espíritu de Dios, por medio de santa Brígida, a la que dijo: Ten entendido que esa señora regresará a su patria, pero no morirá allí. Y así fué, porque segunda vez volvió a Roma, donde murió y fué enterrada.
LIBRO 6 - CAPÍTULO 38
misericordiosísimo, ¿castigaréis acaso perpetuamente al que perpetuamente no puede pecar? No creen los hombres que semejante proceder corresponde a vuestra divinidad, que en el juzgar manifestáis sobre todo la misericordia, y ni aun los mismos hombres castigan perpetuamente a los que delinquen contra ellos.
Y dijo el Espíritu: Yo soy la misma verdad y justicia, que doy a cada cual según sus obras, veo los corazones y las voluntades, y tanto como el cielo dista de la tierra, así distan mis caminos y mis juicios de los consejos y de la inteligencia de los hombres. Por tanto, el que no corrige su mal mientras vive y puede, ¿qué es de extrañar si es castigado cuando no puede? ¿Ni cómo deben permanecer en mi eternidad purísima los que desean vivir eternamente para siempre pecar? Por consiguiente, el que corrige su pecado cuando puede, debe permanecer conmigo por toda la eternidad, porque yo eternamente lo puedo todo, y eternamente vivo.
Este hombre fue casado, y teniendo públicamente en su casa una concubina,
angustiado su ánimo por la amonestación que se le hizo en presencia de muchos, la mató. A los cuatro días después murió sin recibir los Sacramentos y con el corazón empedernido, fue sepultado, y durante muchas noches se oyó una voz que decía: ¡Ay de mí! ¡ay de mí! estoy ardiendo, estoy ardiendo. Refirieron esto a su mujer, y en presencia de ella abrieron la sepultura donde se había enterrado el cadáver, y no hallaron más que un resto de la mortaja y de los zapatos. Cerraron la sepultura, y no se volvió a oír más aquella voz.
Por consiguiente, todo hombre que se deja llevar del mundo para adquirir gloria y cumplir su gusto y deleite, se impone pesada carga. Tal fue uno que con todo afán se dejó llevar de los atractivos del mundo, adquirió mucha nombradía, y se echó a cuestas una gravísima carga; pero ahora tiene gran nombre en el infierno, una pesada carga por premio y el lugar de mayor castigo. A este lugar bajaron antes de él los que lo animaban con sus consejos y auxilios, para que ensanchara su malicia; bajaron con él las retribuciones de sus obras: y bajarán después de él los que imitaren sus obras. Así, pues, los primeros le dan voces como quienes están metidos en una prensa, y le dicen: Porque obedeciste nuestros consejos, ardemos más con tu presencia; por tanto, maldito seas tú, merecedor de esa horca, en que la soga no se rompe, sino que existe siempre un fuego perpetuo: una gran confusión se apodere de ti, por tu ambición y soberbia.
Sus obras dan también voces y dicen: Miserable, no pudo la tierra alimentarte con su fruto, y así lo ambicionaste todo; no hubo suficiente oro ni plata para saciar tu codicia, y así es justo que te halles sin nada. Por esto los cuervos voraces despedazarán tu alma, que se hará trizas sin consumirse, y se derretirá sin morir.
Los que después de él bajaron al infierno, le dicen: ¡Desventurado de ti, porque naciste! Tu deleite se convertirá en aborrecimiento de Dios, de tal suerte, que no querrá decir una sola palabra, que sea en loor de Dios. Así, pues, como en el amor y honra de Dios existe todo consuelo y deleite, todo bien y un inefable gozo, del cual somos indignos por haberte imitado, de la misma manera, tendrá una perpetua tristeza y lucha con la compañía de los demonios; por tus honras tendrás afrentas, por tus lujurias ardores, por tu amor propio un extremado frío, por el regalo de tu carne ningún descanso; además, por el nombre que indignamente llevaste, serás por siempre maldito, y por el puesto glorioso ocuparás el lugar más despreciable.
Esto merecen, esposa mía, los que se meten en tales cosas contra lo dispuesto por Dios.
Vio la Santa en espíritu cómo el demonio huía de una persona que oraba con fervor.
LIBRO 6 - CAPÍTULO 2
Vio
santa Brígida un demonio que estaba con las manos atadas junto a uno
que se hallaba en oración, y al cabo de una hora dio el demonio un
terrible y fuerte grito con gran rugido, y avergonzado se retiró. Acerca
de este dijo a la Santa su ángel custodio: Ese demonio inquietó en
cierto tiempo a aquel hombre, y tiene atadas las manos, porque no puede
prevalecer sobre él, según desea; pues por haber resistido este hombre
varonilmente las acometidas del demonio, es voluntad de Dios, que no
pueda hacerle daño, según deseara.
Con todo, aún tiene el demonio esperanza de poder prevalecer contra él, pero ahora está muy bien atado, y nunca más engañará a este hombre, a quien la gracia de Dios se le aumentará de día en día, y por eso el demonio da alaridos con razón, porque perdió a quien tanto acometía para vencerlo.
Con todo, aún tiene el demonio esperanza de poder prevalecer contra él, pero ahora está muy bien atado, y nunca más engañará a este hombre, a quien la gracia de Dios se le aumentará de día en día, y por eso el demonio da alaridos con razón, porque perdió a quien tanto acometía para vencerlo.
Inmensa gloria de los bienaventurados, y por el contrario, increíbles padecimientos de los réprobos, con el ejemplo de una mujer que se condenó, cuyos tormentos se describen.
LIBRO 6 - CAPÍTULO 10
LIBRO 6 - CAPÍTULO 10
Aparecióse
a santa Brígida un santo, y le dijo: Si por cada hora que en este mundo
viví, hubiera yo sufrido una muerte, y siempre hubiese vuelto a vivir
nuevamente, jamás con todo esto podría yo dar gracias a Dios por el amor
con que me ha glorificado; porque su alabanza nunca se aparta de mis
labios, su gozo jamás se separa de mi alma, nunca carece de gloria y de
honra la vista, y el júbilo jamás cesa en mis oídos.
Entonces dijo el Señor al mismo santo: Di a esta esposa que se halla presente, qué merecen los que se cuidan del mundo más que de Dios, los que aman la criatura más que al Creador, y qué castigo tiene aquella mujer que mientras estuvo en este mundo, vivió entregada a los placeres. Y respondió aquel santo: Su castigo es gravísimo, pues por la soberbia que en todos sus miembros tuvo, están inflamados como horroroso rayo su cabeza, manos, brazos y pies. Su pecho está punzado como con piel de erizo, cuyas espinas se clavan en su carne y la destrozan, punzándola de un modo inconsolable.
Los brazos y demás miembros, que con tanta sensualidad extendía ella para agasajar a los hombres, son como dos serpientes que tiene enroscadas en su cuerpo, que la despedazan devorándola sin consuelo, y nunca se cansan en despedazarla. Su vientre está atormentado de una manera tan cruel, como si en él estuviese metido un agudísimo palo y con la mayor fuerza se empujase para que entrara más. Sus rodillas y piernas como durísimo e inflexible hielo, no tienen descanso ni calor alguno. También sus pies, con los que se encaminaba a los placeres y llevaba a otros en pos de sí, se hallan como si continuamente los estuviesen cortando con afiladísima cuchilla.
DECLARACIÓN.
Fue ésta una señora que tenía mucha aversión a confesarse y seguía la propia
voluntad; y acometida por un tumor en la garganta, murió sin confesión. Viéronla presentarse en el tribunal de Dios, y todos los demonios la acusaban, diciendo: Aquí está esa mujer que quiso esconderse de ti, oh, Dios; pero de nosotros fué conocida. Y respondió el Juez: La confesión es una purificación excelente; y porque ésta no quiso lavarse con ella en tiempo, razón es que se manche con vuestras inmundicias; y porque no quiso avergonzarse delante de pocos, justo es que la avergüencen todos delante de muchos.
Entonces dijo el Señor al mismo santo: Di a esta esposa que se halla presente, qué merecen los que se cuidan del mundo más que de Dios, los que aman la criatura más que al Creador, y qué castigo tiene aquella mujer que mientras estuvo en este mundo, vivió entregada a los placeres. Y respondió aquel santo: Su castigo es gravísimo, pues por la soberbia que en todos sus miembros tuvo, están inflamados como horroroso rayo su cabeza, manos, brazos y pies. Su pecho está punzado como con piel de erizo, cuyas espinas se clavan en su carne y la destrozan, punzándola de un modo inconsolable.
Los brazos y demás miembros, que con tanta sensualidad extendía ella para agasajar a los hombres, son como dos serpientes que tiene enroscadas en su cuerpo, que la despedazan devorándola sin consuelo, y nunca se cansan en despedazarla. Su vientre está atormentado de una manera tan cruel, como si en él estuviese metido un agudísimo palo y con la mayor fuerza se empujase para que entrara más. Sus rodillas y piernas como durísimo e inflexible hielo, no tienen descanso ni calor alguno. También sus pies, con los que se encaminaba a los placeres y llevaba a otros en pos de sí, se hallan como si continuamente los estuviesen cortando con afiladísima cuchilla.
DECLARACIÓN.
voluntad; y acometida por un tumor en la garganta, murió sin confesión. Viéronla presentarse en el tribunal de Dios, y todos los demonios la acusaban, diciendo: Aquí está esa mujer que quiso esconderse de ti, oh, Dios; pero de nosotros fué conocida. Y respondió el Juez: La confesión es una purificación excelente; y porque ésta no quiso lavarse con ella en tiempo, razón es que se manche con vuestras inmundicias; y porque no quiso avergonzarse delante de pocos, justo es que la avergüencen todos delante de muchos.
Quéjase el Padre Eterno de la decadencia de la religión entre los cristianos, y amenaza trasladar la fe a otra parte.
LIBRO 6 - CAPÍTULO 23
LIBRO 6 - CAPÍTULO 23
Tú,
dice el Eterno Padre a su Hijo, eres como el esposo que se desposó con
una doncella hermosa de rostro y honesta en costumbres, y la llevó a su
morada y la amó como a sí mismo. Igualmente tú, Hijo mío, te desposaste
con tu joven esposa, cuando amaste tan extremadamente las almas de los
hombres, que quisiste tú mismo ser atormentado por ellos y extendido en
una cruz, e introdujiste esas almas como en una morada en tu santa
Iglesia, que consagraste con tu sangre.
Pero esta tu esposa se ha hecho adúltera, las puertas del tálamo están cerradas, y en lugar de la esposa hay una infame adúltera, que piensa consigo de este modo: Cuando se duerma mi marido, sacaré un afilado cuchillo y lo mataré, porque no me agrada. ¿Qué significa la esposa sino las almas que redimiste con tu sangre, las cuales a pesar de ser muchas, pueden llamarse una a causa de la unidad de la fe y del amor; y muchas de estas se han hecho adúlteras, porque aman el mundo más que a ti, y buscan el deleite de otro y no el tuyo?
Cerradas están las puertas del tálamo, esto es, de la Iglesia. ¿Qué significan las puertas sino la buena voluntad, por la que entra Dios en el alma? Hállase esta cerrada sin producir ningún bien, mientras se lleva a cabo la voluntad de tu enemigo; porque todo cuanto agrada, y cuanto deleita al cuerpo, esto es lo que se ama y se honra y lo que se publica como santo y bueno, mientras que está puesta en olvido y abandonada tu voluntad que es que los hombres deban amarte con fervor, desearte con prudencia y dando por ti todo con razón.
Y hay varios que a veces entran manifiestamente por las puertas de tu morada y tálamo; pero no entran con intención de hacer tu voluntad y de amarte de todo corazón, sino por miramiento a los hombres para no parecer inicuos, y para que la gente no sepa en público lo que son interiormente para con Dios. Así, pues, está mal cerrada la puerta de tu tálamo, y mayor es el contento del adúltero que el tuyo.
También piensan entre sí, matarte, cuando estuvieres desnudo y durmiendo. Les pareces desnudo, cuando bajo la apariencia de pan, ven en el altar tu cuerpo, que tomaste de las purísimas entrañas de la Virgen María sin perder la divinidad; y sin percibir ellos en él nada del poder de tu divinidad, te juzgan como un poco de pan, siendo tú verdadero Dios y hombre, a quien no pueden ver los ojos obscurecidos con las tinieblas del mundo. Y les pareces dormido, cuando los sufres sin castigarlos; y por consiguiente, entran con orgullo en tu tálamo, diciendo para sí: Entraré, y como los demás recibiré el cuerpo de Cristo; mas no obstante, después de recibirlo, haré lo que quiera. ¿En qué me perjudica, si no lo recibo y de qué me aprovecha si lo recibo? Con semejante voluntad y pensamientos te matan, Hijo mio, los miserables en sus corazones, para que no reines en ellos, aunque eres inmortal, y estás en todas partes por el poder de tu divinidad.
Mas porque no te conviene, Hijo mío, estar sin esposa, ni tenerla, a no ser castísima, enviaré mis amigos, para que tomen para ti una nueva esposa, hermosa de semblante, honesta en costumbres y de agradable carácter, y la introduzcan en tu morada. Estos amigos míos serán rápidos, como las aves que vuelan, porque los guiará mi espíritu conmigo mismo. Serán también fuertes, como aquellos entre cuyas manos se deshace una muralla. Serán igualmente magnánimos, como los que no temen la muerte, y están dispuestos a dar su vida. Estos te llevarán la nueva esposa, esto es, las almas de mis escogidos que ganarán para ti con suma honra y dignidad, con gran devoción y amor, con varonil trabajo y constante perseverancia. Yo que ahora hablo, soy el que en el Jordán y en el monte dije en alta voz: Este es mi hijo querido. Muy pronto se realizarán mis palabras.
Pero esta tu esposa se ha hecho adúltera, las puertas del tálamo están cerradas, y en lugar de la esposa hay una infame adúltera, que piensa consigo de este modo: Cuando se duerma mi marido, sacaré un afilado cuchillo y lo mataré, porque no me agrada. ¿Qué significa la esposa sino las almas que redimiste con tu sangre, las cuales a pesar de ser muchas, pueden llamarse una a causa de la unidad de la fe y del amor; y muchas de estas se han hecho adúlteras, porque aman el mundo más que a ti, y buscan el deleite de otro y no el tuyo?
Cerradas están las puertas del tálamo, esto es, de la Iglesia. ¿Qué significan las puertas sino la buena voluntad, por la que entra Dios en el alma? Hállase esta cerrada sin producir ningún bien, mientras se lleva a cabo la voluntad de tu enemigo; porque todo cuanto agrada, y cuanto deleita al cuerpo, esto es lo que se ama y se honra y lo que se publica como santo y bueno, mientras que está puesta en olvido y abandonada tu voluntad que es que los hombres deban amarte con fervor, desearte con prudencia y dando por ti todo con razón.
Y hay varios que a veces entran manifiestamente por las puertas de tu morada y tálamo; pero no entran con intención de hacer tu voluntad y de amarte de todo corazón, sino por miramiento a los hombres para no parecer inicuos, y para que la gente no sepa en público lo que son interiormente para con Dios. Así, pues, está mal cerrada la puerta de tu tálamo, y mayor es el contento del adúltero que el tuyo.
También piensan entre sí, matarte, cuando estuvieres desnudo y durmiendo. Les pareces desnudo, cuando bajo la apariencia de pan, ven en el altar tu cuerpo, que tomaste de las purísimas entrañas de la Virgen María sin perder la divinidad; y sin percibir ellos en él nada del poder de tu divinidad, te juzgan como un poco de pan, siendo tú verdadero Dios y hombre, a quien no pueden ver los ojos obscurecidos con las tinieblas del mundo. Y les pareces dormido, cuando los sufres sin castigarlos; y por consiguiente, entran con orgullo en tu tálamo, diciendo para sí: Entraré, y como los demás recibiré el cuerpo de Cristo; mas no obstante, después de recibirlo, haré lo que quiera. ¿En qué me perjudica, si no lo recibo y de qué me aprovecha si lo recibo? Con semejante voluntad y pensamientos te matan, Hijo mio, los miserables en sus corazones, para que no reines en ellos, aunque eres inmortal, y estás en todas partes por el poder de tu divinidad.
Mas porque no te conviene, Hijo mío, estar sin esposa, ni tenerla, a no ser castísima, enviaré mis amigos, para que tomen para ti una nueva esposa, hermosa de semblante, honesta en costumbres y de agradable carácter, y la introduzcan en tu morada. Estos amigos míos serán rápidos, como las aves que vuelan, porque los guiará mi espíritu conmigo mismo. Serán también fuertes, como aquellos entre cuyas manos se deshace una muralla. Serán igualmente magnánimos, como los que no temen la muerte, y están dispuestos a dar su vida. Estos te llevarán la nueva esposa, esto es, las almas de mis escogidos que ganarán para ti con suma honra y dignidad, con gran devoción y amor, con varonil trabajo y constante perseverancia. Yo que ahora hablo, soy el que en el Jordán y en el monte dije en alta voz: Este es mi hijo querido. Muy pronto se realizarán mis palabras.
Visión del juicio de un alma contra la que el demonio opone gravísimas acusaciones; la Virgen María la defiende, y habiéndole alcanzado amor de Dios en el último instante de la vida, la salva pero con gravísima pena en el purgatorio. Léase con detención, que es de mucha doctrina y de grande enseñanza.
LIBRO 6 - CAPÍTULO 29
Y respondió el Juez: ¿Por qué cayó más bien en tus manos, y por qué te acercaste a ella más que mi ángel? Y contestó el demonio: Porque sus pecados fueron más que sus buenas obras. Y dijo el Juez: Muestra cuáles son. Respondió el demonio: Un libro tengo lleno con sus pecados. Y dijo el Juez: ¿Qué nombre tiene ese libro? Su nombre es inobediencia, respondió el demonio, y en ese libro hay siete libros, y cada uno de ellos tiene tres columnas, y cada columna tiene más de mil palabras, pero ninguna menos de mil, y algunas muchas más de mil. Respondió el Juez: Dime los nombres de esos libros, pues aunque yo todo lo sé, quiero, no obstante que hables, para que conozcan otros tu malicia y mi bondad.
El nombre del primer libro, dijo el demonio, es soberbia, y en él hay tres columnas. La primera, es la soberbia espiritual en su conciencia, porque estaba ensoberbecido con la buena vida que creía tener mejor que la de los otros; y ensoberbecíase también por su inteligencia y conciencia que creía más prudente que la de los demás. La segunda columna era, porque estaba soberbio con los bienes que se le habían concedido, con los criados, con los vestidos y demás cosas. La tercera columna era, porque se ensoberbecía con la hermosura de los miembros, con su ilustre nacimiento y con sus obras. En estas tres columnas hay infinitas palabras, según muy bien sabes.
El segundo libro es su codicia: este tiene tres columnas. La primera es espiritual, porque pensó que sus pecados no eran tan graves como se decía, e indignamente deseó el reino de los cielos, que no se da sino al que está perfectamente limpio. La segunda es, porque deseó del mundo mas de lo necesario, y su deseo se encaminó únicamente a exaltar su nombre y su descendencia, a fin de criar y ensalzar sus herederos, no a honra tuya, sino según la honra del mundo. La tercera columna es, porque estaba soberbio con la honra del mundo y con ser más que los otros. Y en estas columnas, según bien sabes, hay innumerables palabras, con que buscaba el favor y la benevolencia, y adquiría bienes temporales.
El tercer libro es la envidia, y tiene tres columnas. La primera fue mental o en su ánimo, porque ocultamente envidiaba a los que tenían más que él, y prosperaban más. La segunda columna es, porque por envidia recibió cosas de los que tenían menos que él, y más lo necesitaban. La tercera, porque por envidia perjudicó a su prójimo ocultamente con sus consejos, y aún públicamente, tanto de palabra como de obra, tanto por sí como por los
suyos, y hasta incitó a otros a que lo hicieren.
El cuarto libro es la avaricia, y en él hay tres columnas. La primera es la avaricia mental, porque no quiso decir a otros lo que sabía, con lo cual hubieran los otros tenido consuelo y adelanto, y pensaba consigo de esta manera: ¿Qué provecho me resulta, si doy ese consejo a este o al otro? ¿Qué recompensa tengo, si le fuere a otro útil ese consejo o palabra? Y así, cualquiera se apartaba de él muy afligido, no edificado ni instruido, como hubiera podido ser, si hubiese él querido. La segunda columna es, porque cuando podía pacificar los disidentes, no quiso hacerlo, y cuando podía consolar los afligidos, no se cuidó de ello. La tercera columna es la avaricia en sus bienes, en términos, que si debía dar un maravedí en tu nombre, se angustiaba y se le hacía penoso, y por honra del mundo daba ciento de buena gana. En estas columnas hay infinitas palabras, como muy bien te consta. Todo lo sabes y nada se te puede ocultar; mas por tu poder me obligas a hablar, porque quieres que esto sirva de provecho a otros.
El quinto libro es la pereza, y tiene tres columnas. Primera, porque fue perezoso en hacer buenas obras por honra tuya, esto es, en cumplir tus mandamientos; pues por el descanso de su cuerpo perdió su tiempo, y le eran muy deleitables el provecho y placer de su cuerpo. La segunda columna es porque fue perezoso en pensar, pues siempre que tu buen espíritu infundía en su corazón el arrepentimiento, o alguna buena idea espiritual, parecíale aquello demasiado difuso, y apartaba su mente del pensamiento espiritual, y tenía por grato y suave todo gozo del mundo. La tercera columna es porque fué perezoso de boca, esto es, en orar y en hablar lo que era de provecho a los otros y en honra tuya; pero era muy aficionado a palabras chocarreras. Cuántas palabras hay en estas columnas, y cuán innumerables son, tú sólo lo sabes.
El sexto libro es la ira, y tiene tres columnas. La primera, porque irritábase con su prójimo por cosas que no le interesaban. La segunda columna es, porque con su ira dañó de obra a su prójimo, y a veces por ira destrozaba sus cosas. La tercera es, porque por ira molestaba
a su prójimo.
El séptimo libro era su sensualidad, y tiene también tres columnas. La primera es, porque de una manera indebida y desordenada deleitábase carnalmente; pues aunque era casado, y no se mezclaba con otras mujeres, con todo pecó impúdicamente de un modo ilícito con ademanes, con palabras y obras inconvenientes. La segunda columna es, porque era demasiado atrevido en hablar, y no sólo estimulaba a su mujer a hablar con libertad, sino que muchas veces con sus palabras atrajo también a otros, para que oyesen y pensasen liviandades. La tercera columna es, porque mantenía su cuerpo con excesiva delicadeza, haciendo preparar para sí en abundancia las más exquisitas viandas para mayor placer de su cuerpo, y para que los hombres lo alabasen y lo apellidasen espléndido.
Mas de mil palabras hay en estas columnas, porque se sentaba a la mesa más
despacio de lo justo, sin considerar la pérdida del tiempo; hablaba muchas cosas inoportunas, y comía más de lo que pedía la naturaleza. Aquí tienes, oh Juez, todo mi libro: adjudícame, pues, esa alma.
Guardó silencio entonces el Juez, y acercándose la Madre, que estaba más lejos, dijo: Yo quiero disputar con ese demonio sobre la justicia. Y respondió el Hijo: Amadísima Madre,cuando al demonio no se le niega la justicia, ¿cómo se te podrá negar a ti, que eres mi Madre y la Señora de los ángeles? Tú todo lo puedes y todo lo sabes en mí, pero sin embargo, habla, para que otros sepan el amor que te tengo.
En seguida dijo la Virgen al demonio: Te mando, diablo, que me respondas a tres cosas que te pregunto, y aunque lo hicieres a la fuerza, estás obligado por justicia, porque soy tu Señora. Dime, ¿conoces tú, por ventura, todos los pensamientos del hombre?
Y respondió el demonio: No, sino solamente aquellos que puedo juzgar por las operaciones exteriores del hombre y por su disposición, y los que yo mismo le sugiero en su corazón, pues aunque perdí mi dignidad, sin embargo, por lo sutil de mi naturaleza, me quedó tanta penetración, que por la disposición del hombre puedo entender el estado de su mente; pero sus buenos pensamientos no puedo conocerlos.
Entonces le volvió a hablar al demonio la bienaventurada Virgen, y le dijo: Dime, diablo, aunque sea a la fuerza: ¿Qué es aquello que puede borrar lo escrito en tu libro? Nada puede borrarlo, respondió el demonio, sino una cosa, que es el amor de Dios; y el que lo tuviere en su corazón, por pecador que sea, al punto se borra lo que acerca de él estaba escrito en mi libro. Dime, diablo, le preguntó por tercera vez la Virgen: ¿Hay, por ventura, algún pecador tan inmundo y tan apartado de mi Hijo que no pueda alcanzar perdón mientras vive? Y respondió el demonio: Nadie hay tan pecador que, si quisiere, no pueda volver a la gracia mientras vive. Siempre que cualquiera, por gran pecador que sea, mude su voluntad mala en buena, tiene amor de Dios y quiere permanecer en él, todos los demonios no son bastantes para arrancarlo.
En seguida la Madre de la misericordia dijo a los circunstantes: Al final de su vida se volvió a mí esta alma, y me dijo: Vos sois la Madre de la misericordia y el auxilio de los infelices. Yo soy indigno de suplicar a vuestro Hijo, porque mis pecados son graves y muchísimos, y en gran manera lo he provocado a ira, porque he amado más mi placer y el mundo que a Dios mi Creador. Os ruego, pues, tengáis misericordia de mí, Vos, que no la negáis a ninguno que os la pide, y por tanto, me vuelvo a Vos y os prometo, que si viviere, quiero enmendarme y volver mi voluntad a vuestro Hijo, y no amar ninguna otra cosa sino a él. Pero sobre todo me pesa y siento no haber hecho nada para honra de vuestro Hijo, mi Creador; y así os ruego tengáis misericordia de mí, piadosísima Señora, porque a nadie sino a vos tengo a quien acudir. Con tales palabras y con este propósito vino a mí esta alma al final de su vida. ¿Y no debía yo oírla? ¿Quién hay, que si de todo corazón y con propósito de la enmienda hace una súplica a otro, no merezca ser oído? ¿Y cuanto más yo, que soy la Madre de la misericordia, no debo oír a todos los que me claman?
Y respondió el demonio: Nada sé acerca de ese propósito; pero si es según dices, pruébalo con razones manifiestas. Eres indigno de que yo te responda, dijo la Virgen; sin embargo, porque esto se hace para provecho de otros, te voy a contestar. Tú, miserable, tienes ya dicho, que nada de lo escrito en tu libro puede borrarse sino por amor de Dios. Y volviéndose entonces la Virgen al Juez, dijo: Hijo mío, haz que abra el diablo ese libro y lea, y vea si todo está allí escrito por completo, o si se ha borrado algo.
Entonces dijo el Juez al demonio: ¿Dónde está tu libro? En mi vientre, respondió el demonio. Y le dijo el Juez: ¿Cuál es tu vientre? Mi memoria, respondió el diablo; porque como en el vientre está toda inmundicia y hedor, así en mi memoria está toda perversidad y malicia, que como pésimo hedor huelen en tu presencia. Pues cuando por mi soberbia me aparté de ti y de tu luz, entonces hallé en mí toda malicia, y obscurecióse mi memoria respecto a las cosas buenas de Dios, y en esta memoria está escrita toda la maldad de los pecados. Díjole entonces el Juez al demonio: Te mando, que veas con esmero y busques en tu libro qué es lo que hay escrito y qué borrado respecto a los pecados de esta alma, y dilo públicamente.
Y respondió el demonio: Miro mi libro, y veo escritas cosas diferentes de las que creí. Veo que han sido borrados aquellos siete catálogos, y nada queda de ellos en mi libro sino los excesos y demasías.
En seguida dijo el Juez al ángel bueno que se hallaba presente: ¿Dónde están las buenas obras de esta alma? Y respondió el ángel: Señor, todas las cosas están en vuestra presencia y conocimiento, las presentes, las pasadas y las futuras. Todo lo sabemos y lo vemos en Vos, y Vos en nosotros, ni necesitamos hablaros, porque todo lo sabéis. Pero porque queréis mostrar vuestro amor, manifestáis vuestra voluntad a quienes os place. Desde que en un principio se unió esta alma en el cuerpo, estuve yo siempre con ella, y tengo también escrito un libro de sus buenas obras. Y si quisierais ver ese libro, está en vuestro poder.
Y dijo el Juez: No conviene juzgar sino después de oír y entender lo bueno y lo malo, y examinado todo bien, debe entonces sentenciarse con arreglo a justicia, ya sea para la vida, ya para la muerte. Mi libro, respondió el ángel, es la obediencia, con que os obedeció, y en él hay siete columnas. La primera, es el bautismo; la segunda, es su abstinencia ayunando, y el contenerse en las obras ilícitas, en los pecados, y hasta en el placer y tentaciones de la carne; la tercera columna es la oración y el buen propósito que respecto a Vos tuvo; la cuarta columna son sus buenos hechos en limosnas y otras obras de misericordia; la quinta, es la esperanza que en Vos tenía; la sexta, es la fe que tuvo como cristiano; la séptima, es el amor de Dios. Oyendo esto el Juez, volvió a decir al ángel bueno: ¿Dónde está tu libro? Y él respondió: En vuestra visión y amor, Señor mío. Entonces en tono de reconvención, dijo la Virgen al diablo: ¿Cómo custodiaste tu libro, y cómo se borró lo que en él estaba escrito? Y respondió el demonio: ¡Ay! ¡ay!, porque tú me engañaste.
En seguida dijo el juez a su piadosísima Madre: En este particular te ha sido en razón favorable la sentencia, y con justicia has ganado esa alma. Después daba voces el demonio, y decía: Perdí, y he sido vencido; pero dime, Juez: ¿Hasta cuándo he de tener esta alma por sus excesos y demasías? Yo te lo manifestaré, respondió el Juez; abiertos y leídos están los libros. Pero dime, diablo, aunque yo todo lo sé, dime si con arreglo a justicia debe esta alma entrar o no en el cielo. Te permito que ahora veas y sepas la verdad de la justicia. Y respondió el demonio: Es justicia en ti, que si alguien muriere sin pecado mortal, no entrará en las penas del infierno, y todo el que tiene amor de Dios, de derecho puede entrar en el cielo. Y como esta alma no murió en pecado mortal y tuvo amor de Dios, es digna de entrar en el cielo, después que purgue lo que deba.
Y dijo el Juez: Ya que te he abierto el entendimiento y te he permitido ver la luz de la verdad y de la justicia, di para que lo oigan quienes yo quiero: ¿cuál debe ser la sentencia de esta alma? Respondió el demonio: Que se purifique de tal modo, que no quede en ella una sola mancha; porque aun cuando por justicia se te ha adjudicado, con todo, está todavía inmunda, y no puede llegar a ti, sino después de purificarse. Y como tú, ¡oh, Juez!, me preguntaste, ahora también pregunto: ¿Cómo debe purificarse y hasta cuándo ha de estar en mis manos? Respondió el Juez: Te mando, diablo, que no entres en ella, ni la absorbas en ti; pero debes purificarla hasta que esté limpia y sin mancha, pues según su culpa padecerá su pena.
De tres modos pecó en la vista, de tres modos en el oído y de otros tres modos en el tacto. Por consiguiente, debe ser castigada de tres modos. En la vista: primero, debe ver personalmente sus pecados y abominaciones; segundo, debe verte en tu malicia; tercero, debe ver las miserias y terribles penas de las demás almas.
Igualmente se ha de afligir de tres modos en el oído. Primero, oirá un horrible ¡ay!, porque quiso oír su propia alabanza y lo deleitable del mundo: segundo, debe oír los horrorosos clamores y burlas de los demonios: tercero, oirá oprobios e intolerables miserias, porque oyó más y con más gusto el amor y el favor del mundo, que el de Dios, y sirvió con más empeño al mundo que a su Dios.
De tres modos también se ha de afligir en el tacto. Primero, ha de arder en
abrasadísimo fuego interior y exteriormente, de manera que en ella no quede ni la menor mancha, que no se purifique en el fuego: segundo, ha de padecer grandísimo frío, porque ardía en su codicia y era frío en mi amor: tercero, estará en manos de los demonios, para que no haya ni el menor pensamiento ni la más leve palabra que no se purgue, hasta que se ponga como el oro, que se purifica en el crisol y en la fragua, a voluntad de su dueño.
Entonces preguntó el demonio: ¿Hasta cuando estará esa alma en esta pena? Y
respondió el Juez: Puesto que su voluntad fué vivir en el mundo, y era tal esta voluntad, que de buena gana hubiera vivido en el cuerpo hasta el fin del mundo, esta pena ha de durar hasta el fin del mundo. Justicia mía es, que todo el que me tiene amor divino, y con todo empeño me desea y anhela por estar conmigo y separarse del mundo, éste sin pena debe obtener el cielo, porque la prueba de la vida presente es su purificación. Mas el que teme la muerte por causa de la acerba pena futura, y quisiera tener más tiempo para enmendarse, éste debe tener una pena leve en el purgatorio. Pero el que olvidándose de mí, desea vivir hasta el día del juicio, aunque no peque mortalmente, sin embargo, por el perpetuo deseo de vivir que tiene, debe tener pena perpetua hasta el día del juicio.
Entonces dijo la piadosísima Virgen María: Bendito seas, Hijo mío, por tu justicia, que es con toda misericordia. Aunque nosotros lo veamos y sepamos todo en ti, di no obstante, para inteligencia de los demás, qué remedio deba tomarse que disminuya tan largo tiempo de pena, y cuál otro para que se apague un fuego tan cruel, y cómo también pueda esta alma librarse de las manos de los demonios.
Y respondió el Hijo: Nada se te puede negar, porque eres la Madre de la misericordia, y a todos proporcionas y buscas consuelo y misericordia. Tres cosas hay que hacen disminuir tan largo tiempo de pena, y que se apague el fuego, y que esa alma se libre de las manos de los demonios. La primera es, si alguien devuelve lo que él injustamente tomó o arrancó de otros, o está obligado a devolverles en justicia; pues el alma debe purgarse, o por los ruegos de los santos, o por limosnas y buenas obras de los amigos, o por una suficiente purificación. Lo segundo es una cuantiosa limosna, pues por ella se borra el pecado, como con el agua se apaga la sed. Lo tercero es, la ofrenda de mi cuerpo hecha por él en el altar, y las súplicas de mis amigos. Estas tres cosas son las que lo libertarán de aquellas tres penas.
Entonces dijo la Madre de la misericordia: ¿Y de qué le sirven ahora las buenas obras que por ti hizo? Y respondió el Hijo: No preguntas, porque lo ignores, pues todo lo sabes y ves en mí, sino que lo investigas para mostrar a los otros mi amor. A la verdad, no quedará sin remuneración la más insignificante palabra, ni el más leve pensamiento que en honra mía tuvo; pues todo cuanto por mí hizo, está ahora delante de él y dentro de su misma pena, y le sirve de refrigerio y de consuelo, y por ello siente menos ardor del que sufriría de otro modo.
Y volvió la Virgen a decirle a su Hijo: ¿Por qué esa alma está inmóvil, como quien no mueve manos ni pies contra su enemigo y no obstante vive?Y respondió el Juez: De mí escribió el Profeta, que fui como un cordero que enmudece delante de quien lo trasquila; y a la verdad, yo enmudecí delante de mis enemigos: por tanto, es justicia, que por no haberse tomado interés por mi muerte esa alma y por haberla considerado de poca importancia, esté ahora como el niño que en las manos de los homicidas no puede dar voces. Bendito seas, dulcísimo Hijo mío, que nada haces sin justicia, dijo la Madre. Tú dijiste antes, Hijo mío, que tus amigos podían socorrer a esta alma, y bien sabes que ella me sirvió de tres modos. Primero, con la abstinencia, pues ayunaba las vigilias de mis festividades y en ellas se abstenía en mi nombre; segundo, porque leía mi Oficio; y tercero, porque cantaba por honra mía. Y así, Hijo mío, puesto que oyes a tus amigos que te dan voces en la tierra, te ruego, que también te dignes oírme a mí.
Y respondió el Hijo: Siempre se oyen con mayor benevolencia las súplicas de la persona predilecta de algún señor; y como tú eres lo que yo más amo sobre todas las cosas, pide cuanto quieras, y se te dará. Esta alma, dijo la Madre, padece tres penas en la vista, tres en el oído, y otras tres en el tacto. Te ruego, pues, amadísimo Hijo mío, que le disminuyas una pena en la vista, y es que no vea los horribles demonios, aunque sufra las otras dos penas, porque tu justicia así lo exige según la justicia de tu misericordia, a la cual no puedo oponerme. Te suplico, en segundo lugar, que en el oído le disminuyas una pena, y es que no oiga su oprobio y confusión. Te ruego, por último, que en el tacto le quites una pena, y es que no sienta ese frío mayor que el hielo, el cual lo merece tener, porque era frío en tu amor.
Y respondió el Hijo: Bendita seas, amadísima Madre, a ti nada se te puede negar: hágase tu voluntad, y sea, según lo has pedido. Bendito seas tú, dulcísimo Hijo mío, dijo la Madre, por todo tu amor y misericordia.
En aquel instante apareció un santo con gran acompañamiento, y dijo: Alabado seáis, Señor, Dios nuestro, Creador y y Juez de todos. Esta alma fué en su vida devota mía, ayunó en honra mía, y me alabó haciéndome súplicas, de la misma manera que a estos amigos vuestros que se hallan presentes. Así, pues, os ruego de parte de ellos y mía, que tengáis compasión de esta alma, y por nuestras súplicas le deis descanso en una pena, y es que los demonios no tengan poder para obscurecer su conciencia; pues si no se les contiene, la obscurecerán de tal modo, que nunca había de esperar esa alma el término de su desdicha y alcanzar la gloria, sino cuando fuese tu voluntad mirarla especialmente con tu gracia; y este es un suplicio mayor que todo otro. Por tanto, piadosísimo Señor, concededle por nuestras súplicas, que en cualquiera pena en que estuviere, sepa positivamente que ha de acabar aquella pena, y que ha de alcanzar la gloria perpetua.
Y respondió el Juez: Así lo exige la verdadera justicia, porque esa alma apartó muchas veces su conciencia de los pensamientos espirituales y de la inteligencia de las cosas eternas, y quiso obscurecer su conciencia, sin temer obrar contra mí, y por tanto, justo es, repito, que los demonios obscurezcan su conciencia. Mas porque vosotros, amadísimos amigos míos, oísteis mis palabras y las pusísteis por obra, no se os debe negar nada, y así haré lo que pedís.
Entonces respondieron todos los santos: Bendito seáis, Dios, en toda vuestra justicia, que juzgáis justamente, y nada dejáis sin castigo. En seguida dijo al Juez el ángel custodio de aquella alma: Desde el principio de la unión de esta alma con su cuerpo, estuve yo con ella, y la acompañé por providencia de vuestro amor, y algunas veces hacía mi voluntad. Os ruego, pues, Dios y Señor mío, que tengáis misericordia de ella. Y respondió el Señor: Sí, bien está; pero acerca de esto, queremos deliberar. Entonces desapareció la visión.
DECLARACIÓN.
Continúa la admirable revelación precedente. Dios glorifica el alma que se le había presentado en juicio, y se da una idea breve pero altísima de la inmensa gloria de los santos.
LIBRO 6 - CAPÍTULO 30
Cuatro años después de
lo dicho en la revelación anterior, vió santa Brígida a un joven muy resplandeciente con
el alma mencionada, la cual estaba ya vestida, aunque no del todo. Y el joven dijo al
Juez, que estaba sentado en el trono, al cual acompañaban millares de millares de ángeles,
y todos lo adoraban por su paciencia y amor: Oh Juez, esta es el alma por quien yo pedía,
y vos me respondisteis que queríais deliberar, mas ahora, todos los presentes, volvemos a
implorar vuestra misericordia en favor de ella. Y aunque todo lo sepamos en vuestro amor,
no obstante, por esta vuestra esposa que oye y ve todo esto, hablamos a estilo de los
hombres, aunque las cosas humanas no tengan ninguna conexión con nosotros.
Y respondió el Juez: Si
de un carro lleno de espigas de trigo cogieran muchos hombres unos tras otros cada cual
una espiga, se iría disminuyendo el número de éstas; igualmente sucede ahora, porque han
venido a mí en favor de esa alma muchas lágrimas y obras de amor; y por tanto, debe
venir a tu poder, y llévala al descanso, que ni los ojos pueden
ver, ni los oídos oír, ni
podía pensar esa misma alma cuando estaba en el cuerpo; descanso donde no hay cielo arriba
ni tierra abajo, cuya altura no se puede calcular, y cuya longitud es indecible; donde es
admirable la anchura, e incomprensible la profundidad; donde está Dios sobre todas las
cosas, fuera y dentro, todo lo rige y todo lo contiene, y no está contenido en nada.
Vióse enseguida subir al
cielo aquella alma, tan brillante como una muy resplandeciente estrella
en todo el lleno de su esplendor. Y entonces dijo el Juez: Pronto llegará el tiempo en que
pronuncie yo mi sentencia y haga justicia contra los descendientes del difunto de quien es
esta alma, pues esta generación sube con soberbia, y bajará con el pago de la misma
soberbia.
Indecibles
y horribilísimas penas de abuela y nieta, una en el infierno y otra en
el purgatorio, por el orgullo y vanidad de sus vidas, con mucha doctrina
y enseñanza que sobre esto da la Virgen María a santa Brígida. Léase
con detención y pidiendo a Dios su santa gracia, pues es muy bastante
para convertir a cualquier alma.
LIBRO 6 - CAPÍTULO 38
Alabado
seáis, Dios mío, dijo la Santa, por todas las cosas que han sido
creadas;honrado seáis por todas vuestras virtudes, y todos os tributen
homenaje por vuestro amor. Yo, criatura indigna y pecadora desde mi
juventud, os doy gracias, Dios mío, porque a ninguno de cuantos pecan,
negáis la gracia si os la piden, sino que de todos os compadecéis y los
perdonáis. ¡Oh dulcísimo Dios! es admirable lo que conmigo hacéis, que
cuando os place, adormecéis mi cuerpo con un letargo espiritual, y
despertáis mi alma para que vea, oiga y sienta las cosas espirituales.
¡Oh Dios mío! ¡cuán dulces son vuestras palabras a mi alma, que las recibe como sabrosísimo manjar! Entran con alegría en mi corazón, y cuando las oigo, estoy satisfecha y hambrienta: satisfecha, porque nada me debilita sino vuestras palabras; y hambrienta, porque con mayor empeño deseo oírlas. Dadme, pues, auxilio, bendito Dios mío, para que yo haga siempre vuestra voluntad.
Y respondió Jesucristo: Yo soy sin principio ni fin, y todo cuanto existe ha sido creado por mi poder. Todo está dispuesto por mi sabiduría, y todo se rige por mi juicio. Todas mis obras están ordenadas por amor, y así, nada me es imposible. Pero es demasiado duro el corazón que ni me ama ni me teme, siendo yo el Gobernador y Juez de todos, y el hombre hace más bien la voluntad del demonio, que es traidor y su verdugo, el cual extiende por toda la tierra su veneno, con el cual no pueden vivir las almas y son sumergidas en los abismos del infierno.
Este veneno es el pecado, que les sabe dulcemente, aunque es amargo al alma, y por mano del demonio se esparce sobre muchos todos los días. Mas ¿quién ha oído cosa tan extraña, como el que a los hombres se les ofrezca la vida y escojan la muerte? Sin embargo, yo, Dios de todos, soy sufrido, me compadezco de su miseria y hago como aquel rey, que al enviar con sus criados el vino, les dijo: Dadlo a muchos, porque es saludable; a los enfermos da salud, a los tristes alegría, y a los sanos corazón varonil. Pero no se envía el vino sino en un vaso conveniente. Del mismo modo mis palabras, que se comparan al vino, las envíe a mis siervos por medio de ti, cuyo corazón es como un vaso, el cual quiero llenar y agotar según me plazca. Mi Espíritu Santo te enseñará adónde has de ir y qué has de hablar. Por consiguiente, di con valor y alegría lo que mando, porque nadie prevalecerá contra mí.
Entonces dijo la Santa: ¡Oh Rey de toda gloria, inspirador de toda sabiduría y dador de todas las virtudes! ¿por qué me elegís para tamaña obra a mí, que he consumido mi vida en los pecados? Yo soy ignorante como un jumento, desnuda de virtudes, en todo he delinquido y no me he enmendado nada.
Y respondió el Espíritu: ¿Quién se admiraría, si un señor cualquiera, con las monedas o barras de plata que le diesen, mandara hacer coronas, anillos o vasos para su uso? Así, tampoco es de admirar si yo recibo los corazones de mis amigos que se me presentan, y hago en ellos mi voluntad; y puesto que uno tiene más entendimiento y otro menos, me valgo de la conciencia de cada cual, según conviene a mi honra, porque el corazón del justo es moneda mía. Por tanto, permanece firme y pronta a mi voluntad.
Enseguida dijo la Virgen a la Santa: ¿Qué dicen las mujeres soberbias de tu reino? Y contestó la Santa: Yo soy una de ellas, y así me avergüenzo de hablar en vuestra presencia. Y dijo la Virgen: Aunque yo sé todo eso mejor que tú, sin embargo, quiero oírtelo decir. Respondió la Santa: Cuando se nos predicaba la verdadera humildad, decíamos que nuestros mayores nos dejaron vastas posesiones y grandiosas costumbres, ¿por qué, pues, no debemos imitarlos? También nuestra madre ocupaba su puesto entre las principales señoras, vestía magníficamente, tenía muchos criados y nos criaba con suntuosidad, ¿por qué no he de dejar a mis hijas lo que aprendí, que es a portarse con magnificencia, vivir con alegría corporal y morir también con gran pompa y fausto del mundo?
Dijo entonces la Madre de Dios: Toda mujer que pusiere en práctica esas ideas, va al infierno por el camino más derecho, y esta es la severa respuesta que debe dárseles. ¿De qué les servirán semejantes ideas, cuando el Creador de todas las cosas consintió que su cuerpo estuviese siempre en la tierra con la mayor humildad, desde que nació hasta su muerte, y jamás lo cubrió el vestido de la soberbia? No consideran estas mujeres el rostro de mi Hijo mientras vivía, ni cómo estuvo muerto en la cruz cubierto de sangre y pálido con los tormentos, ni se cuidan de las injurias y oprobios que El mismo oyó, ni de la afrentosa muerte que quiso escoger.
Tampoco recuerdan el lugar donde mi Hijo exhaló su postrer aliento, porque donde los ladrones y salteadores recibieron su pena, allí mismo fue castigado, y también me hallé presente yo, que soy su Madre, que entre todas las criaturas soy la que El más quiere y en mí reside toda humildad. Por consiguiente, los que se conducen con semejante pompa y soberbia, y dan ocasión a otros para que los imiten, son como el hisopo, que si se moja en un licor inflamado, los quema a todos y mancha a los que rocía. Del mismo modo los soberbios dan ejemplo de soberbia y orgullo, y con este mal ejemplo abrasan en gran manera las almas.
Quiero, pues, hacer como la buena madre, que para amedrantar a sus hijos les enseña la vara, que igualmente ven sus criados. Y al verla los hijos, temen ofender a la madre, y le dan gracias, porque los amenazaba sin castigarlos. Pero los criados temen ser azotados si delinquen; y así, por ese temor a la madre hacen los hijos muchas más cosas buenas que antes, y los criados menor número de cosas malas. Y puesto que soy la Madre de la misericordia, quiero manifestarte cuál es el pago del pecado, a fin de que los amigos de Dios se hagan más fervorosos en el amor del Señor, y conociendo los pecadores su peligro huyan del pecado a lo menos por temor, y de esta suerte me compadezco de buenos y malos: de los buenos para que alcancen mayor corona en el cielo; de los malos, para que incurran en menor pena; pues no hay pecador, por grande que sea, a quien no esté yo dispuesta a ayudar y mi Hijo a darle su gracia, si pidiere misericordia con amor de Dios.
Acto continuo aparecieron tres mujeres: madre, hija y nieta. La madre y la nieta aparecieron muertas, pero la hija apareció viva. La difunta madre salía como arrastrando del cieno de un tenebroso lago; tenía arrancado el corazón y cortados los labios, temblábale la barba, y los dientes muy blancos y largos, chocaban unos contra otros, las narices estaban corroídas y los ojos saltados, colgábanle dos nervios hasta las mejillas; la frente hundida y en lugar de ella un enorme y tenebroso abismo; faltábale en la cabeza el cráneo y bullíale el cerebro como plomo derretido y derramábase como pez hirviendo; al cuello, como al madero que se trabaja en el torno, rodeábale un agudísimo hierro que lo destrozaba sin consuelo; el pecho estaba abierto y lleno de gusanos de todos tamaños dando vueltas unos sobre otros; eran los brazos como mangos de piedra, y las manos como mazas nudosas y largas; las vértebras de la espalda estaban todas sueltas y subían y bajaban sin parar; una larga y gran serpiente venía arrastrando desde la parte baja a la alta del estómago, y uniendo como un arco su cabeza y cola, ceñía continuamente las vísceras como una rueda; eran las piernas como dos bastones cubiertos de agudísimas puás, y los pies como de sapo.
Entonces esta madre difunta le dijo a su hija que aún vivía: Oye tú, lagarta y venenosa hija. ¡Ay de mí, porque fui tu madre! Yo fui la que te puse en el nido de la soberbia, donde bien abrigada crecías hasta que llegaste a la juventud, y te gustó tanto, que en él has invertido toda tu vida. Te digo, por tanto, que cuantas veces vuelves los ojos con las miradas de soberbia que te enseñé, otras tantas echas en mis ojos un veneno hirviendo con intolerable ardor; siempre que dices las palabras soberbias que de mí aprendiste, tomo una amarguísima bebida; todas las veces que se llenan tus oídos con el viento de la soberbia movido por las tempestades de la arrogancia, tal como oír elogiar tu cuerpo y desear las honras del mundo, todo lo cual lo aprendiste de mí, otras tantas veces viene a mis oídos un sonido terrible con viento impetuoso y abrasador.
¡Ay de mí, pobre y miserable! pobre, porque no tengo ni siento nada bueno; y
miserable, porque abundo en todos los males. Pero tú, venenosa hija, eres como la cola de la vaca que anda por sitios fangosos, y siempre que mueve la cola, mancha y rocía a los circunstantes: así tú, eres como la vaca, porque no tienes sabiduría divina, y andas según las obras y movimientos de tu cuerpo. Por tanto, siempre que haces lo que yo acostumbraba, que son los pecados que te enseñé, se renueva al punto mi pena y se hace más cruel. ¿Y por qué te ensoberbeces con tu linaje, viperina hija? ¿Te sirve acaso de honra y esplendor el que la inmundicia de mis entrañas fué tu reclinatorio? Saliste de mi impuro vientre, y la inmundicia de mi sangre fué tu vestidura al nacer; y ahora mi vientre, en el cual estuviste, se halla todo corroído por gusanos.
Mas ¿por qué me quejo de ti, cuando con mayor motivo debería quejarme de mí misma? Tres son las cosas que más me afligen el corazón. Primera, que siendo creada por Dios para los goces del cielo, abusaba de mi conciencia y me abrí el camino para los tormentos del infierno. Segunda, que Dios me creo hermosa como un ángel, y me he afeado en términos, que me parezco más al demonio que al ángel; y tercera, que el tiempo que tuve de vida, lo empleé muy mal, porque me fui en pos de lo transitorio, que es el deleite del pecado, por el cual siento ahora un mal infinito, cual es la pena del infierno.
Y volviéndose en seguida a la Santa, le dice: Tú que me estás mirando, no me ves sino por comparaciones corporales; pues si me vieras en la forma en que estoy, morirías de terror, porque todos mis miembros son demonios: y así, es cierto lo que dice la Escritura, que como los justos son miembros de Dios, así los pecadores son miembros del demonio. De esa manera estoy experimentando ahora que los demonios están fijos en mi alma, porque la voluntad de mi corazón me preparó para tamaña fealdad. Pero oye más todavía. Parécete que mis pies son de sapo, lo cual es porque estuve firme en el pecado, y por eso ahora están firmes en mí los demonios, y me muerden sin saciarse nunca.
Mis piernas son como bastones espinosos, porque tuve mi voluntad según mi placer y deleite carnal. Las vértebras de la espalda están sueltas y moviéndose unas contra otras, porque la alegría de mi espíritu unas veces subía por el consuelo del mundo, y otras bajaba con la excesiva tristeza e ira por las contradicciones del mundo. Y como la espalda se mueve según lo hace la cabeza, así debería yo haber sido estable y movediza según la voluntad de Dios; mas por no haberlo hecho, padezco justamente lo que ves. Una serpiente viene arrastrándose desde la parte baja del estómago hasta la alta, y puesta en forma de arco, da vueltas como una rueda; lo cual es porque mi placer y deleite fué desordenado, y mi voluntad quería poseerlo todo, y gastar de muchas maneras y sin discreción, y por esto da ahora vueltas por mi interior la serpiente y me muerde de un modo inconsolable y sin misericordia. Tengo abierto mi pecho y roído por gusanos, lo cual manifiesta la verdadera justicia de Dios, porque amé las cosas pútridas más que a Dios, y el amor de mi corazón estaba en las cosas transitorias; y como de gusanos chicos se crían otros mayores, así mi alma está llena de los pútridos demonios.
Mis brazos parecen mangos, porque mi deseo tuvo como dos brazos; pues deseé larga vida y vivir mucho tiempo en el pecado. Deseé también y anhelaba, porque el juicio de Dios fuese más suave de lo que dice la Escritura, aunque bien me dijo mi conciencia que mi vida era breve y el juicio de Dios intolerable. Pero mi deseo de pecar me sugirió que mi vida era larga, y muy fácil el juicio de Dios, y con semejantes ideas trastornábase mi conciencia, y de esta suerte mi voluntad y mi razón seguían el placer y deleite; y por esto mismo el demonio se mueve ahora en mi alma contra mi voluntad, y mi conciencia entiende y conoce que es justo el juicio de Dios. Son mis manos como dos mazas largas, porque no me fueron agradables los preceptos de Dios; y así, mis manos me sirven de peso, sin serme de ningún uso.
Mi cuello está dando vueltas como un madero que se tornea con un hierro agudo, porque las palabras de Dios no fueron gratas para entrar en la caridad de mi corazón, sino muy amargas, porque se oponían al deleite y placer de mi corazón, y por eso está ahora puesto contra mi garganta un hierro agudo. Mis labios están cortados, porque era pronta para decir expresiones soberbias y chocarreras, pero indolente y perezosa para hablar palabras de Dios. La barba está trémula y los dientes chocando unos contra otros, porque tuve cumplida voluntad de dar sustento a mi cuerpo para parecer hermosa, incitante, sana y fuerte para todos los placeres del cuerpo, y por esto tiembla sin consuelo mi barba; y los dientes chocan unos con otros, porque fué inútil para el provecho del alma el uso y trabajo de los dientes.
Las narices están cortadas, porque como suele hacerse entre vosotros con los que en semejante caso delinquen para su mayor vergüenza, así a mí se me ha hecho para siempre el cauterio de mi pudor. Cuelgan los ojos de dos nervios que llegan hasta las mejillas; y esto es justo, porque como los ojos se alegraban de la hermosura de las mejillas para ostentar soberbia, así ahora, con el mucho llorar han saltado y con vergüenza cuelgan hasta las mejillas. Con justicia, también, está sumergida la frente y en su lugar hay excesivas tinieblas, porque rodeé mi frente con el velo de la soberbia, y quise gloriarme y parecer hermosa, y por esto se halla ahora mi frente tenebrosa y deforme.
Bulle, como es muy justo, el cerebro, y vierte fuera plomo y pez, porque como el plomo es movedizo y flexible a voluntad del que lo usa, así mi conciencia, que residió en mi cerebro, movíase según la voluntad de mi corazón, aunque entendía yo bien lo que debía hacer. Pero la Pasión del Hijo de Dios, nunca se fijó en mi corazón, sino vertíase, como lo que se aprende y se deja. Y en cuanto a la sangre que corrió del cuerpo del Hijo de Dios, no me cuidaba de ella más que si hubiera sido pez, y como se huye de la pez, huía de las palabras de amor de Dios, para que no me molestasen ni me apartaran de los deleites del cuerpo. Por causa de los hombres, oí, sin embargo, algunas veces las palabras divinas, pero me entraban por un oído y me salían por otro; y por esto derrama mi cerebro pez ardiente con vehementísimo hervor. Tapados con duras piedras están mis oídos, porque con gusto entraban en ellos las palabras soberbias, y bajaban suavemente hasta el corazón, porque de éste se hallaba excluido el amor de Dios; y porque por el mundo y por soberbia hice cuanto pude, por esto ahora están excluidas de mis oídos las palabras alegres.
Y si me preguntas si hice algunas obras meritorias, te diré que hice como el contraste que corta la moneda y la devuelve a su dueño. Si yo ayunaba y daba limosnas y hacía otras cosas, las hacía solamente por puro temor del infierno y por huir de las desgracias corporales; pero como en ninguna obra mía hubo nada de amor de Dios y las hacía en su desgracia, esas cosas no me valieron para alcanzar el cielo, aunque no quedaron sin recompensa. Si me preguntares, además, cual es mi voluntad interiormente, cuando tengo tanta fealdad por de fuera, te diré, que mi voluntad es como la del homicida y la del matricida, que de buena gana mataría a su progenitora; y así yo también deseo el peor mal a Dios mi Criador, el cual, fué conmigo excelente y piadosísimo.
Habla en seguida la difunta nieta de la abuela que estaba en el infierno, con su propia madre que aún vivía, y le dice: Oye, madre mía y mejor que madre escorpión. ¡Ay de mí, porque me engañaste! Me manifestaste semblante alegre y en cambio me heriste gravemente en el corazón. Con tus mismos labios me diste tres consejos, con tus obras aprendí, y con tus pasos me manifestaste tres caminos. El primer consejo fué amar carnalmente, para obtener la amistad carnal: el segundo fué gastar pródigamente por honra del mundo los bienes temporales, y el tercero, tener descanso por el placer del cuerpo. Pero semejantes consejos me han sido muy perjudiciales, pues porque amé carnalmente, obtuve la vergüenza y la envidia espiritual; porque gasté con prodigalidad los bienes temporales, fui privada de los dones de la gracia de Dios en la vida, y he conseguido la ignominia después de la muerte; y porque durante mi vida me deleitaba en el descanso de mi cuerpo, en la hora de la muerte comenzó para mi alma una inquietud sin consuelo.
Tres cosas aprendí también de ti, y fueron: hacer algunas buenas obras, sin dejar el pecado que me deleitaba; por lo cual experimento tanta angustia y tribulación, como quien mezclara miel con veneno y lo presentara a un juez, e irritado éste, lo derramase sobre quien se lo ofrecía. Me enseñaste además a cubrir los ojos con un lienzo, a llevar sandalias en los pies, sortijas preciosas en las manos y el cuello todo desnudo exteriormente. El lienzo que obscurecía mis ojos, significaba la hermosura de mi cuerpo, la cual obscurecía mis ojos espirituales de manera, que no atendía yo a la hermosura de mi alma.
Las sandalias que defendían los pies por debajo y no por encima, significan la fe santa de la Iglesia que guardé fielmente, aunque sin acompañarla con ninguna obra de provecho; y como las sandalias ayudan los pies, así mi conciencia, permaneciendo en la fe, ayudó a mi alma; pero como no acompañaban buenas obras, mi conciencia estaba como desnuda. Las sortijas preciosas en las manos significan la vana esperanza que tuve; porque las obras mías entendidas por las manos, las juzgué contando con una misericordia de Dios poderosa y amplia, la cual se significa en las sortijas; y porque cuando toqué con la mano la justicia de Dios, no la sentí ni atendí a ella, fui por tanto muy atrevida para pecar.
Al acercarse la muerte cayó de mis ojos el lienzo sobre la tierra, esto es, sobre mi cuerpo, y entonces el alma se vió a sí misma y conoció que estaba desnuda, porque pocas obras mías fueron buenas y los pecados muchísimos, y de vergüenza no pude estar en el palacio del Rey eterno, porque fui vestida ignominiosamente, y entonces me llevaron arrastrando los demonios a un castigo riguroso, donde era yo objeto de burla y afrenta.Lo tercero que de ti aprendí, madre cruel, fué a vestir al siervo con las vestiduras del Señor, y colocado en la silla del Señor, honrarlo como si fuera éste, y darle al Señor los desechos del siervo y todo lo despreciable. Este Señor es el amor de Dios, y el siervo es la voluntad de pecar. Y así, pues, en mi corazón donde debió reinar el amor Divino, estaba siempre colocado el siervo, esto es, el deleite y el placer del pecado, al cual vestí cuando me valí para mi placer de todo lo criado y temporal, y solamente di a Dios los despojos, lo impuro y lo más despreciable, y no por amor sino por temor. De esta manera alegrábase mi corazón con el éxito del placer de mi liviandad, porque hallábase excluido de mí el amor de Dios y el Señor bueno, y tenía acogido al mal siervo. Estas son, madre, las tres cosas que con tus obras aprendí.
También con tus pasos me enseñaste tres caminos. El primero fué luminoso para el mal, y así que entré por él, me quedé ciega con tan maldita luz: el segundo era corto y resbaladizo como el hielo, y me caí, así que hube andado un paso: el tercero fué muy largo, y como eché a andar por él, vino por detrás de mí un torrente impetuoso y me trasladó a un profundo hoyo debajo de un monte. En el primer camino está significado el progreso de mi soberbia, la cual fué muy luminosa, porque la ostentación que nace de la soberbia, resplandeció tanto en mis ojos, que no pensé su fin, y por consiguiente, quedé ciega. En el segundo camino está significada la desobediencia; pero el tiempo de la inobediencia en esta vida no es largo, porque después de la muerte se ve el hombre obligado a obedecer. No obstante, fué largo para mí, porque cuando daba un paso, esto es, una confianza humilde, me resbalaba al punto, porque quería que se me perdonara el pecado confesado; pero después de la confesión no quería dejar de pecar, y por consiguiente, no fui constante en la obediencia, sino que recaía en los pecados, como quien se resbala en la nieve; porque mi voluntad fué fría, y no quería apartarme de lo que me deleitaba. De esta suerte, así que daba un paso y confesaba los pecados, volvía a recaer al punto, porque quería reiterar los pecados confesados y que me agradaban.
El tercer camino fué que esperaba yo lo imposible, esto es, poder pecar y no tener larga pena; poder también vivir mucho tiempo y no acelerar la hora de la muerte; y así que eché a andar por este camino, vino detrás de mí un torrente impetuoso, esto es, la muerte, que cogiéndome de uno a otro año, derribó mis pies con la pena de la flaqueza. ¿Qué eran mis pies, sino que al acercarse la enfermedad, muy poco pude atender al provecho del cuerpo, y menos a la salud del alma? Caí, pues, en un hoyo profundo, cuando reventó mi corazón, que estaba engreído con la soberbia y endurecido en pecar, y el alma cayó a la honda caverna donde se castigan los pecados. Este camino fué muy largo, porque después de concluir la vida carnal, empezó al punto un largo castigo. ¡Ay de mí, madre, y no buena, porque todo cuanto de ti aprendí alegremente, ahora lo estoy pagando con llanto.
La misma hija difunta dijo después a santa Brígida, que veía todo esto: Oye tú, que me estás mirando: mi cabeza y rostro están interior y exteriormente como el trueno y el rayo abrasador; mi cuello y pecho se hallan en una dura prensa sujetos con largas puntas de hierro; mis pies son como largas serpientes; mi vientre está golpeado con fuertes martillos, y mis piernas como el agua que de los canales cae congelada. Pero todavía tengo una pena interior más amarga que todas éstas. Porque al modo que estaría una persona que tuviese obstruidos todos los respiraderos de la vida, y llenas de viento todas las venas, se comprimiesen hacia el corazón, el que a causa de la violencia y poder del viento estuviera para reventar; tan miserablemente estoy yo por el viento de la soberbia que tanto quise.
Me hallo, no obstante, en el camino de la misericordia, porque en mi gravísima enfermedad me confesé lo mejor que supe, aunque por temor; pero al acercarse la muerte,me puse a considerar la Pasión de mi Dios, esto es, que aquella era mucho más dura y más amarga que la mía, la que por mis culpas merecía yo padecer. Con esta consideración alcancé lágrimas y deploré que siendo tan grande el amor de Dios hacia mí, fuese tan escaso el mío para el Señor.
Miré entonces a Dios con los ojos de mi conciencia, y dije: Señor, creo que sois mi Dios, tened misericordia de mí, Hijo de la Virgen, por vuestra amarguísima Pasión, que de buena gana enmendaría yo ahora mi vida si tuviese tiempo. Y en aquel instante encendióse en mi corazón una centellea de amor de Dios, por la cual parecíame la Pasión de Jesucristo más amarga que mi muerte, y estaba yo de esta suerte, cuando reventó mi corazón, y mi alma vino a parar a manos de los demonios para ser presentada en el tribunal de Dios. Y vine a parar a manos de los demonios, porque fué indigno que los hermosísimos ángeles se acercaran a un alma de tanta fealdad. En el tribunal de Dios clamaban contra mí los demonios, porque mi alma fuese condenada al infierno, pero respondió el Juez: Veo en su corazón una centellita de amor divino, la cual no debe apagarse, sino venir a mi presencia, y así, condeno a esta alma al purgatorio, hasta que purificada, merezca alcanzar el perdón.
Y si me preguntares si soy participante de todas las buenas obras que por mí se hacen, te contestaré con una comparación. A la manera que si vieses los dos platillos de una balanza colgando, y en una hubiese plomo que naturalmente tirase hacia abajo, y en otra algo ligero que propendiera hacia arriba, y cuanto más se fuera echando en este último platillo, más pronto subiría el otro que está muy cargado, igualmente acontece conmigo; porque cuanto más alta estuve en pecar, más baja estoy en el castigo; y por consecuencia, me levanta de la pena todo lo que se hace por mí en honra de Dios, especialmente la oración y buenas obras hechas por varones justos y amigos de Dios, y los socorros que se dan con bienes legítimamente adquiridos y las obras de amor de Dios. Todo esto es lo que cada día me hace ir acercándome al Señor.
Después dijo la Virgen a la Santa: Te admiras, hija mía, de que hablemos reunidos, yo, que soy la Reina del cielo, tú que vives en el mundo, esa alma que está en el purgatorio y la otra del infierno; pues voy a explicártelo. Yo no me aparto jamás del cielo, porque nunca me separo de la presencia de Dios, ni el alma que está en el infierno se aparta de sus penas, ni tampoco la otra del purgatorio antes de ser purificada, ni tú vienes a nosotros antes de la separación de la vida corporal. Mas por virtud del espíritu de Dios, elévase tu alma con tu inteligencia para oír las palabras de Dios en los cielos, y se te permite saber varias penas del infierno y del purgatorio, para que les sirvan de aviso a los malos, y de consuelo y provecho a los buenos. Ten, no obstante, entendido, que tu cuerpo y tu alma permanecen unidos en la tierra, pero el Espíritu Santo que está en los cielos, te dará inteligencia para comprender su voluntad.
DECLARACIÓN.
Háblase
aquí de tres mujeres, de las cuales la tercera, que aún vivía, entró en
un monasterio, donde pasó el resto de su vida en ejercicios de gran
perfección.
¡Oh Dios mío! ¡cuán dulces son vuestras palabras a mi alma, que las recibe como sabrosísimo manjar! Entran con alegría en mi corazón, y cuando las oigo, estoy satisfecha y hambrienta: satisfecha, porque nada me debilita sino vuestras palabras; y hambrienta, porque con mayor empeño deseo oírlas. Dadme, pues, auxilio, bendito Dios mío, para que yo haga siempre vuestra voluntad.
Y respondió Jesucristo: Yo soy sin principio ni fin, y todo cuanto existe ha sido creado por mi poder. Todo está dispuesto por mi sabiduría, y todo se rige por mi juicio. Todas mis obras están ordenadas por amor, y así, nada me es imposible. Pero es demasiado duro el corazón que ni me ama ni me teme, siendo yo el Gobernador y Juez de todos, y el hombre hace más bien la voluntad del demonio, que es traidor y su verdugo, el cual extiende por toda la tierra su veneno, con el cual no pueden vivir las almas y son sumergidas en los abismos del infierno.
Este veneno es el pecado, que les sabe dulcemente, aunque es amargo al alma, y por mano del demonio se esparce sobre muchos todos los días. Mas ¿quién ha oído cosa tan extraña, como el que a los hombres se les ofrezca la vida y escojan la muerte? Sin embargo, yo, Dios de todos, soy sufrido, me compadezco de su miseria y hago como aquel rey, que al enviar con sus criados el vino, les dijo: Dadlo a muchos, porque es saludable; a los enfermos da salud, a los tristes alegría, y a los sanos corazón varonil. Pero no se envía el vino sino en un vaso conveniente. Del mismo modo mis palabras, que se comparan al vino, las envíe a mis siervos por medio de ti, cuyo corazón es como un vaso, el cual quiero llenar y agotar según me plazca. Mi Espíritu Santo te enseñará adónde has de ir y qué has de hablar. Por consiguiente, di con valor y alegría lo que mando, porque nadie prevalecerá contra mí.
Entonces dijo la Santa: ¡Oh Rey de toda gloria, inspirador de toda sabiduría y dador de todas las virtudes! ¿por qué me elegís para tamaña obra a mí, que he consumido mi vida en los pecados? Yo soy ignorante como un jumento, desnuda de virtudes, en todo he delinquido y no me he enmendado nada.
Y respondió el Espíritu: ¿Quién se admiraría, si un señor cualquiera, con las monedas o barras de plata que le diesen, mandara hacer coronas, anillos o vasos para su uso? Así, tampoco es de admirar si yo recibo los corazones de mis amigos que se me presentan, y hago en ellos mi voluntad; y puesto que uno tiene más entendimiento y otro menos, me valgo de la conciencia de cada cual, según conviene a mi honra, porque el corazón del justo es moneda mía. Por tanto, permanece firme y pronta a mi voluntad.
Enseguida dijo la Virgen a la Santa: ¿Qué dicen las mujeres soberbias de tu reino? Y contestó la Santa: Yo soy una de ellas, y así me avergüenzo de hablar en vuestra presencia. Y dijo la Virgen: Aunque yo sé todo eso mejor que tú, sin embargo, quiero oírtelo decir. Respondió la Santa: Cuando se nos predicaba la verdadera humildad, decíamos que nuestros mayores nos dejaron vastas posesiones y grandiosas costumbres, ¿por qué, pues, no debemos imitarlos? También nuestra madre ocupaba su puesto entre las principales señoras, vestía magníficamente, tenía muchos criados y nos criaba con suntuosidad, ¿por qué no he de dejar a mis hijas lo que aprendí, que es a portarse con magnificencia, vivir con alegría corporal y morir también con gran pompa y fausto del mundo?
Dijo entonces la Madre de Dios: Toda mujer que pusiere en práctica esas ideas, va al infierno por el camino más derecho, y esta es la severa respuesta que debe dárseles. ¿De qué les servirán semejantes ideas, cuando el Creador de todas las cosas consintió que su cuerpo estuviese siempre en la tierra con la mayor humildad, desde que nació hasta su muerte, y jamás lo cubrió el vestido de la soberbia? No consideran estas mujeres el rostro de mi Hijo mientras vivía, ni cómo estuvo muerto en la cruz cubierto de sangre y pálido con los tormentos, ni se cuidan de las injurias y oprobios que El mismo oyó, ni de la afrentosa muerte que quiso escoger.
Tampoco recuerdan el lugar donde mi Hijo exhaló su postrer aliento, porque donde los ladrones y salteadores recibieron su pena, allí mismo fue castigado, y también me hallé presente yo, que soy su Madre, que entre todas las criaturas soy la que El más quiere y en mí reside toda humildad. Por consiguiente, los que se conducen con semejante pompa y soberbia, y dan ocasión a otros para que los imiten, son como el hisopo, que si se moja en un licor inflamado, los quema a todos y mancha a los que rocía. Del mismo modo los soberbios dan ejemplo de soberbia y orgullo, y con este mal ejemplo abrasan en gran manera las almas.
Quiero, pues, hacer como la buena madre, que para amedrantar a sus hijos les enseña la vara, que igualmente ven sus criados. Y al verla los hijos, temen ofender a la madre, y le dan gracias, porque los amenazaba sin castigarlos. Pero los criados temen ser azotados si delinquen; y así, por ese temor a la madre hacen los hijos muchas más cosas buenas que antes, y los criados menor número de cosas malas. Y puesto que soy la Madre de la misericordia, quiero manifestarte cuál es el pago del pecado, a fin de que los amigos de Dios se hagan más fervorosos en el amor del Señor, y conociendo los pecadores su peligro huyan del pecado a lo menos por temor, y de esta suerte me compadezco de buenos y malos: de los buenos para que alcancen mayor corona en el cielo; de los malos, para que incurran en menor pena; pues no hay pecador, por grande que sea, a quien no esté yo dispuesta a ayudar y mi Hijo a darle su gracia, si pidiere misericordia con amor de Dios.
Acto continuo aparecieron tres mujeres: madre, hija y nieta. La madre y la nieta aparecieron muertas, pero la hija apareció viva. La difunta madre salía como arrastrando del cieno de un tenebroso lago; tenía arrancado el corazón y cortados los labios, temblábale la barba, y los dientes muy blancos y largos, chocaban unos contra otros, las narices estaban corroídas y los ojos saltados, colgábanle dos nervios hasta las mejillas; la frente hundida y en lugar de ella un enorme y tenebroso abismo; faltábale en la cabeza el cráneo y bullíale el cerebro como plomo derretido y derramábase como pez hirviendo; al cuello, como al madero que se trabaja en el torno, rodeábale un agudísimo hierro que lo destrozaba sin consuelo; el pecho estaba abierto y lleno de gusanos de todos tamaños dando vueltas unos sobre otros; eran los brazos como mangos de piedra, y las manos como mazas nudosas y largas; las vértebras de la espalda estaban todas sueltas y subían y bajaban sin parar; una larga y gran serpiente venía arrastrando desde la parte baja a la alta del estómago, y uniendo como un arco su cabeza y cola, ceñía continuamente las vísceras como una rueda; eran las piernas como dos bastones cubiertos de agudísimas puás, y los pies como de sapo.
Entonces esta madre difunta le dijo a su hija que aún vivía: Oye tú, lagarta y venenosa hija. ¡Ay de mí, porque fui tu madre! Yo fui la que te puse en el nido de la soberbia, donde bien abrigada crecías hasta que llegaste a la juventud, y te gustó tanto, que en él has invertido toda tu vida. Te digo, por tanto, que cuantas veces vuelves los ojos con las miradas de soberbia que te enseñé, otras tantas echas en mis ojos un veneno hirviendo con intolerable ardor; siempre que dices las palabras soberbias que de mí aprendiste, tomo una amarguísima bebida; todas las veces que se llenan tus oídos con el viento de la soberbia movido por las tempestades de la arrogancia, tal como oír elogiar tu cuerpo y desear las honras del mundo, todo lo cual lo aprendiste de mí, otras tantas veces viene a mis oídos un sonido terrible con viento impetuoso y abrasador.
¡Ay de mí, pobre y miserable! pobre, porque no tengo ni siento nada bueno; y
miserable, porque abundo en todos los males. Pero tú, venenosa hija, eres como la cola de la vaca que anda por sitios fangosos, y siempre que mueve la cola, mancha y rocía a los circunstantes: así tú, eres como la vaca, porque no tienes sabiduría divina, y andas según las obras y movimientos de tu cuerpo. Por tanto, siempre que haces lo que yo acostumbraba, que son los pecados que te enseñé, se renueva al punto mi pena y se hace más cruel. ¿Y por qué te ensoberbeces con tu linaje, viperina hija? ¿Te sirve acaso de honra y esplendor el que la inmundicia de mis entrañas fué tu reclinatorio? Saliste de mi impuro vientre, y la inmundicia de mi sangre fué tu vestidura al nacer; y ahora mi vientre, en el cual estuviste, se halla todo corroído por gusanos.
Mas ¿por qué me quejo de ti, cuando con mayor motivo debería quejarme de mí misma? Tres son las cosas que más me afligen el corazón. Primera, que siendo creada por Dios para los goces del cielo, abusaba de mi conciencia y me abrí el camino para los tormentos del infierno. Segunda, que Dios me creo hermosa como un ángel, y me he afeado en términos, que me parezco más al demonio que al ángel; y tercera, que el tiempo que tuve de vida, lo empleé muy mal, porque me fui en pos de lo transitorio, que es el deleite del pecado, por el cual siento ahora un mal infinito, cual es la pena del infierno.
Y volviéndose en seguida a la Santa, le dice: Tú que me estás mirando, no me ves sino por comparaciones corporales; pues si me vieras en la forma en que estoy, morirías de terror, porque todos mis miembros son demonios: y así, es cierto lo que dice la Escritura, que como los justos son miembros de Dios, así los pecadores son miembros del demonio. De esa manera estoy experimentando ahora que los demonios están fijos en mi alma, porque la voluntad de mi corazón me preparó para tamaña fealdad. Pero oye más todavía. Parécete que mis pies son de sapo, lo cual es porque estuve firme en el pecado, y por eso ahora están firmes en mí los demonios, y me muerden sin saciarse nunca.
Mis piernas son como bastones espinosos, porque tuve mi voluntad según mi placer y deleite carnal. Las vértebras de la espalda están sueltas y moviéndose unas contra otras, porque la alegría de mi espíritu unas veces subía por el consuelo del mundo, y otras bajaba con la excesiva tristeza e ira por las contradicciones del mundo. Y como la espalda se mueve según lo hace la cabeza, así debería yo haber sido estable y movediza según la voluntad de Dios; mas por no haberlo hecho, padezco justamente lo que ves. Una serpiente viene arrastrándose desde la parte baja del estómago hasta la alta, y puesta en forma de arco, da vueltas como una rueda; lo cual es porque mi placer y deleite fué desordenado, y mi voluntad quería poseerlo todo, y gastar de muchas maneras y sin discreción, y por esto da ahora vueltas por mi interior la serpiente y me muerde de un modo inconsolable y sin misericordia. Tengo abierto mi pecho y roído por gusanos, lo cual manifiesta la verdadera justicia de Dios, porque amé las cosas pútridas más que a Dios, y el amor de mi corazón estaba en las cosas transitorias; y como de gusanos chicos se crían otros mayores, así mi alma está llena de los pútridos demonios.
Mis brazos parecen mangos, porque mi deseo tuvo como dos brazos; pues deseé larga vida y vivir mucho tiempo en el pecado. Deseé también y anhelaba, porque el juicio de Dios fuese más suave de lo que dice la Escritura, aunque bien me dijo mi conciencia que mi vida era breve y el juicio de Dios intolerable. Pero mi deseo de pecar me sugirió que mi vida era larga, y muy fácil el juicio de Dios, y con semejantes ideas trastornábase mi conciencia, y de esta suerte mi voluntad y mi razón seguían el placer y deleite; y por esto mismo el demonio se mueve ahora en mi alma contra mi voluntad, y mi conciencia entiende y conoce que es justo el juicio de Dios. Son mis manos como dos mazas largas, porque no me fueron agradables los preceptos de Dios; y así, mis manos me sirven de peso, sin serme de ningún uso.
Mi cuello está dando vueltas como un madero que se tornea con un hierro agudo, porque las palabras de Dios no fueron gratas para entrar en la caridad de mi corazón, sino muy amargas, porque se oponían al deleite y placer de mi corazón, y por eso está ahora puesto contra mi garganta un hierro agudo. Mis labios están cortados, porque era pronta para decir expresiones soberbias y chocarreras, pero indolente y perezosa para hablar palabras de Dios. La barba está trémula y los dientes chocando unos contra otros, porque tuve cumplida voluntad de dar sustento a mi cuerpo para parecer hermosa, incitante, sana y fuerte para todos los placeres del cuerpo, y por esto tiembla sin consuelo mi barba; y los dientes chocan unos con otros, porque fué inútil para el provecho del alma el uso y trabajo de los dientes.
Las narices están cortadas, porque como suele hacerse entre vosotros con los que en semejante caso delinquen para su mayor vergüenza, así a mí se me ha hecho para siempre el cauterio de mi pudor. Cuelgan los ojos de dos nervios que llegan hasta las mejillas; y esto es justo, porque como los ojos se alegraban de la hermosura de las mejillas para ostentar soberbia, así ahora, con el mucho llorar han saltado y con vergüenza cuelgan hasta las mejillas. Con justicia, también, está sumergida la frente y en su lugar hay excesivas tinieblas, porque rodeé mi frente con el velo de la soberbia, y quise gloriarme y parecer hermosa, y por esto se halla ahora mi frente tenebrosa y deforme.
Bulle, como es muy justo, el cerebro, y vierte fuera plomo y pez, porque como el plomo es movedizo y flexible a voluntad del que lo usa, así mi conciencia, que residió en mi cerebro, movíase según la voluntad de mi corazón, aunque entendía yo bien lo que debía hacer. Pero la Pasión del Hijo de Dios, nunca se fijó en mi corazón, sino vertíase, como lo que se aprende y se deja. Y en cuanto a la sangre que corrió del cuerpo del Hijo de Dios, no me cuidaba de ella más que si hubiera sido pez, y como se huye de la pez, huía de las palabras de amor de Dios, para que no me molestasen ni me apartaran de los deleites del cuerpo. Por causa de los hombres, oí, sin embargo, algunas veces las palabras divinas, pero me entraban por un oído y me salían por otro; y por esto derrama mi cerebro pez ardiente con vehementísimo hervor. Tapados con duras piedras están mis oídos, porque con gusto entraban en ellos las palabras soberbias, y bajaban suavemente hasta el corazón, porque de éste se hallaba excluido el amor de Dios; y porque por el mundo y por soberbia hice cuanto pude, por esto ahora están excluidas de mis oídos las palabras alegres.
Y si me preguntas si hice algunas obras meritorias, te diré que hice como el contraste que corta la moneda y la devuelve a su dueño. Si yo ayunaba y daba limosnas y hacía otras cosas, las hacía solamente por puro temor del infierno y por huir de las desgracias corporales; pero como en ninguna obra mía hubo nada de amor de Dios y las hacía en su desgracia, esas cosas no me valieron para alcanzar el cielo, aunque no quedaron sin recompensa. Si me preguntares, además, cual es mi voluntad interiormente, cuando tengo tanta fealdad por de fuera, te diré, que mi voluntad es como la del homicida y la del matricida, que de buena gana mataría a su progenitora; y así yo también deseo el peor mal a Dios mi Criador, el cual, fué conmigo excelente y piadosísimo.
Habla en seguida la difunta nieta de la abuela que estaba en el infierno, con su propia madre que aún vivía, y le dice: Oye, madre mía y mejor que madre escorpión. ¡Ay de mí, porque me engañaste! Me manifestaste semblante alegre y en cambio me heriste gravemente en el corazón. Con tus mismos labios me diste tres consejos, con tus obras aprendí, y con tus pasos me manifestaste tres caminos. El primer consejo fué amar carnalmente, para obtener la amistad carnal: el segundo fué gastar pródigamente por honra del mundo los bienes temporales, y el tercero, tener descanso por el placer del cuerpo. Pero semejantes consejos me han sido muy perjudiciales, pues porque amé carnalmente, obtuve la vergüenza y la envidia espiritual; porque gasté con prodigalidad los bienes temporales, fui privada de los dones de la gracia de Dios en la vida, y he conseguido la ignominia después de la muerte; y porque durante mi vida me deleitaba en el descanso de mi cuerpo, en la hora de la muerte comenzó para mi alma una inquietud sin consuelo.
Tres cosas aprendí también de ti, y fueron: hacer algunas buenas obras, sin dejar el pecado que me deleitaba; por lo cual experimento tanta angustia y tribulación, como quien mezclara miel con veneno y lo presentara a un juez, e irritado éste, lo derramase sobre quien se lo ofrecía. Me enseñaste además a cubrir los ojos con un lienzo, a llevar sandalias en los pies, sortijas preciosas en las manos y el cuello todo desnudo exteriormente. El lienzo que obscurecía mis ojos, significaba la hermosura de mi cuerpo, la cual obscurecía mis ojos espirituales de manera, que no atendía yo a la hermosura de mi alma.
Las sandalias que defendían los pies por debajo y no por encima, significan la fe santa de la Iglesia que guardé fielmente, aunque sin acompañarla con ninguna obra de provecho; y como las sandalias ayudan los pies, así mi conciencia, permaneciendo en la fe, ayudó a mi alma; pero como no acompañaban buenas obras, mi conciencia estaba como desnuda. Las sortijas preciosas en las manos significan la vana esperanza que tuve; porque las obras mías entendidas por las manos, las juzgué contando con una misericordia de Dios poderosa y amplia, la cual se significa en las sortijas; y porque cuando toqué con la mano la justicia de Dios, no la sentí ni atendí a ella, fui por tanto muy atrevida para pecar.
Al acercarse la muerte cayó de mis ojos el lienzo sobre la tierra, esto es, sobre mi cuerpo, y entonces el alma se vió a sí misma y conoció que estaba desnuda, porque pocas obras mías fueron buenas y los pecados muchísimos, y de vergüenza no pude estar en el palacio del Rey eterno, porque fui vestida ignominiosamente, y entonces me llevaron arrastrando los demonios a un castigo riguroso, donde era yo objeto de burla y afrenta.Lo tercero que de ti aprendí, madre cruel, fué a vestir al siervo con las vestiduras del Señor, y colocado en la silla del Señor, honrarlo como si fuera éste, y darle al Señor los desechos del siervo y todo lo despreciable. Este Señor es el amor de Dios, y el siervo es la voluntad de pecar. Y así, pues, en mi corazón donde debió reinar el amor Divino, estaba siempre colocado el siervo, esto es, el deleite y el placer del pecado, al cual vestí cuando me valí para mi placer de todo lo criado y temporal, y solamente di a Dios los despojos, lo impuro y lo más despreciable, y no por amor sino por temor. De esta manera alegrábase mi corazón con el éxito del placer de mi liviandad, porque hallábase excluido de mí el amor de Dios y el Señor bueno, y tenía acogido al mal siervo. Estas son, madre, las tres cosas que con tus obras aprendí.
También con tus pasos me enseñaste tres caminos. El primero fué luminoso para el mal, y así que entré por él, me quedé ciega con tan maldita luz: el segundo era corto y resbaladizo como el hielo, y me caí, así que hube andado un paso: el tercero fué muy largo, y como eché a andar por él, vino por detrás de mí un torrente impetuoso y me trasladó a un profundo hoyo debajo de un monte. En el primer camino está significado el progreso de mi soberbia, la cual fué muy luminosa, porque la ostentación que nace de la soberbia, resplandeció tanto en mis ojos, que no pensé su fin, y por consiguiente, quedé ciega. En el segundo camino está significada la desobediencia; pero el tiempo de la inobediencia en esta vida no es largo, porque después de la muerte se ve el hombre obligado a obedecer. No obstante, fué largo para mí, porque cuando daba un paso, esto es, una confianza humilde, me resbalaba al punto, porque quería que se me perdonara el pecado confesado; pero después de la confesión no quería dejar de pecar, y por consiguiente, no fui constante en la obediencia, sino que recaía en los pecados, como quien se resbala en la nieve; porque mi voluntad fué fría, y no quería apartarme de lo que me deleitaba. De esta suerte, así que daba un paso y confesaba los pecados, volvía a recaer al punto, porque quería reiterar los pecados confesados y que me agradaban.
El tercer camino fué que esperaba yo lo imposible, esto es, poder pecar y no tener larga pena; poder también vivir mucho tiempo y no acelerar la hora de la muerte; y así que eché a andar por este camino, vino detrás de mí un torrente impetuoso, esto es, la muerte, que cogiéndome de uno a otro año, derribó mis pies con la pena de la flaqueza. ¿Qué eran mis pies, sino que al acercarse la enfermedad, muy poco pude atender al provecho del cuerpo, y menos a la salud del alma? Caí, pues, en un hoyo profundo, cuando reventó mi corazón, que estaba engreído con la soberbia y endurecido en pecar, y el alma cayó a la honda caverna donde se castigan los pecados. Este camino fué muy largo, porque después de concluir la vida carnal, empezó al punto un largo castigo. ¡Ay de mí, madre, y no buena, porque todo cuanto de ti aprendí alegremente, ahora lo estoy pagando con llanto.
La misma hija difunta dijo después a santa Brígida, que veía todo esto: Oye tú, que me estás mirando: mi cabeza y rostro están interior y exteriormente como el trueno y el rayo abrasador; mi cuello y pecho se hallan en una dura prensa sujetos con largas puntas de hierro; mis pies son como largas serpientes; mi vientre está golpeado con fuertes martillos, y mis piernas como el agua que de los canales cae congelada. Pero todavía tengo una pena interior más amarga que todas éstas. Porque al modo que estaría una persona que tuviese obstruidos todos los respiraderos de la vida, y llenas de viento todas las venas, se comprimiesen hacia el corazón, el que a causa de la violencia y poder del viento estuviera para reventar; tan miserablemente estoy yo por el viento de la soberbia que tanto quise.
Me hallo, no obstante, en el camino de la misericordia, porque en mi gravísima enfermedad me confesé lo mejor que supe, aunque por temor; pero al acercarse la muerte,me puse a considerar la Pasión de mi Dios, esto es, que aquella era mucho más dura y más amarga que la mía, la que por mis culpas merecía yo padecer. Con esta consideración alcancé lágrimas y deploré que siendo tan grande el amor de Dios hacia mí, fuese tan escaso el mío para el Señor.
Miré entonces a Dios con los ojos de mi conciencia, y dije: Señor, creo que sois mi Dios, tened misericordia de mí, Hijo de la Virgen, por vuestra amarguísima Pasión, que de buena gana enmendaría yo ahora mi vida si tuviese tiempo. Y en aquel instante encendióse en mi corazón una centellea de amor de Dios, por la cual parecíame la Pasión de Jesucristo más amarga que mi muerte, y estaba yo de esta suerte, cuando reventó mi corazón, y mi alma vino a parar a manos de los demonios para ser presentada en el tribunal de Dios. Y vine a parar a manos de los demonios, porque fué indigno que los hermosísimos ángeles se acercaran a un alma de tanta fealdad. En el tribunal de Dios clamaban contra mí los demonios, porque mi alma fuese condenada al infierno, pero respondió el Juez: Veo en su corazón una centellita de amor divino, la cual no debe apagarse, sino venir a mi presencia, y así, condeno a esta alma al purgatorio, hasta que purificada, merezca alcanzar el perdón.
Y si me preguntares si soy participante de todas las buenas obras que por mí se hacen, te contestaré con una comparación. A la manera que si vieses los dos platillos de una balanza colgando, y en una hubiese plomo que naturalmente tirase hacia abajo, y en otra algo ligero que propendiera hacia arriba, y cuanto más se fuera echando en este último platillo, más pronto subiría el otro que está muy cargado, igualmente acontece conmigo; porque cuanto más alta estuve en pecar, más baja estoy en el castigo; y por consecuencia, me levanta de la pena todo lo que se hace por mí en honra de Dios, especialmente la oración y buenas obras hechas por varones justos y amigos de Dios, y los socorros que se dan con bienes legítimamente adquiridos y las obras de amor de Dios. Todo esto es lo que cada día me hace ir acercándome al Señor.
Después dijo la Virgen a la Santa: Te admiras, hija mía, de que hablemos reunidos, yo, que soy la Reina del cielo, tú que vives en el mundo, esa alma que está en el purgatorio y la otra del infierno; pues voy a explicártelo. Yo no me aparto jamás del cielo, porque nunca me separo de la presencia de Dios, ni el alma que está en el infierno se aparta de sus penas, ni tampoco la otra del purgatorio antes de ser purificada, ni tú vienes a nosotros antes de la separación de la vida corporal. Mas por virtud del espíritu de Dios, elévase tu alma con tu inteligencia para oír las palabras de Dios en los cielos, y se te permite saber varias penas del infierno y del purgatorio, para que les sirvan de aviso a los malos, y de consuelo y provecho a los buenos. Ten, no obstante, entendido, que tu cuerpo y tu alma permanecen unidos en la tierra, pero el Espíritu Santo que está en los cielos, te dará inteligencia para comprender su voluntad.
DECLARACIÓN.
Manifiesta
Dios a santa Brígida de cuánto mérito es a sus ojos el ministerio de la
predicación. Refiérese también aquí la espantosa condenación de un
soldado, que blasfemó al oír las palabras de un predicador.
LIBRO 6 - CAPÍTULO 52
LIBRO 6 - CAPÍTULO 52
Predicando el maestro Matías de Suecia,
que compuso el prólogo de este libro, un soldado le dijo lleno de furor:
Si mi alma no ha de ir al cielo, vaya como los animales a comer tierra y
las cortezas de los árboles. Larga demora es aguardar hasta el día del
juicio, pues antes de ese juicio ningún alma verá la gloria de Dios. Al oír esto santa Brígida que se hallaba presente, dio un profundo gemido,
diciendo: Oh Señor, Rey de la gloria, sé que sois misericordioso y muy
paciente; todos los que callan la verdad y desfiguran la justicia, son
alabados en el mundo, mas los que tienen y muestran tu celo, son
despreciados. Así, pues, Dios mío, dad a este maestro constancia y
fervor para hablar. Entonces la Santa en un arrobamiento vió abierto el
cielo y el infierno ardiendo, y oyó una voz que le decía: Mira el cielo,
mira la gloria de que se hallan revestidas las almas, y di a tu
maestro: Lo dice esto Dios tu Criador y Redentor. Predica con confianza,
predica continuamente, predica a tiempo o fuera de tiempo, predica que
las almas bienaventuradas y que ya han purgado ven la cara de Dios;
predica con fervor, pues recibirás la recompensa del hijo que obedece la
voz de su padre. Y si dudas quién soy yo que te estoy hablando, has de
saber que soy el que apartó de ti tus tentaciones.
Después de oír esto vió otra vez la Santa el infierno, y horrorizada de espanto, oyó una voz que decía: No temas los espirituales que ves, pues sus manos, que son su poderío, están atadas, y sin permiso mío no pueden hacer más que una paja delante de tus pies. ¿Qué piensan los hombres confiando que no me he de vengar de ellos yo, que sujeto a mi voluntad los mismos demonios?
Entonces respondió la Santa: No os enojéis, Señor, si os hablo. Vos, que soisDespués de oír esto vió otra vez la Santa el infierno, y horrorizada de espanto, oyó una voz que decía: No temas los espirituales que ves, pues sus manos, que son su poderío, están atadas, y sin permiso mío no pueden hacer más que una paja delante de tus pies. ¿Qué piensan los hombres confiando que no me he de vengar de ellos yo, que sujeto a mi voluntad los mismos demonios?
misericordiosísimo, ¿castigaréis acaso perpetuamente al que perpetuamente no puede pecar? No creen los hombres que semejante proceder corresponde a vuestra divinidad, que en el juzgar manifestáis sobre todo la misericordia, y ni aun los mismos hombres castigan perpetuamente a los que delinquen contra ellos.
Y dijo el Espíritu: Yo soy la misma verdad y justicia, que doy a cada cual según sus obras, veo los corazones y las voluntades, y tanto como el cielo dista de la tierra, así distan mis caminos y mis juicios de los consejos y de la inteligencia de los hombres. Por tanto, el que no corrige su mal mientras vive y puede, ¿qué es de extrañar si es castigado cuando no puede? ¿Ni cómo deben permanecer en mi eternidad purísima los que desean vivir eternamente para siempre pecar? Por consiguiente, el que corrige su pecado cuando puede, debe permanecer conmigo por toda la eternidad, porque yo eternamente lo puedo todo, y eternamente vivo.
DECLARACIÓN.
Este hombre fue casado, y teniendo públicamente en su casa una concubina,
angustiado su ánimo por la amonestación que se le hizo en presencia de muchos, la mató. A los cuatro días después murió sin recibir los Sacramentos y con el corazón empedernido, fue sepultado, y durante muchas noches se oyó una voz que decía: ¡Ay de mí! ¡ay de mí! estoy ardiendo, estoy ardiendo. Refirieron esto a su mujer, y en presencia de ella abrieron la sepultura donde se había enterrado el cadáver, y no hallaron más que un resto de la mortaja y de los zapatos. Cerraron la sepultura, y no se volvió a oír más aquella voz.
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